Una visita al festival cubano de Los Angeles

El festival se festeja hace ya unos quince años a un costado del Lago de la Plata -Silver Lake-, casi al final de éste, allí donde insiste, insiste, y gana un tramo la calle Glendale. Alli se concentra, en tres focos. En uno, una decena de carpas venden ropa vieja, pollo con arroz y chuletas de cerdo. Frente a todas ellas hay filas largas de gente que espera y que serpentean y se enlazan y mezclan y reencuentran. Detrás de ellos, mesa tras mesa de familias de cubanos de mi edad — tengo 56 — jugando a las cartas. Otros juegan a la Lotería. ¿Serán mexicanos? Lo son los policías, los cholos, la gente de la periferia. O anglos.

El resto, juega al dominó. Aferran las piezas de dominó con los dedos ajados de sus manos grandes. Y callan… Ese es un foco.

En el otro centro está el corazón del festival cubano de Los Angeles: la música. Unas hileras de sillas, llenas de cuerpos, dos pasillos por los que la gente baila en lugar de dejar circular, y un estrado para que los más audaces, aquellos con los oídos a prueba de bala, sigan contorneándose a un ritmo alocado. Con el violín eléctrico, una señora, Susan Hansen, hechiza a los danzantes y me ensordece aún más de lo que ya estoy, y lo estoy, por eso de las guerras que pasé. Es su orquesta, la banda de jazz latino de Susan Hansen, su grupo de ritmos cubanos. ¿Cuántos son? Cinco, siete, nueve, suben y bajan del escenario, la mitad de ellos percusionistas. Antes, después, vienen más músicos…

 

 

Y un tercer foco, me dice Celia, ahí está, donde ahora sí, venden tacos y burritos, lo que conocemos y es familiar de nuestro barrio en el Este de Los Angeles. Vamos allí, le digo.

Pero en lugar de ello hallamos en el tercer foco del festival cubano de Los Angeles, el Paraíso. El Círculo de Tambores.

Son, creo, ocho, los ángeles. Negros azabache, puro caribeño viejo. Y felices, con sonrisa de dientes afuera, y metidos en sus ritmos y tambores de éste y otro y otro tipo. Algunos del regular corro que hacemos en su derredor, nos movemos, intentamos saltar como ellos brincan, gozar como ellos gozan, sonreír como ellos sonríen. Bum, bum, bum, bum. Ta, ta, ta.

 

Y recuerdo en aquel momento al anarquista Miguel de Unamuno, cuando definía qué es «un solitario, un verdadero solitario», como alguien que se mueve entre las multitudes y que se pone a bailar, solo. Y la gente que lo ve bate palmas al ritmo de su danza, y cree que él brinca y salta al ritmo de sus palmas, y no que ellos las baten según sus saltos y brincos, y dicen, ea, y cómo hacemos bailar al hombre.

Consciente de eso, solo miro embelesado, los absorbo y bailo para mí.

Tamborilean, bailan y cantan los del Círculo del Tambor. Repiten líneas de un idioma que no comprendo. La misma línea, se miran y ríen de la ocurrencia. ¿Qué es? ¿Qué hablan? ¿Creole? La escena no es de aquí, le digo a Celia, este es otro país, ya no estamos en Silver Lake, Los Angeles. Llegamos a  una isla rodeada de un mar limpio, y vemos como en un sueño a gente contenta, que reluce desde adentro.

Son hombres y mujeres en ese círculo mágico de tambores: ellos altos, de brazos largos y una espalda que se dobla delicadamente, como un junco, como para aproximándose a la tierra escuchar mejor. Ellas… hermosas. Una señora setentona, de ojos azules que empiezan a una profundidad inasible, baila. Baila otra, tan feliz como cincuenta años atrás, y al así moverse destaca sus atributos impresionantes y me encanta.

Aquí están cada año, el Círculo de los Tambores. Veo un vídeo de 2006; algunos de los protagonistas son los mismos. La experiencia, claro, es distinta.

Pero de un golpe, el de alguien como yo que quería sólo ver y que por eso me empuja, vuelvo a estar en Los Angeles, en el festival cubano. Aquí todo es mágico, o sea, posible.

