Desde un punto del Valle de Anáhuac
La Ciudad de México es un ente extraño geográficamente cuando te dicen que vives en el norte o en el sur, cuando estás en el centro de la mancha urbana, y cuando el oriente y el poniente son zonas que parecen pertenecer a la dimensión desconocida.
Aquí no vale orientarse por la salida y puesta del sol porque nunca sabes donde se encuentra el astro rey.
Si me desplazo un poco hacia el sur del Hipódromo me encuentro un pintoresco lugar que es necesario recorrer con un habitante de la zona, para descubrirlo y disfrutarlo desde la perspectiva de quien está dentro.
Coyoacán, que por el simple nombre uno se imagina habitado por coyotes, se convierte para un provinciano recién llegado, en uno de los que aparecen en la guía turística de rigor para quienes visitan el Distrito Federal.
El punto de partida es el Jardín Hidalgo, donde me encuentro con mi amigo y guía Miquel, que no deja de añorar su niñez en Coyoacán.
– Todo esto no tiene nada que ver con mi infancia. El centro de Coyoacán era en verdad un pueblo en toda la extensión de la palabra, muy alejado de esto que es como un Six Flags colonial. – Me dice Miquel con cierto aire melancólico.
– ¿Por qué?
– Porque esto ya se volvió un atractivo turístico y perdió el encanto. Casi todo lo que ves alrededor de estos jardines y parques que componen el corazón de Coyoacán, se volvió una zona de especulación comercial que le dio en la torre a muchos de los pobladores originales. Esto se llenó de pseudo intelectuales.
– Guaraguccis.
– Bohemios zarrapastrosos diría yo. Los intelectuales de la ciudad se dividen entre La Condesa y Coyoacán. Los de allá son más creídos que los de acá, – dice entre risas.
Muchos de los templos católicos más antiguos de la ciudad se encuentran emplazados en el corazón de Coyoacán, así que decidimos movernos en dos extremos visitando la extraordinaria Parroquia de San Juan Bautista y la modesta Capilla de La Purísima Concepción.
Para una construcción cuyos orígenes se remontan al siglo XVI y con una serie de intervenciones a lo largo del tiempo hasta la actualidad, se necesita una agudeza visual muy entrenada para reconocer los diferentes estilos que se observan tanto en el interior como en el exterior.
De una sencilla fachada se ingresa a un espacio ricamente ornamentado que intenta proyectar una imagen que parece contrastar demasiado con las típicas edificaciones franciscanas.
– El detalle es que la parroquia no era así originalmente. Se puede decir que en la última intervención estaba en ruinas, por allá de los veintes y treintas del siglo veinte. Y ya sabes, que para la Iglesia Católica había que proyectar más propaganda que otra cosa sin importar si eras domínico o franciscano.
Hay que salir un poco de la zona turística para llegar a la famosa Plaza de La Conchita, donde se encuentra la Capilla de la Purísima Concepción, que es conocida también con el mismo nombre de la plaza.
En el camino pasamos por la llamativa Casa Colorada, que fue el primer asentamiento hispano en el Valle de México y que popularmente se conoce como la Casa de la Malinche.
– Nada que ver con el nombre que le dan porque comenzó siendo un campamento militar y después una cárcel local hasta el siglo XVIII según se documenta. Pero esta construcción definió mucho del manejo de las fachadas de muchas de las casas de la época como podrás observar.
Lo primero que llama la atención al llegar a La Conchita es que toda la superficie de la pequeña plaza se encuentra empedrada.
– Todo esto se puede decir que es nuevo. Al templo sólo lo rodeaba el atrio y era pura tierra. La plaza al igual que los árboles son relativamente nuevos, igual que la pequeña cruz de cantera que está al ingresar a la plaza. La original se la robaron. Un día La Conchita ya no tenía cruz.
La primera sorpresa me la llevo cuando veo la sencilla fachada con dos cuarteaduras enormes y la puerta de acceso apuntalada.
