En noviembre pasado, el respetable The Guardian publicó un importante ensayo de la profesora Barbara F. Walter, con partes escritas por el novelista canadiense Stephen Marche y por el profesor de ciencia política de UC Santa Bárbara Christopher Sebastian Parker. Me referiré solo a la primera parte del ensayo, escrito por Walter.
Walter es una de las más destacadas expertas del país en el tema de la violencia política y el estallido y resolución de guerras civiles.
Es la autora del reciente tomo “Cómo comienzan las guerras civiles y cómo detenerlas”.
Allí, compara lo que podría suceder aquí con otras guerras civiles: estudiando los combates entre Hamas y el Fataj en la Cisjordania ocupada, entrevistando a ex miembros del Sinn Féin en Irlanda del Norte; a líderes de las FARC en Colombia, investigando la guerra civil en Siria, el golpe armado que derrocó a Robert Mugabe en Zimbabwe.
Los posibles detonantes
Inicia el libro con un evento que hubiera podido desatar la guerra civil: el complot de una milicia armada para secuestrar, sentenciar a muerte por “traición” y ejecutar a la entonces gobernadora demócrata de Michigan, Gretchen Whitmer.
Se trataba de un gupo reducido, de menos de cien militantes, muchos de ellos con entrenamiento militar o policial, llamado Wolverine Watchmen.
Como sabemos, existen grupos armados mucho más grandes y poderosos, con miles de «combatientes», una parafernalia de símbolos, gestos, uniformes y frecuentes entrenamientos. Entre ellos, los Boogaloo Bois, Oath Keepers, 3 Percenters, Proud Boys y quizás los más peligrosos potencialmente, The Constitutional Sheriffs.
El crecimiento de los Boogaloo Bois y la inacción de Facebook
Afortunadamente, el complot fue descubierto por la FBI y prevenido.
Haciéndose eco del tono subido en los últimos días de la campaña electoral de 2020, Walter se explaya sobre las posibilidades de una guerra intestina en Estados Unidos, su desarrollo cronológico y las características que asumiría.
El 8 de noviembre, los resultados de los comicios constituyeron un balde de agua fría que cayó sobre el ala MAGA del partido Republicano (que representa al menos el 85% de su caudal de votación): los demócratas conservaron la mayoría en el Senado y si bien la perdieron en la Cámara Baja, es solo por cinco votos – de 425 – lo que como se sabe ahora, desestabilizó el control de los disidentes por la cúpula del partido. La baja popularidad del presidente Biden no fue suficiente motivo para apoyar a la agrupación que una vez fue democrática y ahora es la fachada del fascismo con la cara de Donald Trump grabada en la frente.
Alrededor del partido, en su periferia pero con identificación con sus agresivos propósitos actuales, creció durante décadas un conjunto de milicias armadas, promotoras del ultra patriotismo y con diferencias entre sí respecto a la actitud hacia afroamericanos.
La interpretación pro armamentista que la Corte Suprema – actualmente la más conservadora probablemente desde la era post bélica de la Reconstrucción dio a la Segunda Enmienda de la Constitución en 2008 estableció la legalidad de la tenencia de armas de guerra en manos de civiles, con cada vez menos condicionantes. Esto no solamente alentó y posibilitó la ola de asesinatos masivos llevados a cabo por individuos, sino también fortaleció a estas organizaciones protofascistas.
Urgencia para definirse
La urgencia en definir la aterradora posibilidad de una guerra civil devino del ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021 por una turba parcialmente armada, instigado por el entonces presidente Trump después de su derrota electoral para impedir el traspaso de poder, por ataques terroristas contra blancos civiles odiados por la derecha trumpista – afroamericanos, latinos, judíos, y por el beligerante tono que todavía es común en las redes sociales. Allí, especialmente en las plataformas preferidas por ellos como Gab, Parler o Truth, recientemente lanzada por Trump, el término “guerra civil” es frecuente, y no de manera peyorativa.
