Siempre me ha interesado lo que escriben las mujeres tan vitales como capaces de ser la creación misma; y me refiero a tener la vitalidad de la buena literatura. En este caso, la escritora cubana Carmen Alea Paz me provoca la real posibilidad de una pasión inteligente que ha transcurrido a través de varias épocas desde los años 50 hasta nuestros días; épocas de transición para muchos cubanos que aún no parecen terminar.
Las historias y todos los escritos de Carmen conforman un caleidoscopio representativo de una Cuba que nunca ha dejado de ser universal. En esta ocasión, se trata de una breve novela y unos relatos, en un conjunto titulado El veranito de María Isabel y cuentos para insomnes rebeldes, del cual hice el prólogo en 1996, y que ahora, en diciembre de 2010, retomo no tanto en la perspectiva de saber si mis palabras están o no trasnochadas, como sí de estar seguro de que vale la pena proponer nuevamente, aun cuando hayan pasado 14 años de su publicación, la lectura de esta novela que, a mi juicio, todavía cuenta con una muy larga lozanía.
Hablar del mundo infinito de unos personajes novelescos, que es el mundo también de la dimensión invisible, deviene siempre un conjuro para sacar a la luz algo de las esencias humanas, entre ellas, la virtud de lo real-imaginario.
No importa que esta novela —que trata de las experiencias de una adolescente en un verano tan intenso como todos los impredecibles veranos— se pueda leer en el corto tiempo de 58 páginas. En este caso, la historia que narra la escritora cubana Carmen Alea Paz viene a ser un fragmento de la historia universal del hombre, y como tal es la proyección de lo posible que se encuentra oculto en cada uno de los lectores. Porque cada quien anda por sí mismo en el mundo, tiene sus caminos, hace y rehace sus lecturas (o mejor, sus aventuras) como partícipe de esa otra realidad de ausente apariencia que se halla dentro de nosotros y se manifiesta en el sortilegio de lo sorpresivo.
El veranito de María Isabel resulta ser una novela —más allá de su clasificación de noveleta— que desborda la simple novedad de lo ingenuo y la frescura; aspectos no menos ciertos en su correlación vida-literatura.
Entre las variadas lecturas —desde mi perspectiva de lector privilegiado, por haber sido uno de los primeros que tuvo en sus manos los originales, que no pretendo ni voy a influir para nada en las futuras recepciones que otros mejores lectores hagan de este texto— encuentro aquí la proyección de ese eterno tema del desdoblamiento como resonancia de los recuerdos, de los sueños y hasta de la imaginación creadora; eco de ese otro mundo paralelo que surge, crece y muere con cada uno, para volver a nacer y reproducirse en otros, y así sucesivamente hasta el final de los tiempos.
Pero ¡cuidado!, lo que quiero decir es que el desdoblamiento de Carmen-María Isabel no tiene que significar nada de biografía, sino de algo que la autora ha vivido en la dimensión imaginaria, que no es menos real que sus pasadas vivencias cotidianas.
A partir de su experiencia vivida, recordada y soñada la autora (que por supuesto no es María Isabel) propone una historia que toma cuerpo, solidez y movimiento por sí misma, y que luego, en el proceso social de la lectura, se independiza inevitablemente de la escritora que es Carmen Alea Paz (hablo naturalmente desde el punto de vista creativo y no legal; es decir, no de derecho de autor) y pasa a convertirse en la obra de todo aquel que la lea y la haga suya. Por tanto, esta novela, como todas las buenas narraciones, pide un lector activo (como siempre quiso Julio Cortázar) que, en la medida que se identifica con la narradora y reconoce a los demás personajes, siente que su ojo imaginativo crece para distanciarse y verse a sí mismo sumergido dentro del fenómeno narrativo del desdoblamiento.
Naturalmente que hay evocación y recuerdos, quizás de vivencias similares o cercanas, pero éstos son los recursos de la memoria imaginaria con que cuenta cada escritor y lector acerca de la vida que ha vivido y que ahora sueña.
