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Argentinos en Estados Unidos: ¿latinos o no? Depende

Argentinos en Estados Unidos

El 97% de los argentinos, especialmente quienes emigraron aquí, son descendientes de europeos, total o parcialmente.

El estereotipo de “latino” con el que en Estados Unidos hoy día designamos a la comunidad de habla hispana y raíces comunes, con un epicentro en el tema de la inmigración, tiene sus orígenes en cómo los blancos que son la población dominante de nuestra nación vieron durante generaciones a los mexicanos. 

Además, el término es de aquí, de afuera de Latinoamérica. Porque en Latinoamérica nos definimos más que nada según nuestro país de origen. 

Y el estereotipo – con excepción del hercúleo esfuerzo de las últimas décadas en las que los latinos sin abandonar su idiosincrasia se han abierto los caminos del poder en California – ha sido históricamente negativo. Siguiendo la práctica de defenestrar a la población local al momento de la penetración económica, los sucesivos gobiernos e instituciones estadounidenses construyeron una imagen distorsionada, es decir falsa, del latino. Y luego esa imagen la importaron y la impusieron a la población mexicana migrante

“La imagen del mexicano se estaba convirtiendo en un mestizo racial, un mestizo fracasado, acabado, el mañana boy, el vago e incompetente, el ajeno al sentido estadounidense del tiempo y el trabajo incesante, el que refleja la colisión entre una sociedad rural y una industrializada”, escribía en 2003 en Cold Asado on Sunset Boulevard: Argentines in Los Angeles” un trabajo que hice durante mis estudios de historia bajo el profesor Enrique Ochoa allí por 2002 y recientemente publiqué en inglés aquí en HispanicLA.

Celebración del Día de la Independencia en la Embajada de los Estados Unidos. Maria Kodama, viuda del escritor Jorge Luis Borges, junto a la bandera del país argentino. 4 de julio del 2029. Foto: Embajada Argentina.

Sí, para el supremacismo blanco, heredero de las instituciones estadounidenses pre y postbélicas, los mexicanos son el modelo del latino. Aunque ignoren sus cualidades. Por eso, quienes menos se parecen a los mexicanos son menos latinos. 

Quienes son los argentinos en Estados Unidos

La inmigración argentina a Estados Unidos llegó en varias olas: la política, de unos 45,000, huyendo de la represión durante la última dictadura militar que duró de 1976 a 1983 y la económica, buscando el renacimiento personal después de la crisis del corralito y sus consecuencias, entre 2000 y 2005. Más de la mitad de los que viven hoy aquí han llegado sin embargo después de 2005. 

Dice el Pew Research Center que desde entonces: “Entre 2000 y 2021, la población de origen argentino aumentó un 169%, pasando de 110.000 a 290.000. Al mismo tiempo, la población argentina nacida en el extranjero que vive en Estados Unidos creció un 96%, de 85.000 en 2000 a 160.000 en 2021”. “Se estima que 290.000 hispanos de origen argentino vivían en Estados Unidos en 2021”.

Quizás son un poco más ahora, dos años después, y quizás aún crezca esta colectividad si se genera un éxodo con la crisis que traerá consigo la era de Milei. Pero comparado con el resto de la inmigración latinoamericana, no son muchos. Los argentinos están en el puesto 14 entre los países latinoamericanos que envían migrantes.  

Los inmigrantes argentinos llegaron a una sociedad que llevaba esa concepción que sancionaba negativamente ser mexicano y por extensión, latino. En esta sociedad, los argentinos rebotaron como pelota entre ser y no ser latino, ser y no ser blancos. 

Llevaban puesto el espejo de la cultura de clases de la Argentina. Una cultura que aquí se tradujo en una doble tendencia de los inmigrantes hacia la asimilación: una dirigida a otros latinos, otra a la mayoría blanca. En la primera han estado entre el abrazo y el rechazo. En el segundo caso, se les ha dicho que esperen su turno. En el camino, ello atomizó a la comunidad, que hasta el día de hoy carece de organizaciones representativas como otros grupos de inmigrantes latinos. 

«Latino» y los latinos

Obviamente, la etiqueta “Latino” como era adjudicada hasta hace poco es inexacta, o más todavía, extremadamente inadecuada: no todos son de piel oscura, no todos hablan español, no todos son católicos, no todos son pobres y mucho menos de baja educación. 

Pero los latinos han tenido que adaptarse a un término nada elástico, nada dinámico, porque aquí la dicotomía era, literalmente, blanco o negro. 

