Desde un punto del Valle de Anáhuac
Ella simboliza el punto de partida de nuestra vida, en ese instante donde nuestro ciclo comienza, cuando aguarda paciente y nos alimenta cada día en cuerpo y alma.
Para darle la bienvenida a todos nuestros sentidos y abrirnos el camino hacia el tiempo y el espacio.
Rostro que cambia entre el orgullo y la felicidad de descubrir una fuerza que simboliza el poder máximo de ser madre.
Ella nos cobija con el suave manto de su espíritu, mientras nos enseña que la vida es para dar y recibir amor.
Lanza al ser que llevamos dentro hacia la trascendencia infinita de la energía humana, esperando que aprendamos la lección de los primeros pasos como la mejor de las maestras.
Grata compañía a través de las estaciones que van y vienen, para descubrir su rostro iluminado por una bella flor, el cuerpo desnudo por el calor intenso, el cabello revuelto por el travieso viento o el abrazo caluroso de ese día frío.
Porque al final de niño descubres que la piel de ellas no es la misma y que sus ojos brillan de otra forma.
Control de las pasiones masculinas por el simple hecho de que sus instantes corresponden a un mundo desfasado al nuestro.
La razón de ser de las grandes cantidades de testosterona lanzada al mundo por ilusos amos juveniles que se disfrazan como adultos ante ellas.
Reina del juego del poder. Creadora del engaño de que somos quienes mandamos cuando en verdad ella tiene todo bajo control.
Los lazos civiles y morales se deshacen con una sola mirada de la novia, la amante, la esposa.
Porque al final ellas se colocan como amas del ayer y del hoy, a cuyos pies ceden los miedos y las penas de los hombres, para pedir perdón y demostrar que todo fue un simple juego de perder y de ganar.
¿Demasiado tarde para estos tiempos de inmediatez virtual e inteligencia emocional?
Y es que más allá de la vida, seguro una de ellas nos observa desde su trono, porque Dios no es un hombre, sino una mujer.
Feliz Día Internacional de la Mujer.