ARIZONA- Hay 600 niños migrantes “perdidos” en el sistema migratorio de Estados Unidos. Tienen nombre, apellido y nacionalidad en el expediente, pero las autoridades no encuentran a sus padres. ¿Se esfumaron? No llegaron solos a la frontera; sus familias también fueron fichadas y quizá deportadas. Se quedaron en un limbo por culpa de la política de Trump de cero tolerancia. Ahora no saben qué hacer con ellos. Corrieron a los padres y se preguntan “¿dónde los encuentro?”. La reunificación familiar no será tarea fácil.
Mientras Trump se enfrenta a un segundo juicio político, Joe Biden pasa los primeros 100 días como presidente en un deshacer más que hacer. Firma una orden ejecutiva tras otra para poder arreglar los desmanes de su antecesor republicano. Cuatro años con una mala administración nos pueden hacer retroceder un siglo. Un paso atrás sirve para agarrar vuelo o para hundirnos en el fango. Nosotros estamos atascados.
Pero un mandato presidencial tras otro no es la solución. El sistema migratorio es obsoleto, está roto y corrompido. No hay un camino a la legalización de millones de personas con situaciones complicadas, peticiones familiares rezagadas y casos pendientes que se llenan de variantes con la vida y el tiempo.
Los niños migrantes que llegaron solos en el 2014 están envejeciendo en el sistema; los que llegaron acompañados entre 2017 y 2018, también. La diferencia es que a estos últimos, el gobierno los separó deliberadamente de sus padres… y eso es otro cargo de conciencia.
La reunificación familiar que ordenó el presidente Biden no será inmediata. Los rezagos en las cortes de inmigración, la burocracia y la falta de cooperación de algunos agentes representan un riesgo aún mayor. Reconocer el problema es el primer paso, la creación de un equipo dedicado a los niños migrantes es otro… pero esto no se acaba con el cotejo de expedientes y la entrega de menores a adultos que quizá apenas reconocen.
Esos niños ya no serán los mismos; sus papás, tampoco. Migrar los curte, pero la separación familiar los quema. A los pequeños se les clava la espina del resentimiento y a los grandes, el aguijón de la culpa. Hay una lucha de traumas entre órdenes ejecutivas.
Los niños migrantes pagaron -y lo seguirán haciendo toda su vida- la factura de una lucha política sin control. Los candidatos y presidentes usan esta causa como una bandera de campaña sin entender la complejidad de la incertidumbre. ¿Qué se les dice a esos niños que tienen años sin ver a sus padres? No es tan fácil. La reunificación es solo el principio de un proceso que quizá nunca se convierta en uno de sanación. Sí, esos niños que volverán con sus padres no serán aquellos que llegaron. ¿Cómo se les devuelve la inocencia?