Una historia personal 

Vivo en Estados Unidos desde 1989, siempre en el Sur de California. Mi trabajo como periodista y antes como vendedor de muebles me llevó a un muy estrecho contacto con la comunidad latina. 

Aquí muchos no me creen que soy latino, porque mi piel es clara, mi pelo amarillo, mi religión judía. Les pasa a los estadounidenses, a los blancos originales, a los defensores del privilegio blanco o sus críticos, aquí en California. No me creen. Pero tampoco me creen los otros latinos, especialmente mexicanos. 

Para muchos de ellos, mi argentinidad me excluye de su grupo por más lindos artículos escriba o veces comparezca en la televisión hablando de “nosotros, los latinos”. 

No es por maldad. Es porque creen lo que les dicen sus ojos cuando nos clasifican de manera estereotipada. Por el color de la piel, por el idioma y por la religión. Para muchos somos o blancos o negros. Aunque en la realidad, todos estamos en algún punto de ese continuum. 

Es así: el sistema racial estadounidense es rígido. Solo puede hacer un lugarcito entre ambos polos. Entre blancos y negros hay un nuevo grupo. Los “blancos honorarios”. Una definición honorífica, es decir, medio artificial, medio de mentira, medio no en serio, que en cualquier momento se retira y y deja al grupo en el limbo racial. Los grupos que ocuparon esta definición de blancos honoríficos han cambiado con las décadas, como nos muestran las decisiones judiciales desde 1878.  

Según definiciones de los tribunales – sea la Suprema Corte federal o las estatales – además de los afroamericanos, no son blancos los chinos (la primera decisión fue en 1878 pero otras lo confirmaron), los que son en un 50% nativos americanos (1880), los hawaianos (1890), los birmanos (1894), los japoneses (1894 y en adelante repetidas veces), los filipinos desde 1917 y en adelante. 

La familia Mochida que con más de 120,000 japoneses estadounidenses terminaría injustamente encarcelada en un campo de concentración de los EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial. Foto: History Channel

Hasta los afganos – vale decir, los pashto – en 1928 fueron fueron declarados “no blancos” en el caso In re Feroz Din, aunque sean indo-europeos, es decir, blancos por definición. 

Con un plumazo, los jueces también decidieron lo contrario. En 1897, que los mexicanos sí son blancos; en 1909 se convirtieron en blancos los sirios, los armenios, los hindúes asiáticos. En 1920 sin embargo estos últimos ya no eran blancos. De igual manera, en 1942 los árabes eran blancos; en 1944 ya no.

Vemos que los latinos no están solos en ese proceso. Somos un montón. 

La tercera raza 

La inmigración latina, especialmente desde México y posteriormente de El Salvador, creó un tercer estereotipo racial de la población estadounidense, en adición a los blancos y los afroamericanos y junto a otros grupos. 

En estas páginas escribí: “Si hay uno que merece ser llamado país de inmigrantes, es este.  Entre 1783 y 2019 entraron, bajo diversos regímenes migratorios, 86 millones de personas. No existe otro ejemplo en la historia humana de una ola tan grande de inmigración a un solo país y en un período tan breve”. 

A pesar de la vecindad territorial a América Latina durante gran parte de su historia Estados Unidos se nutrió de las olas migratorias europeas, impulsadas al país de las oportunidades por persecuciones (contra los judíos, polacos), hambruna (irlandeses, italianos), guerras y pobreza (el resto). Y atraídas por la existencia de jobs. Estos grupos no fueron considerados blancos en un comienzo y por mucho tiempo. La exclusión de cada ola migratoria del privilegio blanco se debía a sus diferencias religiosas, culturales, idiomáticas, o a un invento del momento. El grupo era inicialmente objeto de desprecio y discriminación. 

Con el tiempo estas inmigraciones se “colaron”, se convirtieron en blancos y pasaron a integrar la nación estadounidense. Su reconocimiento como blancos les devolvió la movilidad social dentro del sistema que se negaba a otros grupos marginalizados del momento, como los que llegaron después de ellos. Y los alejaba de los afroamericanos, el fondo del plato de la estructura racial. Y les otorgó la movilidad social dentro del sistema que se negaba a los otros grupos marginalizados: los más nuevos inmigrantes y los permanentemente excluidos.  

Ser latino, ser hispano

Y luego llegaron los “latinos” o “hispanos”. Los primeros en usar la nomenclatura fueron los Californios, es decir, los mexicanos (y españoles) que se quedaron aquí después de que Estados Unidos, en 1850, anexó California después de derrotar a México. Fue entonces un término de resistencia, de diferenciación. 

