ARIZONA – Damos tanto por sentado. Nos encanta suponer. Juzgamos con el dedo inquisidor desde nuestro privilegio, cualquiera que sea. Luego condenamos lo que no se parece a lo nuestro. “Es pobre porque quiere”; “si se pudiera a trabajar no tendría tiempo de quejarse”, “si no hubiera traído minifalda”, “si no se hubiera ido de su país”, si no, si no, si no. Exigimos lo que pensamos es lo justo y nos vamos de boca y sin meter las manos.
En Estados Unidos, los hilos del poder se mueven desde el privilegio. En las legislaturas hacen falta más voces con acento, pieles oscuras y ecos de género. Durante la pandemia ha sido mucho más evidente la falta de equilibrio en la balanza gubernamental. Unos gestionan para unos cuantos y los intereses son los que han llevado el rumbo de la contingencia por el coronavirus. Y así se van multiplicando los apoderados que se sienten con todo el derecho.
Los más privilegiados en Estados Unidos son los que dicen que no soportan la pandemia; están hastiados del aislamiento, de las restricciones, de esas órdenes que consideran estúpidas y de la ineptitud del gobierno. En Arizona hay muchos de esos. Se quitan las mascarillas y escupen barbaridades; ellos propagan los virus más peligrosos como el racismo, la discriminación y la ignorancia.
Por ejemplo, un legislador estatal comparó los cubrebocas con los tatuajes del holocausto. Si esto fuera el maratón, la ficha negra de la ignorancia hubiera salido disparada. Esas son las palabras que salen de la boca de un ignorante con privilegio. Arizona no es un campo de concentración, cuando menos no para un anglosajón conservador (aunque podríamos preguntarle a uno de los niños migrantes, pero esa es otra historia, que tampoco debemos olvidar, por cierto).
Durante una propuesta del Día del Trabajo, en un esfuerzo por exigirle al gobernador que elimine las restricciones para la reapertura en Arizona, el republicano John Fillmore demostró porqué hace tanta falta el presupuesto a la educación: le urgen unas clases de historia, otras de civismo y muchas más sobre diversidad.
En su afán por contradecir el mandato del uso obligatorio del cubrebocas en casi todos los lugares de Arizona, Fillmore hizo una declaración muy polémica y por demás errónea: dijo que los tatuajes del holocausto empezaron en Alemania en la década de los 30 y bueno, dio a entender que esa marca era casi igual a obligar a alguien a taparse la boca.
Quizá sea conveniente explicarle que la práctica de tatuar a los judíos no comenzó en Alemania, como lo dijo, sino en Polonia; tampoco fue en la década de los 30, sino pasando los 40. Tal vez sería bueno explicarle la diferencia entre una pandemia y un genocidio. Quizá lo mejor sería que se tapara la boca con una mascarilla para que dejara de decir barbaridades. Tal vez lo mejor sería regalarle un libro de historia para que no la repita.
Un cubrebocas no es el símbolo de una tiranía ni se puede comparar con la tortura de placa llena de agujas del proceso de deshumanización de los nazis. Ese número de registro era, para los judíos más ortodoxos, una desfiguración que iba en contra del Torá, ¿en qué se compara esa modificación permanente del cuerpo con el uso de un cubrebocas que se quita y pone a voluntad?
Si no lo hace por salud, que lo haga por respeto… pero que se tape la boca.