– Es una tristeza, pero los últimos sismos la fracturaron y ya no está funcionando como antes. Este es mi lugar favorito de Coyoacán y como te darás cuenta aquí el turismo no llega porque los pobladores de cierta forma lo hemos mantenido apartado, pero al mismo tiempo lo descuidamos.
Sólo podemos asomarnos entre la abertura de las dos hojas de la puerta de madera para observar un poco del interior.
– Aquí se han filmado muchas escenas de telenovelas y pelis, pero ahora estamos pagando las consecuencias.
– ¿Sabes si hay algún templo prehispánico debajo de la capilla? – Le pregunto tomando en cuenta que muchos de los primeros asentamientos religiosos hispanos se construyeron sobre antiguas edificaciones sagradas prehispánicas.
– Es probable pero no está documentado.
Regresamos a nuestro punto de partida. Pero nos desviamos hacia el Jardín del Centenario, donde abundan todo tipo de comercios. Llaman mi atención los que venden helados.
– Se dice que los helados de Coyoacán son famosos, – comento cuando observo uno que presume de su historia en un anuncio.
– Eso es pasado. Hay unos aquí en la plaza que eran los mejores de toda la ciudad, pero los dueños fallecieron, heredaron el negocio a los hijos, estos se pelearon, se dividieron y el negocio ya no es el mismo. Se perdió el sabor y sólo quedó la fama. Creo que no hay diferencia entre estos y cualquier otro helado.
Llegamos a un restaurante donde llama poderosamente la atención un pizarrón que anuncia “Temporada de Insectos”.
– ¡Mira! – Me dice Miquel con cara de asombro.
Lo leo y no entiendo.
– Temporada de lluvias, temporada de insectos.
– ¿Insectos para comer?
– Escamoles, gusanos de maguey, jumiles, hormiga chicatana, chapulines.
– En mi vida he probado insectos.
– ¡Siempre hay una primera vez!
Pero creo que lo primero que llama mi atención es que venden pulque. Es el brebaje que he estado intentando descubrir desde mi llegada a la capital. Así que pido probar antes de ordenar un vaso.
– Te recomiendo que pruebes, porque a la primera, lo amas o lo odias y no a todo el mundo le gusta, – me dice con cara de disgusto Miquel.
– Por lo visto a ti no te agrada.
– Prefiero el mezcalito.
– Pues pediré para probar entonces.
– ¿Estás seguro?
– Venga, que después de tanto meses no voy a desaprovechar la primera oportunidad.
Mientras tanto, ¿qué pedir de comer? Larvas de hormiga, chinches, gusanos o chapulines en tacos, tamales, tostadas o sopes…
Me traen un pequeño vaso de cristal con pulque. A la vista parece agua de guanábana y huele a agua de coco. No me sabe mal a pesar de la viscosidad. Me recuerda al sabor de la cerveza Mort Subite que probé en el centro de Bruselas. Termino pidiendo el vaso.
– Entonces, ¿qué vas a pedir de comer? – repite Miquel después de verme repasar la carta tres veces.
– Un tamal de masa azul relleno de calabacitas, frijol, pepita y salsa de jumiles.
¿Qué se bebe aparte de pulque? Mucho mezcal. No sé si es una costumbre de siempre. Pero en la mayoría de los lugares donde vende alcohol, el mezcal parece que es el rey indiscutible.
– ¿Por qué tanta variedad de bebidas con mezcal?
– Es curioso, pero en un principio lo que más se vendía en estos lugares era pulque. Mira, este restaurante como la mayoría de los que están aquí donde se vende alcohol eran cantinas o pulquerías. Con esto del turismo se convirtieron en restaurantes para sacar con mayor facilidad el permiso de alcoholes.
– Si, pero ¿por qué tanto mezcal?
– Yo pienso que es una moda. Como el tequila en su momento. Pero encontrar buen mezcal, como un buen pulque, es otro rollo. Te venden cada cosa que no sabes que te estás tomando.
El tamal fue una delicia y el pulque un trago agradable.
Hay que regresar rumbo al norte. Así que me despido de mi guía y de Coyoacán esperando regresar pronto a este peculiar rincón de la ciudad.