David Hernández, al que le quemaron un libro

Entramos a un edificio amorfo, con dos puertas de vidrio y un amplio pasillo amorfo. En la primera puerta nos dicen que no, que ahí no es la Editorial Universitaria, que es en la puerta de enfrente. Con Miguel Lemus, el fotoperiodista, nos dirigimos a la puerta de enfrente. Tocamos. Abrimos. Entramos. Y ahí, frente a nosotros, aparece David Hernández, el poeta y novelista que nos ha traído hasta este lugar. Está en su escritorio, rodeado de libros y papeles.

— ¿Cómo le va, señor? —le pregunto mientras le extiendo la mano.

David nos observa con desconfianza y tras un corto silencio pregunta:

— ¿A quién buscan ustedes? ¿A David Hernández?

— Así es.

— No. Pero ustedes se han confundido. Yo no soy David Hernández. David Hernández está allá, al fondo.

Por un momento nos hace dudar. Pero cuando giramos el cuello para ver a la persona que nos ha señalado, caemos en cuenta que nos está engañando. El hombre que está al fondo de la oficina no es el hombre que hemos visto en las fotos de los periódicos. Una risotada delata su broma. Le  explico el motivo de nuestra visita: queremos saber sobre sus viajes por la extinta URSS, su colaboración con la guerrilla y sus peripecias literarias. David parece estar ante una emboscada sin salida y acepta de buena gana. En seguida comenzamos una extensa plática con la que se construye la siguiente narración.

***

I- Preguerra

A inicios de los años setenta, cuando los movimientos guerrilleros comenzaban a dar sus primeros golpes en San Salvador, surgió un grupo literario denominado la Cebolla Púrpura. Los fundadores fueron tres jóvenes poetas, capitalinos, que no sobrepasaban los treinta años: Jaime Suárez Quemain, Roberto Góngora y David Hernández. La actividad fue intensa: fundaron una revista, publicaron poemas en periódicos, dieron recitales y tuvieron contacto con las incipientes guerrillas urbanas. También se enrolaron con grupos de sindicatos. Sus referencias literarias eran, en el terreno nacional, los poetas de la Generación Comprometida y, en el plano latinoamericano, César Vallejo, Pablo Neruda, Nicanor Parra, Ernesto Cardenal y otros.

De los tres poetas fundadores, solo David Hernández sobrevivió. Los otros dos fueron asesinados durante la guerra civil. Su generación fue como una generación perdida. Suárez murió en 1980, cuando dirigía un periódico de izquierda llamado La Crónica del Pueblo. Y Góngora fue asesinado en 1982, en Guazapa, cuando combatía contra el Ejército desde las Fuerzas Populares de Liberación (FPL).

— ¿Y usted no se vinculó con ningún grupo guerrillero? —pregunto.

— Yo nunca me he organizado. La única organización a la que pertenecí fue los Boy Scout cuando era joven, que, por cierto, me expulsaron por insubordinación  —dice David mientras empuja su cuerpo hacia atrás y se acomoda en su silla.

— ¿Pero simpatizaba?

— Sí, había una identificación a nivel de política, una idea general de confrontación con la dictadura militar.

David recuerda que a mediados de 1971 tuvo un extraño encuentro, en el municipio de Ciudad Delgado, con una persona enigmática que intentó reclutarlo para las FPL, y, que, solo años después supo que era Salvador Cayetano Carpio, el comandante Marcial, máximo jefe de esa estructura guerrillera. El contacto lo hizo un amigo al que conocía como el Drácula, quien, según recuerda, muchos años después fue ejecutado luego de ser descubierto como agente policial.  El encuentro fue breve, de pocas palabras, una invitación a secas para integrar esa guerrilla. Pero David no aceptó. No aceptó porque siempre se ha considerado un hombre temeroso, cobarde, que odia las armas sobre todas las cosas.

Parecía una contradicción. Pero no la era.  En ese tiempo David era más conocido como dirigente estudiantil y no como un poeta que escribía en las páginas de los periódicos, sobre todo en diario El Mundo, donde su director, Cristóbal Iglesias, le había otorgado a su grupo un espacio literario. Por eso es que el comandante Marcial, un hombre notable por su aversión hacia los intelectuales, había tratado de reclutarlo pensando en sus cualidades organizativas.

Eran días de gran agitación social, de represión, de efervescencia en los núcleos de izquierda. Un año atrás, en 1970, el comandante Marcial había roto con el Partido Comunista Salvadoreño y había creado su propia organización guerrillera para hacer la revolución armada, mientras que los comunistas continuaban batallando en el terreno electoral para llegar al poder a través de una coalición partidaria con los socialdemócratas y democratacristianos.

Nada de eso era nuevo para David. Años antes, cuando todavía era un adolescente, había tenido acercamientos con un sindicato afincado en la Plazuela Ayala, en San Salvador, denominado Unión de Trabajadores de Ferrocarriles (UTF).  El novelista había nacido en esa misma comunidad el 3 de marzo de 1955.

