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ATENTADO EN ARIZONA: Cuna del fanatismo patriotero

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Raul y Brisenia Flores

La rabia de la violencia volvió a hacer su aparición en Arizona. En esta ocasión, un joven de apenas 22 años de edad, abrió fuego en contra de una multitud que sostenía un encuentro con Gabrielle Giffords, la congresista de esa circunscripción de Tucson, Arizona.

La noticia de la masacre se propago rápidamente y las especulaciones del móvil del crimen tampoco tardaron en llegar.

He visitado Arizona muchas veces y en Tucson viven muy buenos amigos y colegas, con quien a menudo estoy en comunicación y es por eso que la noticia me afecto mucho, pero francamente los cruentos sucesos en Tucson no me sorprendieron.

La masacre tampoco tomó por sorpresa a mis colegas en Tucson. No es que el homicida haya anunciado con antelación sus macabras intenciones, sino que en Arizona desde hace mucho tiempo la violencia es la única forma de hacer política.

Es en Arizona, donde grupos de racistas han tomado las armas para ir de cacería a la frontera en busca de migrantes y para amenazar a mis colegas defensores de los derechos humanos.

Es en Arizona, donde estos mismos grupos de racistas acribillaron mientras dormían en su domicilio a Raúl Flores y a su hijita Brisenia de 9 años, lastimosamente la misma edad de la pequeñita que muriera en el atentado  contra la congresista.

Es en Arizona, donde tan sólo dos días antes del atentado, un agente de la Patrulla Fronteriza asesinó a mansalva a un jovencito de 17 años edad.

Es en Arizona, donde se ha instaurado un gobierno belicoso, descarado y grotesco, que se jacta de la saña con la que somete a la población mexicana de esa entidad.

Es en Arizona, donde miles de nuestros hermanos migrantes han encontrado la muerte.

Es en Arizona, donde a pesar del terror, la muerte y la violencia, el gobierno federal despliega la Guardia Nacional, incrementa los efectivos de la Patrulla Fronteriza, militariza y agrede a la población de ese estado.

Es en Arizona, donde el clima del fanatismo patriotero desde hace tiempo atiza los ánimos e incita a la violencia.

Es cierto, es el momento de hacer una pausa, de llamar a la civilidad, a la reconciliación, al diálogo. Pero todo esto no puede lograrse con discursos y nada más, no se puede arrojar la piedra del terror y después ocultar la mano del delito.

Para que las balas dejen de tener la última palabra en la frontera, hay que luchar por la paz, pero para que haya paz, primero tiene que haber justicia.

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Autor

  • Christian Ramirez

    Christian Ramírez nació en la fronteriza ciudad de Tijuana, Baja California, México. A temprana edad, junto con su familia, se trasladó “al otro lado” y vivió en San Ysidro, California. Desde 1994 ha trabajado para promover y defender los derechos humanos de las comunidades fronterizas, ocupando puestos de liderazgo en varias organizaciones populares de la región. Se ha destacado como defensor de los derechos humanos y ha sido invitado a exponer sobre el tema de la frontera y los derechos humanos en conferencias y seminarios locales, regionales, nacionales e internacionales. En la actualidad es el coordinador nacional para asuntos migratorios del American Friends Service Committee. Radica en el histórico Barrio Logan de San Diego, California.

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