Estoy pensando en este instante de la primavera, en Bola de nieve (Ignacio Villa Fernández), una de las «voces platinadas» más importantes de la música cubana y universal.
Tuve junto a mi familia, el privilegio de conocer a esa gran personalidad irrepetible cuando yo era niño. Viajamos en el mismo avión, le hice muchas maldades hasta el punto que un día Bola me dijo: «¡Niño, tú me has jodido tanto, que voy a tener que dedicarte un concierto!»
Alcancé a verlo muy poco antes de que se fuera de este mundo. Fue un gran amigo de mi padre Roque Dalton, que le dedicó el bellísimo poema «Truco», que reproduzco a continuación.
Todos en casa aprendimos a querer mucho a Bola, que tocó varias veces en el piano que había en mi casa en la Calle J en el Vedado.
El eco de su voz y el piano, están impregnados para siempre en los techos y las paredes de mi hogar.
Sí, tenía la «voz platinada» que en honor a la verdad no sé qué coño significa, pero ¡a mucha honra!
Vete de mí
A Roque Dalton una de las canciones que más de gustaban de Bola de Nieve era «Vete de mí».
Truco, un poema de Roque Dalton
Cuando fui a verlo en el ataúd
todavía no estaba suficientemente borracho
él tenía un gesto muy raro
la cara anudada como si le doliera la muerte
la boca apretada como en un gesto de coraje
o quizás fue sólo el fruto del embalsamador
en eso de cubrirle aquellos grandes dientes suyos
con que les ganaba la moral a los pianos
de tal manera que me fui a mi casa con Rogelio Paris
y me metí de un trago media botella de ron
cosa mortal para mi estado actual de training
Aída furiosa y lo peor de todo
que Nicolás y Carlos Rafael y el Comandante
me vieron aparecer después de varios meses
de retiro creador del mundo cultural
completamente borracho como antes
cuando se supone que ya debería estar
incorporado a la pelea de algún lugar de América
pero inclusive el difunto habría comprendido
que ni siquiera se trataba de otro pequeño paréntesis más
en esta ya tan larga y antiheroica espera
que mis buenos amigos me ha costado
entre otros precios
habría comprendido que se trataba de mi deseo súbito
de estar sin estar en aquella despedida
recaída pequeño-burguesa
empeorada por las ganas de no querer entristecerme
por la simbólica muerte de este negro tan simbólico
himno su música de dos
de nuestros años más intensos
iniciáticos definitivamente marcadores
más que un pacto de sangre
o más que aquel pacto de sangre
1962 1963
años personales que el difunto no conoció
pasó por ellos tocando piano allá en el fondo
mientras nosotros planeábamos decidíamos amábamos
bebíamos la espuma de nuestra alegre furia
creábamos casi con vergüenza
metíamos la pata con melancolía
y desde luego que las victorias para después
esas cosas tan serias
hasta hubo tiempo para lanzarle al difunto una especie de gardenia
(«amo a este negro viejo que enciende
sobre los pianos su fogata de música
pastor de garzas ocres
empollando como un niño demonio la ternura»)
levemente cursi como toda gardenia
sobre todo por eso de las garzas ocres
transpolación de unas cortinas rojas de terciopelo
telón de fondo de Bola cuando cantaba en el Monseigneur
total que logré mi objetivo de pillo
estuve en el velorio de Bola sin estar y sin entristecerme
supongo que habré hecho varios ridículos e inconveniencias
entre los intelectuales y los compañeros
no recuerdo nada más que unos rostros amables
pero cuando me he venido a dar cuenta
de que verdaderamente Bola se murió
ya todo es absolutamente problema del pasado
una noticia cultural carne de aniversarios
y me alegro de no haberme entristecido
en el velorio de quien solía llenarlo todo
de alegría y juventúd
(Roque Dalton / Poema de «Un libro levemente odioso»)
Publicado inicialmente en Contrapunto, aquí.
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