Cuando la escritora cubana Josefina Leyva publicó El aullido de las muchedumbres, en 1993, quizás no pudo prever que su libro supondría un embrollo en cuanto a su clasificación en género, al creer que mezclaba la historia y la ficción en una especie de novela de costumbrismo épico.
En realidad, la creación —en la ficción o la no-ficción, y aun en la simbiosis de ambas— resulta ser, en muchas ocasiones, un algo venido de las extrañas regiones del talento y/o del espíritu, para incluso, a veces, terminar siendo asombro de su propio autor.
Este asombro, que es aquí El aullido de las muchedumbres, a mi modo de ver, no se limita sólo al hecho histórico ni al costumbrismo literario (este último ya pasado de contexto, en su concepción más clásica, trasnochado, para los recursos dinámicos que requiere la narrativa contemporánea), sino que abre también las fronteras del documento psicosociológico, la crónica, el reportaje y el testimonio, entre otros géneros y categorías, más allá de cualquier polémica política e ideológica, dentro del complejo proceso que ha sido el llamado fenómeno de la Revolución Cubana.
Los personajes ficticios —conducidos por la voz del narrador, que en este caso sí se identifica con la autora— es el instrumento que se emplea para hurgar, especulando, en la intimidad de los trasfondos psicológicos y en los secretos que ha ocultado la historia oficial del Castrismo en Cuba.
La romántica María de Lourdes y los ojos observadores de Felipe y de Mario son tres de los coprotagonistas (un cuarto papel coprotagónico lo viene a ser aquí las muchedumbres) dispuestos para develar las interioridades objetivas de una sociedad que pasa —a través de un utópico sueño de libertad— de una república diezmada por las corrupciones y las tiranías a una pesadilla totalitaria in extremis, y asimismo al mundo subjetivo de conocidos personajes reales que con sus conductas guardaban (guardan) las verdaderas intenciones por hacerse del poder (y mantenerse en él) a toda costa.
En efecto, este libro desde un punto de vista de catalogación bibliotecológica; digamos, en lo que se refiere al género atribuible, si es novela o documento histórico y/o psicológico, sociológico, o de crónica, reportaje o testimonio, no es —en mi opinión— ni uno ni otro; sino algo así como un ser-no ser, que se proyecta y se niega sucesivamente, porque en su contexto contiene e integra a todos esos géneros mencionados.
En este caso, su carga de documentación histórica y sociológica es de tal magnitud, que rebasa la posibilidad de considerarla propiamente como una novela, debido a que su narrador omnisciente (concebido dentro de la intención del más clásico de los narradores omniscientes, pensemos en un Tolstoy, en un Blazac o en un Víctor Hugo) está permeado por la dependencia a la cronología fáctica y por el pensamiento, constante, de la autora. Lo que quiero decir con esto último es que las declaraciones de los personajes reales y ficticios obedecen a los criterios de la autora.
De esta manera, el hilo de la trama no se encuentra dado por la dinámica ficcional en que aparecen los personajes, sino por la cronología de los hechos históricos, en cuanto a que son llevados de la mano del narrador (autora) con el propósito de interpretar la otra cara, la oculta, de importantes acontecimientos que han tenido lugar en la historia de Cuba, desde la década del 30 hasta los tiempos actuales.
Por tanto, los personajes —fundamentalmente los protagonistas mencionados— responden al hecho de proponerse develar el entramado de los sucesos acaecidos antes y después del triunfo de la Revolución.
Lo interesante de sus revelaciones (dado también por el válido recurso de la especulación literaria) frenan sus propias virtualidades de autenticidad y espontaneidad como personajes surgidos de/y en la ficción.
Es como si la realidad histórica se quisiera autorrehacer y, al mismo tiempo, pretendiera re-crearse a sí misma, en su afán por demostrar los secretos a voces de la verdadera historia. De modo que así El aullido de las muchedumbres transita por el complicado laberinto de la documentación histórica.
Verdaderamente, este libro expone, con acierto, que a una gran parte del pueblo cubano, el fenómeno de la Revolución le ha hecho aflorar ese defecto de muchedumbre que puede tener cualquier pueblo. Así, se le ha venido desvalijando de sus tradiciones y concepciones éticas; para convertirlo en masa que obedece a los instintos de una violencia programada, sistematizada, energizada constantemente por la voz del líder.
El “pueblo” entonces, trasmutado en muchedumbre, se deja arrastrar por falsos valores de patriotismo, y recorre por tanto esos tenebrosos senderos históricos que han sufrido otros pueblos como son el judío, el francés y el alemán, entre tantos y tantos que conforman la historia humana.