Después del evento ya conocido como “Seis de enero”, hubiera parecido que se calmaron los ánimos. Quizás fue la reacción – tardía pero positiva – del departamento de Justicia liderado por el juez Merrick Garland, que ordenó la investigación de la FBI que llevó al arresto y enjuiciamiento de centenares de miembros de las milicias armadas, solo en los primeros doce meses.
¿Cuál es la situación actual?
Establece Walter como evento parteaguas que renovó los llamados a la guerra civil la búsqueda de documentos secretos en la casa del expresidente Trump, que los habría sustraído de la Casa Blanca de manera ilegal. Ese mismo día, el 8 de agosto de 2022, la frecuencia del término “guerra civil” en Twitter subió en 3,000%.
La gente cree en la guerra civil
En esos días – y hasta ahora, subió la probabilidad de que Trump sea enjuiciado al cabo de al menos una de las múltiples investigaciones que se llevan a cabo en su contra, desde su involucramiento en la intentona de golpe de estado en el Capitolio, su llamado a fraude electoral en Georgia, sus negocios ilegales en Nueva York y más.
Tanto el ex presidente como sus seguidores amenazaron con que si él resultara acusado, nuevamente, estallaría la “guerra civil”.
En enero de 2022, el 34 % de los estadounidenses encuestados dijo que a veces estaba bien usar la violencia contra el gobierno.
Y en agosto, el 58% de los republicanos encuestados por The Economist y You Gov opinaron que la guerra civil era probable en los próximos diez años. Para la cuarta parte de ellos era una certeza; para el resto, una alta probabilidad.
Dos de cada tres encuestados dijeron que las divisiones internas del país se multiplicaron en un año. Así lo afirmaron el 58% de los identificados como demócratas, y el 75% de los republicanos.
Cómo será la guerra
Sin embargo, la mayoría aún cree que no habrá guerra civil en nuestro país. Walter enumera tres razones que estos esgrimen:
- El gobierno estadounidense es demasiado poderoso para que alguien lo pueda atacar.
- El país no está dividido a lo largo de líneas geográficas, como en abril de 1861.
- Es imposible creer que los estadounidenses comiencen a matarse entre sí.
Su respuesta es que esta segunda guerra civil no será como la primera. ¿Qué tipo de guerra será, entonces? Así escribe:
(Será) “una guerra de guerrillas librada por múltiples milicias pequeñas repartidas por todo el país. Sus objetivos serán los civiles, principalmente grupos minoritarios, líderes de la oposición y empleados federales. Jueces serán asesinados, demócratas y republicanos moderados serán encarcelados por cargos falsos, iglesias afroamericanas y sinagogas bombardeadas, peatones asesinados por francotiradores en las calles de la ciudad y agentes federales amenazados de muerte si hacen cumplir la ley federal… (para) intimidar a los grupos minoritarios y a los opositores políticos para que se sometan”.
Este es, precisamente, el plan estratégico de una de las principales milicias armadas, la de los Proud Boys, algunos de cuyos líderes y miembros están siendo juzgados por su participación en el ataque al Capitolio.
Sigue la autora:
“En este punto, los extremistas violentos están utilizando armas sofisticadas, como artefactos explosivos improvisados, y comienzan a atacar infraestructuras vitales (como hospitales, puentes y escuelas), en lugar de atacar solo a personas.”
Se refiere a un informe de la CIA, ya preparado en 2012 y que fue recientemente declasificado, que detalla los métodos que supuestamente usarán los terroristas.
Las condiciones ya existen
Dos condiciones son necesarias para el estallido de este tipo de guerra civil en Estados Unidos, establece Walter. Y ya existen. Detalla la autora: La primera. el faccionalismo étnico, cuando los partidos políticos “se basan en una identidad étnica, religiosa o racial en lugar de una ideología”. La segunda, que el gobierno está entre la democracia y el autoritarismo, lo que ella llama “anocracia”.