Que el discurso de la narración semeje ser local, colorido y sencillo —como si de cierta forma quisiera retrotraer la norma lingüística del habla cubana de las décadas de los años 30 ó 40—, no es otra manera más de envolver la historia subyacente (o intra historia) en una atmósfera de época dada. En fin, el hecho de comentar en palabras más llanas que en primera instancia tendríamos la impresión de que la narradora (María Isabel) nos lleva a un barrio de La Habana, a una calle y una cuadra específica, donde salpicada de sal y pimienta transcurre la acción, un verano, al comienzo de la década de los 40; una dinámica que parece apacible y en la que los protagonistas se mueven en un ámbito, hasta cierto punto, progresista y cosmopolita que rodeaba a la bullanguera capital de aquellos años.
Pero si la novela se quedara en esa sola impresión, vista únicamente así por un crítico epidérmico, muy dado con probabilidad al “sociologismo vulgar”, El veranito de María Isabel pudiera ser considerado entonces como cuadros costumbristas, una narración de otra época, estancada en un pasado que supuestamente muy poco tendría que decir a las nuevas generaciones. Pero que me perdone ese interpuesto crítico, a quien le digo que hoy en día la literatura (la narrativa en este caso) se nutre de todas las coordenadas conocidas dentro de la vida y de su propia historia, puesto que también es ya sabido que las mismas nuevas generaciones tienen que sacar del pasado sus más estimulantes perspectivas para fundirlas con las alternativas presentes. Dicho así, más escuetamente: el sentido dialéctico del conocimiento.
Por consiguiente, esta novela se nutre de coordenadas conocidas dentro de la historia de la literatura. Habría que ver si su narración no está de alguna manera ligada con el discurso intertextual de la telenovela de hoy en día, cuando alude al aspecto psicosocial del chisme, cuestión esta muy vigente en la característica popular de cualquier grupo humano; o a sí mismo ver si no anda por las fronteras de la plasticidad, en relación con lo pictórico y/o lo cinematográfico. Hay que señalar que la joven María Isabel se dedica a indagar con su mirada, “curiosa”, en la vida oculta de algunos vecinos, desde la azotea de la casa de las tías mellizas. De aquí, el mirón (o la mirona); o mejor, el ojo imaginario, inverosímil, que al observar re-crea; capta y transgrede la realidad objetiva para hacer la suya propia; lo mismo que hará, a su manera, el lector paciente y paradójicamente activo, o sea, creador.
Los personajes —las tías Otilia y Noila, mellizas desconcertantes; Enriqueta, la sirvienta que mueve los hilos del chisme; Violeta Ravissant, la francesa, a quien el novio dejó plantada en el altar, y que después ella y sus perros aparecen en la embriaguez de una secreta y lujuriosa “muerte” que no es tal; Marjalat, quien realiza una original calistenia con sus mujeres polacas; Hugo, el presunto gigoló del barrio, y otros— se presentan en cada uno de los capítulos como seres vivos en sus diferentes individualidades y, a la par, como prototipos de personas que existen siempre en toda época. Ellos entretejen la trama y disponen el logro feliz de esta obra. Es precisamente el intercambio entre ellos y la reacción inesperada de cada uno en distintos hechos y situaciones lo que lleva al lector a identificarse con la narración y, sin darse cuenta, a formar parte de la novela mediante la evocación y el recuerdo. Todos los capítulos ofrecen así el sabor, la vitalidad y el ámbito existencial de la calle habanera de aquel entonces.
El final de la novela es sencillamente lúcido y mágico, que es decir excelente. En él se conjuga la exactitud circular de la historia con la sorpresa de otro narrador que interrumpe sin avisar, quizás el narrador ausente, que ha estado todo el tiempo agazapado, muy metido dentro de los significados de las palabras. Una sola brevísima escena y una escueta frase última dan el cierre más actual que pudiéramos imaginar… Pero repito, ¿quién es este otro narrador que con unas cinco palabras termina la novela; al menos, que interrumpe la coherencia y la continuidad de la Novela Universal, ese conjunto de todas las historias que en el mundo han sido?