Habría que revisar las características antropológicas del cubano y comprobar en qué medida el “Máximo líder” de la isla, como los ídolos hebreos, Napoleón o Hitler, llega a representar esos falsos valores de una “omnisciencia universal”, que dominan, excitan y hasta llevan a la mitomanía a toda una conciencia colectiva, para transformarse (el líder) en esa oscura y negativa “encarnación de la patria”.
En este sentido, El aullido de las muchedumbres aparece como interesante documento sociológico. Nuevamente recuerdo ahora el caso extraordinario —por supuesto, salvando las distancias temporal, geográfica y creativa— del argentino Domingo Faustino Sarmiento, quien escribió Facundo probablemente pensando en el género de la novela (sin que lo fuera) y, sin embargo, su obra pudo dar una explicación histórica y sociológica de las causas que dieron lugar a la tiranía de Rosas.
Sólo el tiempo y un análisis comparativo, podrían decir en qué medida estos dos libros se funden en un abrazo humanístico, muy ligado quizás por el anhelo romántico de reivindicar el sufrimiento de sus respectivos pueblos.
Por otra parte, pienso también en destacados escritores venezolanos, como son Arturo Uslar Pietri, Francisco Herrera Luque y Denzil Romero, que han dado importantes obras que tratan la historia de su país, dentro de una polémica perspectiva novelística para la crítica; libros como La isla de Robinson, Los amos del Valle y La tragedia del Generalísimo, respectivamente, quedan aún en la expectativa de su clasificación.
Junto a todo esto, no obstante, se ha llegado a reconocer por parte de la crítica especializada que, en definitiva, el encasillamiento o etiqueta de una obra escrita dentro de un género o categoría no tiene que importar a la hora de reconocer que estamos en presencia de un descomunal esfuerzo por reivindicar, con éxitos, una etapa dada de la historia de un pueblo, mediante la desmitificación.
Es aquí, en la reversión de los mitos y en el desenmascaramiento de una “mística revolucionaria”, que este libro alcanza, por momentos, una dimensión trascendente, en su carácter de denuncia, una dimensión que asombra por la nitidez y exactitud con que se entrelazan todos y cada uno de los detalles que van creando el miedo a un nivel profundamente psicológico en la gente.
Ese miedo que se ha imbuido hasta el subconsciente del cubano, porque obedece a una sistematización científica de reprimir; ese miedo totalitario que hace saber que se está ante un enemigo despiadado que juega, incluso, con el afecto entre los seres queridos, y que no tiene reparos delante de ningún tipo de situación; ese miedo que da el saber —subconscientemente— que no se tiene derecho a nada cuando se trata de establecer —por parte de cualquier persona— una oposición política e ideológica al régimen.
Pero además, esta atmósfera alienante se da dentro de las posibilidades de un discurso poético, que si bien en algunos momentos puede parecer melodramático, en su sentido contextual resulta ser de un alto valor humano y muy realista en lo que se refiere a las relaciones sentimentales que caracterizan al cubano.
De hecho, hay escenas que por su línea de acción y por esta cierta expresividad de lo poético, logran intensas y emotivas páginas literarias, lo que coadyuva a confirmar que en el proceso histórico-social, político y psicológico del pueblo cubano, en realidad, se entrecruzan el amor y el odio con el dramático apasionamiento de una épica.
En resumen, estas documentadas setecientas cuarenta y seis páginas tendrán que ser problema, en todo caso, para los técnicos y especialistas en bibliotecología, pero no para el lector que puede aquí vivir una interesante aventura que toca diversas aristas de la historia y la sensibilidad humanas.
El aullido de las muchedumbres es, por ello, un asombro de posibilidades para la propia autora, ¿por qué no?; algo que puede constituirse en una sorpresa para la misma escritora Josefina Leyva.
Josefina Leyva es poeta, novelista, traductora, periodista y profesora universitaria, nacida en la sureña ciudad de Cienfuegos, Cuba. Trabajó como catedrática de literatura y de francés en la Universidad de La Habana. Ha residido como exiliada en España y Venezuela donde ejerció como profesora y periodista. Vive en Estados Unidos. Ha publicado las novelas: Los balseros de la libertad (1992), Operación Pedro Pan, el éxodo de los niños cubanos (1993), El tiempo inagotado de Irene Marquina (1994), El aullido de las muchedumbres, ganadora de la Distinción de Honor de La Rosa Blanca en el patronato José Martí de Los Ángeles, California (1994), Ruth, la que huyó de la Biblia, Premio de Novela Inédita, Círculo de Cultura Panamericano de Nueva York (1999), La dama de la libertad (1999), Las siete estaciones de una búsqueda (2000) y Entre los rostros de Tailandia (2004). En el género de poesía ha publicado el poemario: Imágenes desde Cuba (1995). Algunas obras suyas han sido traducidas al inglés.