Crónica: mi marcha de protesta en Los Ángeles

El sábado 14 de junio, Los Ángeles se vistió de fiesta.
Se vistió de luto.
Se vistió con la vestimenta de los condenados de la tierra: latinos indocumentados perseguidos por un conjunto de agencias de seguridad jugando a la guerra.
Se vistió de patriota, con banderas estadounidenses al derecho y al revés.
En realidad, Los Ángeles se vistió este sábado de protesta. Pero parecía una fiesta, un funeral y el relato de una condena. A todo un país.
En Woodland Hills, la intersección de Topanga Canyon y la avenida Victory fue uno de los epicentros de la manifestación contra Trump. Aquí, más contra el Trump payasesco, aspirante a reyezuelo, contra el absurdo Trump que firma decretos y edictos. Ahí estoy.
Hoy América protesta. Y escribo América en lugar de lo correcto, Estados Unidos (aunque no es el nombre de un país sino la denominación de un bloque político), porque América, América es el continente. Y parecería que es América, y Europa, las que protestan con nosotros.
Los organizadores del día sin reyes, del No Kings, que coincide con el cumpleaños del Presidente Donald Trump y el absurdo desfile militar que se regaló, han optado por una estrategia maximalista. Así, en lugar de concentrarse en uno o dos centros urbanos donde congregar manifestantes, se concentró en dos mil lugares, y en cada uno de ellos la gente protestó. Dos mil puntos luminosos en una noche tenebrosa y aterradora que se expande mucho más rápido que lo que temíamos antes de las elecciones de noviembre pasado.
Aquí en Woodland Hills, California, hay unos diez mil manifestantes, y casi todos son blancos. Los latinos escasean. Una o dos banderas mexicanas. Quizás no están porque la presidenta de México, mi paisana Claudia Sheinbaum reconoció que es una provocación izarlas. Pero más probable porque los mexicanos escaseaban.
Parecería que cada uno lleva un cartel, una pancarta que lo identifica como luchador contra el cáncer del fascismo en nuestro país. Cada uno lleva un cartel que lo identifica como humano, como vecino. Y como persona creativa. Porque los carteles creativos abundan tanto que en cierto momento desisto de mi propósito inicial de documentar sus ocurrencias.
Pero uno dice “crappy birthday Trump”, miserable, mediocre, en lugar de feliz. Mi cartel dice “Cruelty ain’t cool”. La crueldad no es cool, man. No está bien, man. Alguien me lo regaló.
Otro dice “Qué mirás bobo, andá p’allá bobo”, en su versión local, y el bobo es Trump, y quien así en la imagen es Leo Messi, que hizo famosa la frase durante el Mundial pasado. La señora que lleva el cartel nos reconoce por el acento, agita el cartel, ríe. Es de Córdoba, como el amigo que me acompaña.

Más gente se une. Cruzando la Victory, choco con un muchacho que llevaba la camiseta de la selección argentina: “Argentina, Argentina”, le digo, tratando de superar los bocinazos de solidaridad. Y él señala a su amigo, “Nooo, también Brasil”, y el amigo lleva la verde amarela.
Llama la atención es la disciplina gringa. No bloquean las calles. Obedecen las señales de tránsito. Nadie la cruza en rojo. Son buena gente. Están alineados en las veredas, blandiendo sus cartelitos y gritando de felicidad cuando los conductores los apoyan.
Es un happening. Sería feliz al verlo si no fuese tan trágico.
Trágico porque al mismo tiempo Trump goza de su desfile militar, y creo distinguir entre quienes lo acompañan a los jerarcas soviéticos Kosygin, Brezhnev, el resto de la nomenklatura. Y Trump se aferra a su solución violenta.
Y porque mientras esto relato, un infeliz mata a una legisladora de Minnesota y su esposo, hiere a otro legislador y su esposa, disfrazado de policía, se da a la fuga, y todos pensamos lo mismo: comenzó la ola de asesinatos.
Y el asesino logró su cometido: todos los eventos de protesta en el estado de Minnesota se cancelaron.
La fiesta está aguada, pero también porque en el centro de Los Ángeles los gases lacrimógenos, las bombas de estruendo reemplazan las bocinas solidarias, un ejército de policías y soldados – que no estaban en nuestro lugar – avanzan sobre los manifestantes, declaran la protesta ilegal, hace que se dispersen. E imponen el toque de queda.
Esta columna quizás tenga principio, pero no tiene fin. No hay una conclusión posible. El día es demasiado intenso, se mezclan logros y fracasos. Pero habrá seguimiento.