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Historia de un globo mágico en Chino, California

El globo mágico

En el contexto del drama y las preocupaciones que viven miles de inmigrantes, esta historia sobresale. Especialmente, cuando demasiadas veces se pone a inmigrantes y policías en diferentes lados de la división

Porque muchas veces no es así.

Esta es, entonces, una historia sobre la magia y la casualidad, la inocencia de un niño y la generosidad natural de una mujer.

Linda Takeuchi

Con su letra grande de niño de siete años, Albert se rindió a las insistencias de su madre Ana y le escribió una carta a Santa Claus pidiéndole regalos para Navidad. El había tratado de enseñarle a ella que Santa Claus no existe, que es un invento. Pero ni modo.

«Querido Santa. Quiero un juguete. Se llama Terminator. Por favor, dámelo. Y también algo para Elisa, que tiene cinco meses… Gracias«, y la dirección en la ciudad de Chino.

Luego ataron la carta a un cordel y éste a un globo lleno de helio. «El globo se fue al cielo, para las montañas», dice Ana. «Lo seguimos por mucho tiempo».

Pero de alguna manera, el globo supo regresar y llegó a las esquinas de Walnut y Central.

Aquel mismo sábado 19 de diciembre aterrizó sobre el parabrisas del auto de Linda Takeuchi, una voluntaria de servicios comunitarios en el Departamento de Policía de Chino. «El globo se escapaba, pero le dí alcance», nos dice.

Chino, de 89,000 habitantes, generalmente no da la bienvenida a los inmigrantes. Su congresista en esos días, Gary Miller, presentó una moción de ley para negar la ciudadanía estadounidense a hijos de inmigrantes indocumentados. Era 2010. En cambio, hoy la representa Norma Torres, quien nació en Guatemala con el nombre de Norma Judith Barillas.

Aquel lunes, al volver a su casa tras recoger a Albert de la escuela, Ana halló un papel pegado a su puerta:

«Santa Claus halló el globo de Albert. Llame a este número de teléfono así los elfos pueden traer unos regalos. Gracias«.

Llamó, a los elfos.

Al día siguiente, exactamente a la una de la tarde pactada, alguien gritó:

«¡Vienen los policías!»

Pero Albert gritó: «¡Santa Claus existe!»

Y sí, venían: un patrullero y tres motocicletas policiales se detuvieron frente a la casa. Eran siete, entre voluntarios y agentes uniformados. Llegaron cargados de regalos para Albert, para Elisa, que Linda y su amiga Mary Elizabeth Powell habían comprado.

«Y a mí me trajeron flores de Nochebuena, y cookies,» dice Ana.

«Yo no tengo nietos… y recibí mucho. Dios jugó aquí un papel importante», explica Linda por teléfono.

Albert se subió a las motocicleta policial y le sacaron fotos, que llegaron la semana siguiente.

«Dear Albert: Te envío las fotografías del día en que vinimos a tu casa. Mando algunas extra para que las repartas entre tus amigos. Santa Claus ahora está de vacaciones. Y sus elfos se dedican a buscar globos».

Y por lo que Albert insiste, los envió el mismísmo Santa Claus.

¿Y quién, si no?

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