Julieta Daga es argentina, cordobesa. Su trabajo como actriz en teatro, cine y TV la ha llevado por numerosos rincones de su país y el mundo de habla hispana. Estudió la técnica del clown con maestros de la talla de Gabriel Chamé Buendía, Eric de Bont y Marcelo Kats.
Sus talleres de clown son, en cualquier ciudad de Argentina, muy requeridos por quienes se arriesgan a lanzar sus sentimientos al aire desde el payaso que, se dice, cada uno lleva dentro.
Al regreso de su participación en el VIII Festival Internacional de Teatro de Venezuela, celebrado en Caracas entre el 12 y el 21 de abril (en donde representó al unipersonal “Bufón” que lleva 5 años recorriendo Latinoamérica y España), Julieta nos habla de su experiencia artística, sin eludir definiciones claras sobre su visión de la realidad social en el país caribeño.
Viajar a Venezuela hoy tal vez implique llevar, es casi inevitable, un cúmulo de prejuicios muy difundidos acerca de su situación social y política, al estar ese país en el centro de las polémicas mediáticas y las disputas geopolíticas internacionales. ¿Te pasó eso a vos? ¿Llevaste suspicacias en la valija? ¿Con qué te encontraste al llegar?
J.D. No sé si me llevé prejuicios. Yo tenía como miradas que se viralizan, que se mediatizan, pero desconfío de ellas, porque vienen de los medios de comunicación masivos que para mí son poco confiables; testimonios de venezolanos en los que no puedo confiar del todo. Cada vez hay más venezolanos en Argentina que hablan pestes de su país y del régimen. Lo que equiparo mucho a lo que sienten muchos cubanos autoexiliados. Cuando estuve en Cuba me pasó otra cosa y ahora en Venezuela fue igual: la realidad no es la óptima para ser felices, porque están en guerra civil y ellos mismos lo dicen: Lo único que falta es que el conflicto sea armado, pero estamos enfrentados. ¿Cuál es la guerra? Los pobres contra los ricos.
Con el gobierno de Maduro, no están todos 100% de acuerdo; sin embargo una mayoría lo prefiere antes que volver al régimen anterior al chavismo. Amamos a Chávez, nos dicen, Maduro no es Chávez, pero le hacemos el aguante porque lo preferimos a lo anterior. En todo caso, si me llevé prejuicios fue para ver qué pasaba, pero me encontré con gente que está haciendo el aguante, que tiene fe, que creen que van a salir y que la salida no es ir en contra del gobierno. La realidad es compleja, a veces no se puede saber cuál es la campana que suena más afinada.
Participaste de un evento cultural oficial ¿En algún momento podías salir de tu cercanía con la burocracia?
JD: – Yo me escapé en ocasiones del contacto permanente con los funcionarios y del circuito controlado y me metí en los barrios. Pude ver que la gente está contenta, aunque cuando se te corta la luz cinco días no podés estar muy contento, pero ellos también se preguntan por qué no hay luz. Si es por un atentado es una cosa, es una maniobra política, ¿quién es el que te corta la luz?, y si fuera por falta de mantenimiento es distinto.
¿Ellos son conscientes del problema exterior que tiene Venezuela, del interés de EEUU por su petróleo y de cómo afecta eso a las decisiones del estado?
JD: las personas con las que hablé son totalmente conscientes. Son la gente trabajadora y humilde que le hace el aguante al modelo, son super informados. Lo que pasa es que allá la mayoría está informada porque los que apoyan a Maduro tienen total conciencia de lo que pasa. La gente es muy culturosa, muy instruida, entrenada en la oratoria. Me pasó hacer la obra de teatro y encontrarme con gente escuchadora, le ponen atención al texto, reaccionan de una manera sorprendente por la manera de seguir la trama e incluso en lo que tiene que ver con la historia política de Argentina.
Es un público muy culto, hice dos funciones para 1,200 personas cada una, no sé exactamente quienes son, pero no son una minoría. Es cierto que hay descontento con aspectos del gobierno, pero también que le hacen el aguante y eso no se difunde. Lo que yo vi es gente contenta en los barrios que visité, que fueron San Agustín y 43.
Entre lo que podemos ver y escuchar en los medios de Argentina, pareciera que Venezuela vive constantemente pendiendo de un hilo: sanciones económicas impuestas por EEUU, exigencias de nuevas elecciones por parte de Europa Occidental, dos presidentes que se disputan el poder. ¿Qué tanto pesan esas exigencias en el venezolano común? ¿Hay realmente un poder bifronte?
JD: No sé, no te puedo responder eso porque no hablé específicamente de la cuestión. Sí pude observar que hay una campaña basada en el concepto de que El Presidente soy yo, lo que significa que el pueblo asume que es el poder. Es una gran campaña que circula por todas partes. Siento que lo viven con convicción, pero no puedo saber si los antichavistas lo comparten.
Yo trabajé con funcionarios de cultura; estaba custodiada por policías que nos cuidaban para que no sufriéramos, como extranjeros, algún problema y luego fuéramos instrumento de la prensa antichavista en el mundo. Todos los que estuvieron conmigo en las actividades artísticas eran funcionarios, empleados, porque es un festival internacional organizado por el estado. Ellos aceptan que hay que cambiar muchas cosas, saben que tienen un saco de defectos, hacen hincapié en la corrupción, pero tienen en claro que deben hacerle el aguante a Maduro.
¿Cómo describirías el clima social, esa división que pareciera irreconciliable entre chavistas y anti-chavistas? ¿Maduro y Guaidó son dos figuras igualmente populares, muy rechazadas ambas?