Cuentos para insomnes rebeldes también merecen un comentario, tan amplio como las potencialidades que encierran, pero por ahora baste decir que son apéndices versátiles del mismo contexto de la novela; variantes que continúan otro ciclo, fragmentario y paralelo, de esa diversa y compleja historia que es la vida.
Esta segunda parte del libro consta de cuatro cuentos, uno de ellos inédito: “Lalita y sus noctámbulos visitantes”; otro “Chopin a las tres”, fue publicado en el número 3 de la revista on line Palabra Abierta, el 3 de diciembre de 2009. El titulado “La noche de Minú” aparece en la antología Narrativa y libertad (cuentos cubanos de la diáspora), publicado en 1996 en Miami; y “La eclosión del geranio”, que fue ganador en 1993 del Concurso Internacional “Enrique Labrador Ruiz”, auspiciado por el Círculo de Cultura Panamericano de New Jersey, y publicado en el volumen XXIII, en 1994, de la revista Círculo. También se publicó en la ya citada revista on line Palabra Abierta, en el número 1, el 12 de octubre de 2009.
En estos cuentos encontramos mucho de las complejidades de la vida; pero entre esas complejidades, de sentimientos y pasiones, resalta el sinsentido de la frustración como concepto existencial que une los relatos y los adhiere a la problemática de la novela comentada y que paradójicamente se revela como una experiencia de aprendizaje en extremo importante para la existencia.
Muchacha pobre y paralítica (“Lalita…”) ve sombras, encapuchados y a un ángel hermoso que le hace trucos de magia y la entretiene, pero que termina enamorándose de ella, y al final tiene que cumplir con su propio designio de frustrador frustrado.
Mujer mayor y solterona (Mimí Delré en “Chopin a las tres”) que ha vivido para la música. Sin embargo, su destino es depender de la suerte que la vida le depara en relación con su bella sobrina.
En “La noche de Minú”, una joven exiliada se reencuentra con el amor de su adolescencia. Pero la homosexualidad de su antiguo novio le juega de nuevo una mala pasada.
Calala, en “La eclosión del geranio”, acude a la santería para recobrar a su marido. Cuando los geranios florecen la historia queda envuelta en el misterio y la soledad.
En resumen, este libro es la posibilidad de sentir la rebeldía contra la frustración, contra el dolor, el desarraigo y el desasosiego, pero justamente así es a su vez la posibilidad de sentir el poder de la experiencia existencial y la tranquilidad del renunciamiento.
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Carmen Alea Paz (La Habana, Cuba). Narradora y poetisa, traductora, conferencista y profesora de idiomas. Cuenta con una maestría en lengua y literatura española e hispanoamericana. Ha sido profesora de español y literatura de la Universidad de Northridge. Ha recibido premios y menciones tanto en Cuba como en Estados Unidos. Cuentos, artículos y ensayos suyos aparecían con frecuencia en importantes revistas y diarios cubanos de la década de 1950, tales como Lux, Carteles, Vanidades, Colorama, Patria, Bazar, así como en los periódicos Avance, El País, El Mundo y Diario de la Marina. Su sección “Disquisiciones femeninas”, que publicaba el semanario dominical El País Gráfico tuvo una gran aceptación de lectores en aquellos tiempos. Asimismo fue colaboradora oficial de la popular revista habanera Romances. Ha publicado varios libros, entre ellos, El caracol y el tiempo (Poesía, 1992); El veranito de María Isabel y cuentos para insomnes rebeldes (Novela y cuento, Miami, Editorial Ponce de León, 1996); Labios sellados (Novela, Premio Internacional “Alberto Gutiérrez de la Solana”, del Círculo de Cultura Panamericano 1999, 2001); Casino azul (Novela, Universidad Autónoma de Baja California Sur, 2004); y más recientemente Risas, confeti y serpentinas, una historia familiar. Reside en la ciudad de Northridge, California. ***