Los latinos quedaron diferenciados, sin la opción de la asimilación, sin la opción de convertirse en blancos. Por una parte, por el racismo que les endilgaba el color de la piel, la religión, el idioma. Por la otra, fue la cercanía territorial, que hizo más fácil y menos arduo el camino de llegada al Norte, una válvula de escape adicional que retrasó y retrasa la asimilación. 

Es que la frontera tiene dos direcciones: la de la venida y la del regreso. Millones cruzan cada año y entran al país. Millones se van. Por lo que sea: deportación, visita familiar, el hastío después de años de no legalizarse, o porque se terminó el contrato como trabajador del campo o Bracero, o porque aquí es más difícil y no es lo mismo que el país de uno. Ya son migrantes, inmigrantes y emigrantes, que vuelven y al volver reafirman con orgullo que siguen siendo mexicanos. 

Pero las definiciones legales o académicas le fueron en zaga a la realidad histórica. Recién en 1970 se agregó “hispano” al censo de población.  Ser hispano o latino en Estados Unidos es entonces todavía hoy, a fines de 2023, una definición en ciernes, inconclusa y debatida, entre el rechazo y la adopción.  

Para convertirse en blanco o en la categoría intermedia el inmigrante debe asimilarse. Un camino que incluye la lucha por la legalización y la ciudadanía, el abandono del lenguaje original y su reemplazo por el inglés, las preferencias políticas – llegando a un abrazo a un partido Republicano que rechaza a los latinos, pero que acepta sus votos individualmente. O abrazar la plena identidad latina que es hoy más aceptada que nunca, al menos en California. 

En consecuencia, los latinos se han estado consolidando como la tercera opción racial del país. Una especie de blancos honorarios, como el resto de las inmigraciones, pero permanentes. Blancos honorarios permanentes. Tenían que serlo, convertidos ya en la primera minoría del país. 

Como se ven los argentinos 

Los inmigrantes argentinos a Estados Unidos son a los latinos como los latinos a los blancos. En calidad condicional, parcial, cuestionada. ¿Por qué? Por ser diferentes. El 97% de los argentinos, especialmente quienes emigraron aquí, son descendientes de europeos, total o parcialmente. Se parecen, por reafirmación propia, más a los europeos que a lo que aquí consideramos latinos (o hispanos, uso los términos indistintamente). 

Hace 20 años, para una de mis columnas sobre “Gente de Los Ángeles” que escribía en aquel entonces para La Opinión, me reuní con un grupo de 15 argentinos en el oeste de Los Ángeles. 

Yo estaba ya inmerso en las peripecias de la latinidad, en la lucha de los inmigrantes latinos por sus derechos, de la comunidad latina contra la pobreza y la desigualdad. Pero allí me encontré con que, casi a una voz, los quince dijeron que “nosotros no somos latinos… somos europeos”. 

Lo dijeron con énfasis, a la defensiva. Quizás porque pensaban que aceptar la inclusión con mexicanos y salvadoreños, los habría despojado de su identidad única y les habría proporcionado una identidad alterna que consideraban de menor valor.

Escribía Néstor Fantini en HispanicLA en 2018 en “Ser argentino, ser latino en Estados Unidos”: “Algunos de mis compatriotas argentinos… que forjaron su ideología en un mundo cultural dominado por un discurso eurocentrista, parecería que buscan generar la mayor distancia posible de toda simbología indígena. Un sentimiento que tiene raíces históricas que se remontan a la etapa de formación del estado argentino y que aquí, en Estados Unidos, sirve para justificar una confusa racionalización que el argentino no es latino”.

Néstor Fantini, de Hispanic LA; Juan José Dalton, ContraPuntoTV; y Gabriel Lerner, de La Opinión. FOTO: contrapunto.com.sv

Esto es, destaca Fantini, una continuación del racismo original argentino que “limpió” el país de indígenas en un genocidio asesino bajo Alberdi y Sarmiento y que luego se extendió al rechazo de los “cabecitas negras” que en tiempos de Perón migraron del interior a la capital. “Son, finalmente, los que cuando arriban a Estados Unidos no quieren ser latinos”.

Y termina: “En vez de rechazar esta categoría etno-cultural que incluye a una variedad de subculturas y regiones de la inmensa América Latina, hay que aceptarla con entusiasmo porque ser latino en Estados Unidos es ser lo mejor de México y Argentina, lo mejor de Guatemala y Uruguay. Ser latino es ser el futuro de esta gran nación en donde ya somos más de 50 millones.”