JD: Yo no estuve en los dos bandos, estuve en uno. Chávez es amado por el pueblo, se les llenan los ojos de lágrimas cuando hablan de Chávez, es para ellos lo que para nosotros fue Evita en otra época. A Guaidó ni lo mencionan.
¿Esa situación que describis, Cómo dirías que se refleja en el arte y en especial en el teatro? ¿En algo referido a la cultura se percibe ese nuevo color de Venezuela con una revolución que ya lleva 20 años? ¿Cómo se refleja en la organización y en el contenido del arte de Venezuela?
JD: Lo que se ve es que hay mucha organización y valorización de la cultura en Venezuela. El público asiste a las funciones de manera prolífica. Van en manada a ver teatro, lo escuchan, lo disfrutan, pero además lo hacen ellos mismos en los barrios, en las calles. Han recuperado teatros, hoy hay en Caracas unos 10 teatros similares al San Martín de Córdoba. El estado además apoyó a los artistas que tomaron espacios abandonados para generar salas de teatro que luego fueron asistidas oficialmente para ser lugares de encuentro, producción y trabajo cultural. Se ve que hay una gran apuesta a la cultura y al teatro que es lo que yo más vi, en especial en los barrios.
Me parece un pueblo muy culto, a nosotros nos falta bastante en ese aspecto. El teatro está en el pueblo, ya está, la gente de los barrios se queda allí, en las calles, en salas alternativas, en salas oficiales, en todas partes. Hacíamos una obra en medio de la calle, terminaba y la gente del barrio desmontaba todo, corría las gradas, porque había un partido de básquet, y el público trabajaba en el nuevo armado, colocaba el sonido.
La Sala La Llamada, donde actuamos, había sido construida por los gestores culturales del propio barrio donde se asienta. Hay en general lugares que son simultáneamente salas de teatro, lugares para recitales de música, canchas para deportes, bares. Cuando terminó una representación, la gente, la misma, siguió mirando el básquet. Mi tránsito por los barrios fue tranquilo, sin sentir que corría peligro de ningún tipo, sin estar escoltada por ningún policía.
¿Qué situación viven los artistas venezolanos en cuanto al desarrollo de sus tareas específicas? ¿El estado participa activamente de las manifestaciones artísticas, las fomenta y apoya, es indiferente? ¿Con qué colores, claves, perfiles, definirías el arte caribeño venezolano? ¿Qué tópicos pueden observarse que hayan evolucionado luego de 20 años de Revolución Bolivariana y con cuáles resultados?
JD: Por lo que pude charlar con la gente de teatro independiente, se organizan de una manera similar a la nuestra. Reciben subsidios del estado para sostener su trabajo artístico, le llaman dieta, pero tienen vivienda y necesidades cubiertas. La gente que hace teatro se organiza, hace funciones en escuelas, en la calle, en las salas oficiales. Lo que pude ver es que no hay una preocupación por hacer otra cosa que no sea el teatro, con su trabajo artístico les basta. Solo hacen otra cosa si quieren tener más dinero. Viven de una manera muy sencilla. No pasan hambre. Una actriz que había recibido una casa del estado, tenía que viajar mucho para ir a trabajar, entonces optó por vivir con la madre y su casa la prestó a otro grupo de teatro que trabaja en las cercanías.
Nos contabas que anduviste por barriadas populares, ¿cómo viviste esa experiencia? ¿Hasta dónde llega el activismo del estado en los sectores populares? ¿En qué aspectos se podría asimilar al estado cubano?
JD: Hay políticas parecidas: todos aseguran tener su vivienda, alimentación y educación garantizadas. Hay gente en Argentina que no dice lo mismo. Es posible que las necesidades se cubran de una manera escasa, justa para lo mínimo y que no conforme a todos.
La diferencia con Cuba es que aquí hay un sector amplio de propiedad privada y en Cuba no. Por ejemplo una empresa que se dedica a montar la técnica y escenografía de los espectáculos es aquí privada, ganan dinero así, pero contraprestan haciendo trabajos a beneficio. Los del este son más ricos, empresarios, querrían separarse del oeste humilde, formar otro estado, similar a Bolivia, donde el oeste montañoso y coya es muy distinto de Santa Cruz de la Sierra que siempre ha buscado la separación.
En los encuentros preliminares nos hablaste mucho del afecto del venezolano, del lugar destacado donde ponen la cercanía del vínculo humano.
JD: La calidez humana es impecable, la gente estaba sinceramente (y esto lo percibí más allá de las palabras) interesada en que nos sintiéramos bien, que estuviéramos bien atendidos. Y cuando digo bien, es bien humanamente. Cuando hablan de su país se emocionan hasta las lágrimas. Cuando se despiden de nosotros hay una calidez en las personas, como si no quisieran perder nunca más el vínculo y eso es humano, no político. Estamos hablando de artistas, gente que se emocionó con el trabajo nuestro, público que me abrazaba al final con emoción.
Yo no era nadie allí hasta que llegué, no me conocían. Nunca me había pasado en un festival. En otros lugares son más profesionales, digamos. Esto fue más familiar en el afecto, sin protocolo. La llegada al otro es persona a persona, sin formalidades. En otros países es una cosa más dura, menos cercana.
Aquí reina el afecto. Ni en Cuba viví este afecto. Será que están muy preocupados por cómo los vemos. Nos preguntan:
¿Vos cómo nos ves? ¿Así como nos ven afuera? Trabajamos mucho para desmitificar la mala prensa que nos hacen; es importante para nosotros que no nos vean como violentos.
Luego de la Revolución Chavista disminuyó mucho la violencia, hay más control, menos delincuencia. La policía está muy cerca de la gente y el pueblo la considera como amiga.