ARIZONA – Greidys duró muy poco en Estados Unidos. Llegó, pidió asilo y la deportaron a Guatemala. No alcanzó siquiera a saborear el sueño americano que tantas noches la desveló en el camino. Hoy se arrepiente de haberse ido. Yo tengo la culpa por haber salido. Volvió a su tierra con los brazos vacíos.
En Guatemala la esperaba su madre. Nadie más. A ella la despacharon rápido y los agentes de inmigración estadounidenses dejaron a sus hijas allá, quién sabe con quién. Nunca entendió muy bien lo que pasó. No habla inglés y Estados Unidos es muy distinto a su rural Guatemala. Pero se la creyó. Su hijo y su esposo lograron cruzar antes de la política de cero tolerancia de la administración Trump y le dijeron sí se puede. Ella no pudo. No los ha vuelto a tocar en años.
Pasó casi un año antes de que Greidys volviera a ver a sus dos niñas: una de 6 años y otra de 3. Las separaron en la frontera; el papá no las podía reclamar por su limbo migratorio y la hermana de Greidys no pudo pedir su custodia porque también vive en la Unión Americana en la clandestinidad, sin documentos. Las pequeñas se quedaron, muy a su pesar, en Estados Unidos en casas con familias temporales y solo se comunicaban con videoconferencias.
Exactamente 11 meses y 12 días después de separadas, en un centro de Guatemala, logró abrazarlas de nuevo.
Soy yo tu mamá, le dijo a la más chiquita. La menor llegó primero y tenía mirada de extrañeza al verla. Greidys se desvivía en lágrimas y la pequeña no podía disimular el desconcierto. Ya vamos a estar juntas y vamos a ir a la playa, nos vamos a divertir, trataba de animarla.
Después llegó su segunda hija. Te extrañé mucho, mijita, ¡te quiero, te quiero, te quiero! Pero la niña no sabía cómo reaccionar, si creerle o no a una mamá que -según ella- la había abandonado en el extranjero y le había obligado a vivir con una familia que no conocía. Había pasado mucho tiempo y apenas se reconocían.
Cuando llegaron a casa, nada fue igual. La pequeña se adaptó al poco tiempo, pero a la más grande le sigue costando trabajo… y ya pasó más de un año de la reunificación. Hace berrinche por cualquier cosa, es violenta con su hermana, se abruma y quiere golpear lo que se encuentra y menosprecia lo que tiene en Guatemala. Allá, donde ella estaba antes, había comida, agua potable, baño, piso, abanicos, ropa, cosas, escuela, comodidades… acá toda la pobreza que se le había olvidado cuando estaba en la casa de cuidados temporales. Greidys solo espera que su amor pueda ser suficiente para compensar las carencias materiales y los traumas emocionales. Pero no lo ha sido.
Greidys y sus niñas tuvieron suerte. Son de las familias reunificadas después de las separaciones masivas en la frontera. Pero aún quedan 545 niños en el limbo. Los abogados asignados por el gobierno federal no consiguen localizar a sus padres; calculan que seis de cada 10 fueron deportados y es difícil rastrearlos. Son los niños del sistema, los huérfanos de la política y los marcados por el muro. No tienen papeles, pero sí las etiquetas.
Pero se nos olvidaron. ¿Los recordaremos en las urnas? ¡Ojalá!