ARIZONA – Los hijos no vienen con instrucciones y, aunque las trajeran tatuadas al nacer, quizá no las hojearíamos ni como lectura de baño. Eso de criar al natural se nos da, aunque eso de “natural” tenga un concepto diferente para todos. Por ejemplo, en mi casa ni hubo chancla ni cintarazos, los gritos fueron contados y crecimos rodeados de libros, labores e integridad; se valía soñar, pero era obligatorio ayudar. No todos tienen tanta suerte.
Confieso que durante el embarazo no leí libros sobre cómo ser una buena madre; devoraba novelas para mí y cuentos para ellos. Ahora tienen 5 años y no son perfectos, pero son felices y aventureros. Quizá si me hubiera enfrascado en seguir métodos ajenos para educarlos serían distintos; tal vez si hubiera leído libros típicos hubiera encontrado el capítulo que traigo perdido: Cómo criar a un niño (bueno, dos) durante una pandemia. ¡No hay!
Un aula en el hogar
Nuestra sala se convirtió en un salón de clases improvisado; el laboratorio de manualidades de Cositas, mi oficina; el área de juegos, el cine; el estudio de yoga, la cancha de futbol y un campo minado de juguetes. Es difícil concentrarse estando ahí y mucho más mientras uno intenta seguir las instrucciones de una maestra que -a distancia- hace hasta lo imposible para que sus alumnos de kínder no pierdan el año académico.
Mis hijos también se rehúsan a dejar de aprender. Se sientan a completar los problemas de matemáticas que imprimo todas las semanas en hojas recicladas, coloreamos las lecciones de arte y cantamos la de música… luego llega la tarea de literatura y tiemblo.
Esas vocales…
Para mí el fonograma “ai” y el de “ay” suenan igual; no entiendo qué palabras tienen una “a” mandona y en cuáles la “e” se hace muda porque es una escurridiza. Fui a la escuela en español y la vida me enseñó el inglés, así que un “sneaky e” o una “bossy a” no forman parte de mi vocabulario… ¡Ah!, además soy de Sonora donde la “ch” y la “sh” suenan igual, por eso nos encanta gritarle a los muchhhhhaaaachhhhooossss.
Cuando leo las aventuras de “Pete the cat”, mis hijos dicen que hablo como robot. No, no es que me haya convertido en Siri, sino que tengo un acento marcado (me gusta decir que al estilo Salma Hayek). Y a ellos se les hace gracioso. Ni siquiera saben quién es Salma o cómo habla. Quizá los desespero y tal vez por eso me invitaron a la sesión virtual con su maestra de idioma… para que aprenda a pronunciar bien “ph”, “th” y otros por el estilo. Estoy aprendiendo mucho y, sin quererlo, mi pronunciación ha mejorado más en estas tres semanas que en los últimos 10 años.
Juntos
Estudiamos juntos; jugamos juntos; armamos figuras de cuentas juntos; vemos películas juntos; desayunamos, comemos y cenamos juntos; contamos cuentos juntos; limpiamos juntos; nos amamos juntos; nos desesperamos juntos; nos peleamos juntos; nos exasperamos juntos; salimos a caminar juntos; aprendemos juntos… sí, mucho, más de esta pandemia que nos tiene más de tres semanas en aislamiento y nos lleva hasta el límite.
Estamos en una metamorfosis obligada por el encierro y la convivencia. No somos los mismos y esto aún no acaba, está lejos de hacerlo. Pero estamos descubriendo ese manual que se nos perdió o que nadie escribió antes: como ser una familia en medio de una crisis mundial y todavía tener las ganas de carcajearnos y querernos durante el encierro.