Mi mejor amiga toma duchas frías para bajar la fiebre y entumecer los pensamientos. Tiene los ojos hinchados de no dormir, la espalda encorvada, parece que envejeció una década en lo que va del 2021 y apuesto a que sus manos están en carne viva por las alergias y los nervios. Ella, la otra hija de mi mamá, tiene COVID. Su madre también. Sus hermanas dieron positivo y su sobrinito de apenas siete meses tampoco se salvó. De una feliz Navidad se fueron a un Año Nuevo de terror.
A ellas, que se cuidaban de todo y de todos, que cerraban el portón, no aceptaban visitas y dejaron de ir hasta con el peluquero, las traicionó el amor. No hizo falta más que un abrazo. Ahora tose una y después la otra. Se cuidan entre ellas, apenas con fuerzas. Se quedan sin aliento y sé que tienen miedo, mucho. Y yo también. Las quiero con el alma.
No son las únicas que viven este calvario. En México, los hospitales están rebasados; no hay medicamentos, las unidades de COVID parecen nunca vaciarse y el personal médico está sobrepasado. En Estados Unidos es la misma historia. En Arizona, que es considerado ahora el epicentro de la pandemia por la tasa tan alta de contagios diarios, queda apenas un centenar de camas disponibles en los hospitales y las ambulancias transportan solo a aquellos pacientes que tienen posibilidades de librarla. Hemos llegado al extremo que creímos lejano con la vacuna y el aislamiento.
Estamos viviendo el lado más oscuro de la pandemia, pero también el de más luz. Cerramos los ojos para ver, sentir, rogar, rezar, descansar, suplicar, recordar, imaginar, fantasear y agarrar vuelo. La pandemia nos ha obligado a creer, a volver a juntar las manos, a orar, a pedirle a algo o alguien que nos consuele… a buscar una respuesta divina, sin importar el credo.
Las cadenas de oración en el mundo parecen eternas: Por mi papá, virgencita. Protege a mi madre, Señor. En tus manos encomiendo a mi hijo. Sana y purifica a mi pareja. Jesús, en ti confío. Que sea lo que tú quieras.¡Amén! La fe nos, las, los, me sostiene. Yo hoy pido por ellas, por mi familia de amor y elección.
La fe nos da lo que la ciencia no puede: la paz en una tormenta de emociones para la que no hay vacuna. Lo sé. Lo he visto en los ojos de ella; sé cuando se encienden de amor o de rabia, cuando los ciega el hastío o la desesperación y cuando revelan los miedos más profundos. Los veo a veces tristes deshaciéndose en lágrimas y otros días solo con la sombra del dolor. Hoy los veo turbios, cansados, intensos, desnudos y reales: una mirada con fe, a pesar de.
Mi mejor amiga es la mujer más fuerte que conozco, además de mi mamá. El mundo se le ha venido encima una y otra vez, sin tregua, por un par de años ya, pero ella se sujeta el cabello en una cola, se acomoda los lentes, se unta crema y se enfrenta al mundo con una voluntad que ni ella misma sabía que tenía. Yo creo que la sostiene la bondad que camufla de indiferencia; sí, ella es buena de las buenas.
Ella tiene COVID y yo tengo miedo. Ella tiene fe y yo también. Ella es mucho y yo oro por todos. Ella me hace volver a creer.