De allí a la violencia – la que podría estallar en noviembre de 2024 – el tramo es breve. Su análisis es que se requieren cuatro condiciones, y las cuatro, nuevamente, ya existen:
- “una elección altamente competitiva que puede cambiar el poder,
- división bipartidista y basada en la identidad,
- sistemas electorales bipartidistas en los que el ganador (con el 50% más un voto) se lo lleva todo
- las identidades políticas son polarizadas, y
- falta de voluntad para castigar la violencia por parte del grupo dominante”
Debilitamiento vertiginoso
Las instituciones democráticas, en efecto han perdido fuerza vertiginosamente durante la presidencia de Trump (2016-2020), y siguen perdiéndola, estado por estado, con implicaciones no solamente políticas – el ataque al derecho al voto y el hecho que la mayoría abrumadora de los votantes republicanos aceptan que estas elecciones fueron fraudulentas porque perdieron, es el más aberrante – sino morales, económicas, religiosas, etc. Totales. De ellas el asalto de la Suprema Corte contra la mujer y su derecho al aborto es solo una parte.
“Las guerras civiles casi nunca ocurren en democracias plenas, sanas y fuertes”.
Personalmente, creo que nunca fuimos una democracia “plena, sana y fuerte”, como, por ejemplo, las escandinavas.
Esto me trae (GL) a la memoria el último show del conductor Bill Maher, el 17 de febrero en HBO, en el que proyectó escenas de peleas físicas dentro de los recintos parlamentarios de varios países. “Nos reímos de ellos y decimos que aquí no puede suceder… pero aquí puede y va a suceder”, dijo, y mostró escenas del reciente discurso del Estado de la Nación pronunciado ante ambas cámaras del Congreso por el presidente Biden, en el que fue abucheado e insultado por varios republicanos, especialmente Lauren Boebert y Marjorie Taylor-Greene.
Los otros causantes
No son estos los únicos motivos que facilitan el proceso negativo. Se les puede agregar la crisis del medio ambiente, cuando las consecuencias del calentamiento global comienzan a causar serias calamidades; la inequidad económica – ricos increíblemente ricos y más pobres; la proliferación de armas de fuego y el fetichismo que a eso acompaña; el mito del individualismo, que tantas desgracias ha causado a generaciones de jóvenes (de todas las máximas, el de “nunca te rindas”, never give up, es la peor).
Walter está de acuerdo en que el futuro no augura nada bueno. Afirma que en las elecciones presidenciales y generales de 2024, los republicanos no aceptarán ningún resultado en el que sean derrotados. Los cita: “somos una república, y no una democracia”. La situación es crítica, dice. Especialmente por la identidad del grupo que iniciará la guerra civil, los cristianos blancos.
“Es el grupo que alguna vez fue políticamente dominante pero que está perdiendo poder. Es la pérdida de estatus político, una sensación de resentimiento de que están siendo reemplazados y de que la identidad de su país ya no es suya, lo que tiende a motivar a estos grupos a organizarse”.
Y finaliza: “Hoy, el partido Republicano y su base de votantes cristianos blancos están perdiendo su posición dominante en la política y la sociedad estadounidense como resultado de los cambios demográficos…”
Los blancos no latinos, como dice el lenguaje del censo, quienes dejarán de ser mayoría a mediados de siglo.
Si es que no cambian la situación.
Una posible solución
Y no es que Estados Unidos sea el único país que se desliza hacia el fascismo, aunque sí es el determinante. La mitad de Europa sufre un renacimiento de la extrema derecha.
Finalmente, reconociendo que las organizaciones políticas son demasiado débiles – los demócratas – o coparticipantes como los republicanos para avanzar en la solución, Walter propone la regulación de los medios sociales, una solución, dice, “potencialmente fácil”.
“Regular las redes sociales y, en particular, los algoritmos que empujan de manera desproporcionada la información más incendiaria, extrema, amenazante y que induce al miedo a los feeds de las personas. Quite el megáfono de las redes sociales y baje el volumen de los matones, los teóricos de la conspiración, los bots, los trolls, las máquinas de desinformación, los traficantes de odio y los enemigos de la democracia. El resultado sería una caída en la ira colectiva, la desconfianza y los sentimientos de amenaza de todos, dándonos tiempo para reconstruir”.
La profesora no opina si este paso es factible, ni elabora las posiciones de los dueños de estas plataformas.
Fuera de esa opción, aclara sin embargo, no se está haciendo nada para evitar el colapso.
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