Así, me doy cuenta que cuando me miran en este gentío de centenares, dando mis saltitos torpes, lentes negros y tez blanquísima, lo hacen con miradas que me reconocen y que me abrazan y me aprueban. Aquí, en la Cuba de Silver Lake, los latinos somos negros y blancos. No muy lejos, calla el busto de José Martí. Feliz Día de la Independencia de Cuba (de España), el 20 de mayo de 1902.

Me quiero quedar, pero es tarde; no hemos comido. Las filas en los boliches cubanos son demasiado largas. Caminamos al Volvo y nos vamos a Spain, un restaurante de comida… y, si, española: buena y barata y como la cubana, de familia.

Hoy fue un buen día, le digo a Celia.

Y otro de hace un par de años, uno promocional, con mi amiga y compañera de trabajo María Esther Ortiz (segundo 20), que no puedo emplazar aquí, pero del cual aquí está el enlace.

https://www.youtube.com/watch?v=Eu0m0NLcT_o

Fundador y co-editor de HispanicLA. Editor en jefe del diario La Opinión en Los Ángeles hasta enero de 2021 y su actual Editor Emérito.
Nació en Buenos Aires, Argentina, vivió en Israel y reside en Los Ángeles, California. Es periodista, bloguero, poeta, novelista y cuentista. Fue director editorial de Huffington Post Voces entre 2011 y 2014 y editor de noticias, también para La Opinión. Anteriormente, corresponsal de radio.
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Founder and co-editor of HispanicLA. Editor-in-chief of the newspaper La Opinión in Los Angeles until January 2021 and Editor Emeritus since then.
Born in Buenos Aires, Argentina, lived in Israel and resides in Los Angeles, California. Journalist, blogger, poet, novelist and short story writer. He was editorial director of Huffington Post Voces between 2011 and 2014 and news editor, also for La Opinión. Previously, he was a radio correspondent.

5 comentarios

  1. Julio: es un comité local que lo organiza ya hace 16 años. Respecto
    a: «Asi que lo siento si te aturde el ruido de la musica nuestra»,
    no, no es eso. Tengo una limitación en mi audición, o como se diga.
    Fruto de años de oir, o escuchar, tiros, detonaciones, obuses,
    gritos. Si los sonidos se originan desde más de una fuente se
    convierten en algo ininteligible para mí, como cacofonía. Y se les
    sobrepone un chirrido incesante que llaman tinitus. Doblemente
    lacerante para un músico o un poeta. De modo que no puedo estar
    mucho tiempo en un ambiente así. Y me pierdo mucha alegría.

  2. Hola Gabriel. Lo que me cuentas, es cubano. Eso no lo puedo negar
    pero expresa una fasde de la cultura cubana. Desgraciadamente, eso
    una fase que por cierto a mi si me mueve y mucho. Me imagino que
    hablaban lucumi que es una lengua africana que todavia usan para
    sus ritos algunos descendientes de africanos, principalmente en La
    Habana y Matanzas, Occidente de CUba. A veces se mezcla con el
    espanol en una especie de creole. Nunca se habla de eso en CUba. Se
    habla del lucumi que sobrevive en frases, nombres y canciones.
    Curioso. Alli no pudiste ver el ballet, las danzas criollas, el
    danzon ni el son como debe ser. No hubo musica campesina que es
    tambien cubana. Probablemente no habia descendientes de haitianos.
    Esa es una posibilidad, en el oriente de CUba de donde yo soy se
    habla el creole y hay unas organizaciones que se conocen como tumba
    francesa. Asi que lo siento si te aturde el ruido de la musica
    nuestra. Falto tambien Lecuona, la musica clasica, el bolero. La
    comida que mencionas es limitada y tampoco da la verdadera idea. Es
    lo que pienso de lo cubano en Los Angeles. Se diluye, se confunde
    como muchas otras culturas. Ahi ya no hay pureza. En eso los
    mexicanos si sobresalen. Fieles a su musica y su comida. Y luego,
    gracias por comentar sobre mis paisanos. De todas maneras, yo ni me
    entere. Quien organiza eso? Julio

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