Uno de sus vecinos era un obrero ebanista llamado Armando Arteaga, quien, a mediados de los años setenta, sería conocido como Pancho, el guerrillero que fue asesinado junto al poeta Roque Dalton en circunstancias oscuras. A Pancho lo conoció y lo trató a distancia. Quizá por eso, muchos años después, cuando estos dos fueron asesinados tras una disputa al interior del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), investigaría con obstinación ese caso.

No era nada extraño que, a inicios de los años setenta, el mundo de David oscilara en dos extremos. La política y la literatura. La literatura y la política. Ambas cosas  iban de la mano. Era la tendencia de época. Un día podía estar escribiendo un poema, un relato, un artículo literario; y otro día estaba repartiendo propaganda, protestando en una plaza pública o tomándose una escuela. Iba de un lado a otro. Frecuentaba a los poetas de la Generación Comprometida, especialmente a Manlio Argueta y a Roberto Armijo, quienes laboraban en la Editorial Universitaria, el primero,  y en la Librería Universitaria, el segundo. Ahí se nutría de buenas lecturas. Pero también aprendía de la experiencia política que estos habían adquirido en el terreno social.

La formación académica de David era una paradoja. Escribía literatura pero no estudiaba ni letras, ni periodismo, ni ninguna otra carrera vinculada a las ciencias sociales. Estudiaba Ingeniería Agronómica y era uno de los alumnos más destacados en esa carrera. Llevaba excelentes notas. Así lo recuerda el novelista. Fue por eso que, en 1976, le llegó una invitación tentadora, difícil de rechazar, de personas no tan conocidas que laboraban en la Universidad Nacional.

— Me contactaron en la Universidad y me hacen la propuesta. El problema, me dijeron, es que solo hay boleto de ida, no sabemos cuándo vas a regresar. No importa, les dije…

— ¿Pero estas personas eran de alguna organización de izquierda?

— Bueno, me imagino que era gente vinculada a la izquierda. Pero yo fui como un tonto útil. Me fui enganchado. Pero eso me di cuenta hasta después. ¡Jaja!

II- Viaje a la URSS

Otro mundo. La URSS era otro mundo al cual David se había acercado solo a través de las lecturas de Shólojov, Pasternak, Dostoyevski, Tolstoi. Pero en 1976 vivió esa experiencia en primera línea. Los soviéticos analizaron su formación agronómica y le hicieron ver que en esas tierras no se cultivaba café, pero que buscarían un producto familiarizado con sus conocimientos.

Fue así que lo enviaron a Tayikistán, una región ubicada entre la frontera de China y Afganistán donde se cultivaba abundante algodón. Ahí estuvo un año. Después lo enviaron a hacer cítricos al Mar Negro. Y, por último, estuvo cinco años en Kiev, estudiando maíz.

Durante esos años, David no desatendió la literatura. Siguió leyendo. Siguió escribiendo. Tampoco se desprendió de la política. La información era limitada. Solo tenía acceso a la prensa cubana y soviética. No podía hablar por teléfono para comunicarse con amigos y familiares. Pero se enteraba de los últimos acontecimientos de su país a través de los salvadoreños y latinoamericanos que pasaban por la URSS. Eran días agitados.

La noche del 29 de diciembre de 1979 no pudo dormir. Se encontraba en una vivienda de Dusambé, capital de Tayikistán, cuando escuchó pasar los tanques soviéticos que se dirigían a invadir Afganistán. Al día siguiente los salones de clases estaban vacíos. No había estudiantes soviéticos. Solo latinoamericanos. Uno de los instructores explicó que los estudiantes se habían alistado como traductores del Ejército Rojo. También les detalló todo el problema con Afganistán.

—La pregunta era por qué habían violado la soberanía —dice David, mientras se acomoda el saco azul puesto al inicio de la entrevista—. Recuerdo que hicimos una visita guiada y yo, que siempre fui muy crítico, hice esa pregunta. Todo fue muy aleccionador. Los soviéticos ya tenían claro, en el 79, el problema del fundamentalismo. Recuerdo que el instructor me dijo en ruso: “Occidente después nos va a agradecer. Aquí le estamos haciendo el trabajo sucio a Occidente”. Y así fue.  Después vinieron todos los problemas del fundamentalismo.

— ¿Escribió algo en esos años?

— Sí. Escribí un diario de siete años y una novela. Pero, desgraciadamente, estando en Praga fui a despedirme del mundo socialista. Fue ahí por 1983. Entonces me gustaba beber cerveza y ahí perdí todos mis manuscritos. No sé si los perdí o me los robaron, porque en esos textos era bastante crítico. Yo llevaba un diario de todo. Eran como seis cuadernos.

David se despidió del mundo socialista, desilusionado, convencido de que los gobernantes de la URSS habían sido incapaces de llevar la justicia que tanto pregonaban. Pensó en radicarse en Italia para dedicarse a tiempo completo a la literatura. Pero ocurrió algo imprevisto.

— Decido irme a Italia. Pero, como iba borracho, el tren me llevó a Berlín, a Berlín comunista. Al despertarme me di cuenta dónde estaba. Ya en esa época conocía bien Europa Oriental y Occidental, excepto Albania, entonces compré el billete de metro que valía un marco alemán y pasé a la otra Alemania.

