ARIZONA – Mientras en Francia los trabajadores esenciales que son migrantes tendrán un proceso acelerado para la ciudadanía como forma de agradecimiento por sus aportaciones en la pandemia, en Estados Unidos la historia es otra.
La congresista de Arizona Debbie Lesko indicó que primero habría que vacunar a los ciudadanos estadounidenses y no a los hispanos. ¿Será que nadie le ha contado que los hispanos también pueden ser estadounidenses por nacimiento o naturalización, que viven, trabajan y envejecen en territorio norteamericano?
Lesko hizo estos comentarios al tratar de defender una enmienda que les daría prioridad a los ciudadanos estadounidenses para recibir la vacuna. Esta propuesta no tuvo tracción, ya que el segregar a la población por su estado migratorio no ayudaría a mitigar los contagios, menos en Arizona, una de las entidades con mayor número de casos y muertes por coronavirus.
Los legisladores de Arizona, principalmente los más conservadores, no se distinguen por su conocimiento del mundo. No. Han vivido tanto tiempo en una burbuja privilegiada que no se han tomando la molestia de recorrer el crisol cultural que ofrece esta entidad fronteriza. Siguen con el pensamiento arcaico del sacrificio humano.
Los legisladores como Lesko representan a los que se están quedando atrás, mientras las nuevas generaciones empujan para un cambio. Eso quedó demostrado con los resultados de las elecciones presidenciales; en el aspecto local, aún hay mucho por hacer.
Aunque no hay conteo exacto de la migración no autorizada a Estados Unidos, de acuerdo con Migration Policy Institute, en Arizona viven unos 281,000 migrantes indocumentados… estos representan menos del 4% de la población. No todos son hispanos.
Negar la vacuna del COVID-19 a los migrantes indocumentados en Estados Unidos sería como darse un balazo en el pie o meterse un autogol. La mayoría de ellos han sido trabajadores esenciales durante la pandemia, han arriesgado sus vidas en pos del bienestar social y han sido rezagados de los apoyos económicos gubernamentales. Ellos sí han tenido que trabajar por cada dólar que llega a sus bolsillos sin poderse dar el lujo siquiera de soñar con uno de esos cheques de desempleo. Para ellos perder su trabajo no es una opción.
Pero cuando llega la hora de los beneficios, los blancos más privilegiados quieren sacrificarlos. “Primero los americanos”, dicen, como si los migrantes fueran una categoría inferior a la raza humana imperante, como si la vida de una persona con pasaporte estadounidense valiera más que la que se parte el lomo en el campo.
Los migrantes en situación irregular no solo carecen de una documentación que les permita vivir y trabajar en Estados Unidos; la gran mayoría tampoco cuenta con un seguro médico que le facilite el acceso a los servicios de salud; tampoco tienen beneficios públicos como asistencia social para la comida, la vivienda o por desempleo. Pero pagan impuestos y lo hacen con el anhelo de algún día demostrarle a este país que merecen estar aquí. De ellos vienen los dólares que han salvado a tantas familias durante la pandemia, los subsidios económicos y otros privilegios a los que ellos no tienen derecho. Aún así siguen en la línea de batalla contra la pandemia, el racismo, la discriminación social y los desaires.
Un Arizona avanza y el otro retrocede. ¿Quién le explica a Lesko? No, los oídos sordos no entienden.