Durante el fin de semana Donald Trump hizo público que está confrontando la más difícil decisión de su vida, y alardeó que mientras que los estados no han contribuido suficientemente a luchar contra el coronavirus, él sí lo hizo.
Aparte de sus bravuconadas, en el meollo de la discusión está la decisión de “reactivar” la economía. Es algo que puede tener facetas muy distintas en cada estado o urbe, ya que la decisión final corre por cuenta de los gobernadores y alcaldes del país.
Es obvia la necesidad de reactivar la economía, reabrir los comercios y las fábricas combatir la desocupación y detener la caída vertiginosa del país en una recesión o depresión.
Existen varias respuestas a la disyuntiva si abrir la economía o no. La primera que viene a la mente es que no, que cualquier afloje en la disciplina de estar en casa puede conllevar miles o millones de enfermos y múltiples muertes. La segunda lo ignora y sólo considera los gastos económicos. Es funesta. Sin embargo, podría existir una tercera vía.
Se requiere poner condiciones muy severas y muy específicas en cada estado o gran ciudad. Durante un período de varios meses, aunque se vuelva a trabajar no pueden aflojarse los requerimientos de mantener distancia, usar máscara y lavarse las manos con frecuencia.
Es más, al menos aquellos que tienen mayor probabilidades de contagiarse, como los mayores de 60 años y quienes sufren de una condición crónica de salud, tienen todavía que quedarse en sus casas.
El proceso no puede llevar una semana ni un mes. No se trata de una decisión bombástica de Trump, sino de un proceso largo. Y si se nota un aumento en la mortalidad y tasa de contagio, se debe volver inmediatamente a la práctica del aislamiento total.
Durante ese periplo, se deben aplicar decisiones como la del Banco de la Reserva Federal de inyectar 2.3 billones (trillions en inglés) de dólares en los pequeños negocios. Los trabajadores deben ser compensados por sus pérdidas y sacrificio mediante pagos generosos que los vuelvan a la familia de los consumidores. Y las sumas destinadas a ayudar a quienes no tienen para pagar sus hipotecas, o sus impuestos, deben crecer verticalmente.
El despertar económico debe centrarse en detener el aumento de la cesantía y su eventual desaparición. Para que los 16 millones que perdieron sus trabajos los recuperen en pocos meses.
Y nuevamente, todo bajo la condición de que no suba el número de afectados por el coronavirus. Y que la cantidad y frecuencia de los exámenes suba exponencialmente.
Mientras, Estados Unidos espera la vacuna, única garantía del retorno paulatino a la normalidad.