— ¿Y se dedicó a escribir?

— Al llegar a Berlín Occidental puse solicitudes de beca en varias fundaciones. Tres de ellas me contestaron que estaba becado, pero al final me fui con la Friedrich Ebert. Me aprobaron hacer un doctorado en ciencias agronómicas, pero yo había trabajado un año como agrónomo principal en Ucrania, que, por cierto, trabajé como a 60 kilómetros de Chernóbil, y cuando me vengo, como al año siguiente, estalló….  Pero de ahí me aburrí de trabajar como agrónomo. Como lo mío siempre había sido la literatura, entonces decido estudiar filología germánica.

III- Inquisición

A David le quemaron una novela. Fue el primer escritor salvadoreño que vivió la inquisición después de la guerra civil. Su producción literaria no es vasta, pero sus pocos libros han desatado una avalancha de polémicas.

El primero es una recopilación de cuentos y poemas que publicó en los años setenta y que ahora es difícil de conseguir. Su título es Prehistoria de aquella declaración de amor.

El segundo libro es Salvamuerte, inspirado en un grupo de salvadoreños que estuvieron en la Unión Soviética y que fueron conocidos como «los esquimales». Muchos de ellos se sumaron a la guerra y murieron. Otros sobrevivieron. El tercero es Putolión, una novela incendiaria que narra los años de La Cebolla Púrpura con mucho humor, con irreverencia, con desenfado. El libro fue publicado por UCA Editores en 1995, pero, según el novelista, fue retirado del mercado seis semanas después.

— ¿Qué fue lo que pasó con ese libro?

— El libro se publicó, pero lo retiraron y lo quemaron. Una vez que yo vine a El Salvador, ahí por 1998, porque yo vivía en Alemania, vino el señor que le tocó quemar la novela. Era el jefe de talleres de la UCA y vino a pedirme una disculpa: “Lo quería ver, me dijo, es que a mí me ordenaron quemarla y cumplí órdenes”. Parece que hubo un malentendido, alguien le fue a decir a David Escobar Galindo que esa novela era contra él, lo cual es falso. La novela no toca a Escobar Galindo. Es sobre la Cebolla Púrpura. Pero Escobar Galindo creyó que era contra él y escribió una carta a la UCA, y Rodolfo Cardenal (director de la editorial) me escribió diciéndome que ya habían quemado el libro. Ni siquiera me consultaron.

— ¿Qué explicación le dio Cardenal?

—Lo que pasa es de que yo le había dado a Manlio la novela. Ahí hay una parte de un desfile bufo donde dice “David Escoba, que lindo culito”, pero eso no implica que ese sea Escobar Galindo. Pero él mandó una carta a Cardenal. Creo que estaba en juego una subvención bien jugosa del ministerio de Educación para la UCA y retiraron el libro. Lo quemaron.

— ¿El libro se publicó después en España?

— Antes de eso llegó un periodista de El Diario de Hoy a visitarme, pero yo me negué a darle declaraciones. Algunas personas me habían dicho que no cayera en provocaciones porque la derecha iba a aprovecharse y acusar a los jesuitas de quemar libros. Entonces me negué a hablar. Yo era miembro del PEN Club y de la Asociación de Escritores de Alemania. Comenzaron a llamarme, pero yo no busqué protagonismo. Entonces llegó un editor español y me dice: “Mire, usted se ha sacado la lotería, le quemaron su novela y con eso, puta, vamos a hacer plata”. ¡Jaja!

— ¡Jaja!

— Me dijo que tenía un plan. Me explicó que iba hacer una novela ignifuga, con un material que es contra fuego. Así fue que sacó como 5,000 ejemplares. Me llevó a España y me presentaba como en circo: “Al que le quemaron la novela”. Incluso, la portada tiene un cuadro de la inquisición. A los días me llamó y me dijo: “Qué suerte, su novela está vendiéndose en El Salvador, compraron toda la edición”. Pero aquí no circuló. Alguien la compró y la ha de haber tirado al mar. ¡Jaja!

David siguió escribiendo. En 2004 ganó el premio Afaguara con su novela Berlin años guanacos, una trama de detectives y espionajes, mitad en El Salvador y mitad en Alemania. Su última novela es Roquiana, publicada en 2014, la cual narra la truculenta historia del poeta Roque Dalton. La elaboración fue un arduo trabajo, de muchos años de investigación, de recopilación de documentos, de un sinfín de entrevistas. El libro es polémico por develar partes no tan conocidas de la vida del poeta. También ha publicado ensayos sobre la historia literaria del país.

Actualmente es el director de la Editorial Universitaria, donde ha rescatado La Universidad, una de las revistas más antiguas de Centroamérica. También ha publicado a poetas poco conocidos de la guerra y a los mejores poetas contemporáneos.

***

David Hernández ha terminado de hablar. Nos despedimos. Atrás dejamos el edificio amorfo, con dos puertas de vidrio y un pasillo amorfo… Y a un novelista al que le quemaron su novela en tiempos de paz.

Publicado inicialmente por Diario 1

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