Desde un punto del Valle de Anáhuac
Sí, acepto que no cumplí mi palabra, pero seamos sinceros, si me ponía a escribir todos los días del mes de febrero, no sólo saturaba de mis tonterías la página de HispanicLA, sino terminaba por desquiciar a todos los seguidores de la misma.
Así que tenemos que enmendar un poco las cosas y ver como cerramos con dignidad el ciclo.
La computadora se ha vuelto una herramienta cada vez más lejana en estos días de trabajo intenso en que el cuerpo se cansa y el espíritu afloja, dejando al garete a la mente que sólo busca descansar para no enloquecer.
Prefiero tener la mirada fija en el cielo que en un monitor que sólo le escupe bits radiactivos a mi débil vista.
Los instantes se vuelven monótonos desde que me despido de esa realidad alterna que es el sueño, donde soy más humano que en esta vida despierto que se parece más a la de un androide.
Las noticias teñidas de rojo me tienen asqueado desde que enciendo la radio. Prefiero dejarme llevar por la música clásica bajo la ducha. La otra realidad, la de los noticieros, es una vil pesadilla para quien ama el miedo.
El primer alimento se vuelve automático ante las prisas y el paladar ya sólo está para cosas fuertes y amagas. Lo único dulce por la mañana es un par de perras amorosas y lo más importante el primer beso del día antes de salir.
El último viento invernal me despierta mientras camino hacia la boca del mundo subterráneo que fluye a través de la ciudad, punto de encuentro para reconocernos y escuchar nuestro corazón.
Sentirse vivo es reconocerse en el otro, el que comparte el vagón codo a codo en un instante a gran velocidad.
Lo que sigue es el fluir entre el engranaje del mecanismo del mercado, donde parte de nuestra fuerza y poder individual es encauzado para generar riqueza, según nos dicen.
El cuento que todos sabemos y en el cual participamos. No vale la pena tratar el punto del que todos nos quejamos.
Más vale acelerar el tiempo y regresar a toda prisa entre el tumulto de almas desgastadas, que parecieran no querer llegar a su destino, porque tal vez sientan que es peor y prefieren aterrizar a la realidad lentamente.
A mí el nido me espera, para olvidarme de la jornada, del entorno y lo que sucede a mi alrededor, para consumirme en el amor eterno que todo lo cura, mientras recupero fuerzas, en esta especie de tregua entre mi ser y el mundo.