Al aproximarse el otoño comienza la cuenta regresiva para el fin de 2021 y, con ello, la posibilidad de que muchos asuntos legislativos se resuelvan o vuelvan a quedarse en el tintero, de cara a un año de elecciones intermedias, 2022, cuando toda la atención se centra en la política electoral.
Una vez más, el tema de la reforma migratoria con una vía a la legalización se encuentra sumida en este proceso, sin que todavía quede claro si finalmente este año se producirá un resultado favorable para los millones de indocumentados que llevan décadas aguardando por una resolución; o si, como suele suceder, el asunto vuelve a ser tema electorero con los republicanos explotándolo de forma racista y los demócratas haciendo promesas que nunca cumplen.
En días pasados, en la Cámara de Representantes los demócratas se han enfrascado en una lucha interna entre el liderazgo de la presidenta cameral, Nancy Pelosi, y un grupo de moderados en torno a los proyectos de ley que se considerarán, el orden en que se tomarán, incluyendo el presupuesto que incluiría una vía a la legalización de millones de personas.
Sucede que muchos demócratas centristas y moderados representan distritos donde la balanza puede inclinarse a favor de republicanos sin mayores problemas, y de ahí la preocupación de los titulares por mantener sus escaños.
Pero Pelosi no puede darse el lujo de perder votos demócratas si pretende avanzar la agenda legislativa del presidente Joe Biden, dada la estrecha mayoría que tienen los demócratas en la Cámara Baja. Lo mismo ocurre en el Senado.
Uno puede tratar de entender los argumentos de ambas partes, pero lo que sigue siendo incomprensible es que los demócratas, como han hecho en oportunidades previas, no sepan aprovechar el hecho de que son mayoría y que tienen la oportunidad de avanzar medidas que pueden convertirse en ley; y, al mismo tiempo, pueden demostrarle a los electores, sobre todo a quienes votaron por ellos, que son capaces de hacer realidad sus promesas de campaña.
Ciertamente las bancadas demócratas de ambas cámaras del Congreso son diversas en muchos aspectos, sobre todo ideológicamente. Siempre ha habido fricciones entre liberales, moderados y conservadores. Pero tras la presidencia de Donald Trump, con todo el daño que ocasionó a todos los niveles, uno pensaría que los demócratas utilizarían las mayorías que les concedieron los votantes para tratar de impulsar medidas que beneficien a la población, ya sea en materia económica, infraestructura, empleos, inmigración, por nombrar algunos. Que traten de dilucidar sus batallas internas sin que ello resulte en una parálisis que les impida producir resultados concretos.
Por alguna razón, los demócratas casi han perfeccionado su habilidad de desechar oportunidades cuando las tienen delante. Cuando están en minoría condenan a los republicanos y prometen villas y castillas a los votantes, asegurándoles que si les dan la oportunidad, impulsarán medidas que los beneficien. Cuando asumen el poder, como en este caso controlando ambas cámaras del Congreso y la Casa Blanca, comienza la misma pelea interna como si las mayorías que tienen fueran eternas y como si los demócratas pudieran darse el lujo de perder el tiempo con rencillas que les impiden producir resultados.
En el caso de la reforma migratoria, la espera ha sido de décadas. Durante todo este tiempo los demócratas han acusado a los republicanos de entorpecer los esfuerzos y de explotar a los inmigrantes con fines politiqueros usándolos como chivos expiatorios. Y aunque es cierto, la pregunta es qué han hecho ellos cuando tienen las mayorías. Le ocurrió a Barack Obama al asumir el poder en 2009 con un Congreso demócrata. Prometió reforma migratoria, pero su partido fue incapaz de impulsarla mientras promovían la reforma de salud que se robó todo el oxígeno. Al final, los demócratas pierden el control de la Cámara Baja en 2010 y la reforma nunca se concretó con Obama, quien solo pudo firmar, bajo presión, la orden ejecutiva que concedió DACA en 2012.
Aquí nos encontramos de nueva cuenta con los demócratas en control de las ramas Legislativa y Ejecutiva, enfrascados en luchas internas y enfrentando diversas crisis domésticas e internacionales, que tampoco deben ser excusa para la inacción porque un gobierno del tamaño, el poder y los recursos de Estados Unidos tiene que ser capaz hacer varias cosas al mismo tiempo.
Quienes dieron a los demócratas el privilegio de recuperar la Casa Blanca y de controlar el Congreso —los votantes— están hartos de excusas y retrasos y esperan que finalmente se hagan realidad las promesas que llevan años formulando. Las próximas semanas y meses determinarán si hay progreso o si volvemos al mismo cansado libreto electoral de que “casi se pudo”, pero se logrará “si vuelves a elegirme”.