Cuatro días fueron suficientes para ponerme al día con las series de Netflix; vi la de la vecina que denuncia un asesinato desde su ventana, la de una estafadora que se hace pasar por heredera alemana, una de romance empalagoso y otra de esas españolas que siempre me encantan.
He pasado más de una jornada laboral semanal frente al televisor y siento que me estoy volviendo un fósil en el sillón.
Después de dos años de haberme escapado de un contagio, mi prueba casera salió positiva; dos PCR más lo confirmaron. Soy una portadora casi asintomática del virus. Solo tengo dolor de cabeza y un cansancio acumulado que cargo con mucha gracia; pero eso es lo de siempre. No puedo notar la diferencia. Solo que la cabeza no me da mucho para leer ni pensar. Trabajo poco, lo básico y no más. Me agoto. Sí, sé que necesitaba descansar, pero el COVID me obligó hacerlo. Ahora estoy arañando las paredes. ¿Cómo le hicimos durante el aislamiento obligado y el voluntario?
Aun así, estoy consciente de que me quejo desde el pedestal del privilegio. Soy una periodista independiente cuya oficina es el sofá o una cafetería. Tengo mi horario y mis plazos, y una flexibilidad laboral de la que pocos pueden presumir. Tengo una red de apoyo grande y sólida. Soy una minoría y, no, no fue suerte.
Sé que hay muchos que no pueden pausar para sanar; la necesidad es más grande y los obstáculos más desafiantes. Sí, entrando a este tercer año de pandemia, la situación no mejora para millones que aún están desamparados frente al virus que tiene a los más privilegiados aburridos y enriquecidos. La brecha no se cierra, se ensancha.
La enfermedad, a pesar de lo leve de los síntomas, me hizo recordar las disparidades sociales y las necesidades que muchas veces ignoramos. Además, me di cuenta de que a pesar de que he investigado mucho sobre el virus y la mitad de mi trabajo es verificar información de la pandemia, tengo muchas dudas. El temor y la incertidumbre juegan con nuestra cabeza y en algún momento ponemos en duda algo o todo.
Son esos momentos de vulnerabilidad los que nos hacen susceptibles a la desinformación. Tenemos hambre de saber algo que nos consuele, que nos conforte y podemos creer lo que mejor se alinee a nuestra filosofía. Eso me da miedo. También hay vacuna para eso y es la información verificada, el diálogo, la experiencia, los expertos y la comunidad.
Ese es otro de los privilegios más grandiosos que tengo con Conecta Arizona.
Como sociedad deberíamos luchar para que todos tuviéramos acceso a servicios de salud, a pruebas gratuitas de covid que sean confiables, a vacunas de alta efectividad, a incapacidades médicas por una infección propia o familiar, a tener un ingreso seguro cuando nos vemos obligados a parar por un contagio, a información verificada del virus, las vacunas y las variantes, a apoyo en nuestro idioma con una perspectiva de inclusión, género, cultura e entendimiento, a un periodo de recuperación digno o la mera capacidad de sanar sin ser castigados por haber sido vulnerables a una enfermedad que se nos salió de las manos.