Bukele y Trump: el cinismo de los presidentes
La crisis constitucional ya está aquí, pero la Corte Suprema no parece dispuesta a enfrentarse al Presidente
El lunes, en una reunión con el presidente Donald Trump, abierta a la prensa, en el salón Oval de la Casa Blanca, su homólogo de El Salvador Nayib Bukele dijo que no planea enviar de regreso a Estados Unidos a Kilmar Abrego García, el hombre de Maryland deportado erróneamente e injustamente después de que la Corte Suprema ordenó a la administración Trump facilitar su regreso.
Bukele le hizo el jueguito a Trump y contestó la pregunta de manera socarrona, previsible y despectiva. El reportero no quisiera que el presidente salvadoreño meta a un terrorista de contrabando a Estados Unidos. La pregunta es absurda. Reforzó su ironía con otras declaraciones el vicepresidente J.D. Vance y la secretaria de Justicia Pam Bondi. ¡Qué tontería! Pedir que El Salvador regrese a Abrego García… eso está en manos del presidente salvadoreño, dijo Bondi. No tengo esa autoridad, dijo el presidente salvadoreño. Si Bukele quiere, le facilitaremos un avión para que regrese al «terrorista».
Porque «facilitar» es lo que ordenó la Suprema Corte de justicia en una decisión que el gobierno federal ignora alegremente.
Es difícil exagerar el cinismo y la soberbia que emana de estas declaraciones, un cinismo que comparten ambos mandatarios.
Abrego García, para quien todavía no conoce el caso, fue deportado por error. Lo reconoció la misma administración. Fue un funcionario de ICE en una sesión de la Corte de inmigración, y no un «saboteador» dentro del departamento de Justicia como dice Stephen Miller, la eminencia gris detrás de toda esta desgracia, quien ahora afirma que la expulsión del salvadoreño a la cárcel CECOT «no fue un error.
Sin embargo, Trump se niega a hacer lo único que podría rectificar ese error: devolver a este padre de dos hijos, casado con una ciudadana estadounidense y cuya deportación había sido prohibida de antemano por un juez, una prohibición que fue olímpicamente ignorada.
Abrego García no ha sido acusado de nada. De hecho, ha sido secuestrado. Su estadía en una cárcel salvadoreña es parte de un contrato firmado entre las dos administraciones. Y como no hubo condena ni sentencia, su destino es languidecer en la cárcel salvadoreña de manera indefinida. Lo cual es exactamente lo que quiso prevenir cuando pidió – y obtuvo – la prohibición judicial de deportación por temor a ser asesinado por las maras.
Como si ello fuera poco, el gobierno federal, que se había negado expresamente a cumplir las órdenes de revertir la deportación, ahora arremete contra la decisión de la Corte Suprema de Justicia de “facilitar” el regreso de Abrego García.
En este sentido, la jugarreta de Trump es transparente: invitar a Bukele a la Casa Blanca, darle el megáfono de la conferencia de prensa, y convertirlo en la excusa para no cumplir con lo que dispuso el tribunal supremo.
Es falso que Bukele no pueda sacar al preso de la cárcel, porque no ha habido ni juicio ni condena.
El juego de palabras de los dos jefes de gobierno es una burla para el estado de derecho en ambos países.
Hemos advertido por muchos meses que la presidencia de Trump traería consigo una crisis constitucional, vale decir en este caso, un choque entre el poder ejecutivo y el judicial, donde la administración Trump confía en la protección categórica e incondicional por parte de varios de los jueces del supremo tribunal, comenzando por Clarence Thomas.
¿La crisis constitucional? Ya está aquí.