La ventaja de la piel 

Quieran o no considerarse latinos, muchos argentinos quieren integrarse, ser aceptados. Absorbidos. Y por la ventaja del color de la piel y la cultura filo europea, su camino a ser reconocidos como blancos es visible, está ahí, existe y es más breve y agotador que el del resto.  

En “Convertirse en Vecinos” (Becoming Neighbors), la profesora de estudios chicanos Gilda Ochoa profundiza en las ramificaciones del asimilacionismo basado en un ideal de acercamiento al grupo originario –es decir, el blanco, el angloparlante. Los inmigrantes, escribe, “eventualmente se integrarán a la sociedad dominante, al volverse, con el tiempo, menos identificables étnicamente”.

Pero hay un escollo. Los argentinos no pueden circunnavegar la latinidad. Para los blancos, tienen que pasar por ser latinos y reconocerlo. Hay una etapa intermedia. 

No es tan fácil hacerlo, o siquiera comprenderlo, porque el término hispano o latino, “es ambiguo y no necesariamente útil como categorización de origen, etnia, raza o cultura”, escribe Lizzy Marcinkowskien, una estudiante de Berkeley en  “Ser hispano: etnicidad y raza en Argentina”. “Es un término centrado en Estados Unidos (US-centric)”.

Así es el barrio ARGENTINO MÁS GRANDE de ESTADOS UNIDOS 🇦🇷

Los argentinos –y miembros de otras nacionalidades de inmigrantes como uruguayos, peruanos, brasileños, colombianos– para ser parte de Estados Unidos primero están obligados a ser parte de la comunidad latina. Para ellos no hay un camino directo hacia la blancura. Alejarse para acercarse. Para otros miembros del mismo grupo el camino ni siquiera existe.  

Pero pasa que aceptar la etiqueta “latino” en su identidad aleja a muchos argentinos de lograr su objetivo de ser reconocidos desde ya como lo que eran en Argentina: blancos. Es posible entonces que rechacen el epíteto de “latino”, en parte, debido a que implica pertenecer al mismo grupo que los latinos de piel oscura y clase trabajadora, que aquí son abrumadoramente mexicanos y en la Argentina, mestizos, inmigrantes, pobres, trabajadores, diferentes. De alguna manera el binomio porteño-provinciano de la Argentina se cuela a las relaciones o a los sentimientos que abrigan estos inmigrantes hacia quienes como ellos hablan español, como ellos son inmigrantes, pero que ellos no sienten como afines. 

En consecuencia, para los inmigrantes argentinos a Estados Unidos, rechazar el ser latino es reafirmar los privilegios de ser blanco en Argentina.

Rechazo, hostilidad por los latinos

Del otro lado, muchos mexicanos y mexicoamericanos en Estados Unidos consideran que los argentinos están fuera de la latinidad, esa parte de los que vienen de América Latina y que son morenos, ex rurales y de clase trabajadora. Los inmigrantes argentinos son entonces considerados doblemente extranjeros, lo que da lugar a las por muchos conocidas expresiones de rechazo, de desprecio y burla, los chistes, los estereotipos de que los argentinos son demasiado pretenciosos, prepotentes, creídos de sí mismos.

Una reacción que se podía encontrar, como la encontró quien esto escribe, en los partidos internacionales de fútbol, en los que en la pantalla chica, la selección de fútbol argentina es abucheada a gritos por una audiencia mayormente mexicana que apoya a franceses, nigerianos, alemanes o ingleses. Da bronca. 


Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.

This article was supported in whole or in part by funds provided by the State of California and administered by the California State Library.

Autor

  • Fundador y co-editor de HispanicLA. Editor en jefe del diario La Opinión en Los Ángeles hasta enero de 2021 y su actual Editor Emérito. Nació en Buenos Aires, Argentina, vivió en Israel y reside en Los Ángeles, California. Es periodista, bloguero, poeta, novelista y cuentista. Fue director editorial de Huffington Post Voces entre 2011 y 2014 y editor de noticias, también para La Opinión. Anteriormente, corresponsal de radio. -- Founder and co-editor of HispanicLA. Editor-in-chief of the newspaper La Opinión in Los Angeles until January 2021 and Editor Emeritus since then. Born in Buenos Aires, Argentina, lived in Israel and resides in Los Angeles, California. Journalist, blogger, poet, novelist and short story writer. He was editorial director of Huffington Post Voces between 2011 and 2014 and news editor, also for La Opinión. Previously, he was a radio correspondent.

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