La medicina es una profesión maravillosa, en el consultorio medico es en el único lugar en los que una persona (el enfermo) cuenta detalles íntimos de su vida e incluso se desnuda frente a otra (su médico) sin conocerse.
De pequeño, en nuestro pueblo, el medico era el personaje mas importante; formaba parte de ese trío de superhéroes (medico, sacerdote y maestro) que estaba siempre dispuesto a llegar a casa a ayudarnos y reconfortarnos. Nos atendían a todos por igual, sin importar nuestra condición social o económica. Los médicos han gozado siempre de un prestigio social exclusivo. Cuando yo era chico y venía el doctor a casa había una suerte de rito que incluía reverencias, y el médico respondía dedicándole al paciente y a su familia el tiempo que fuera necesario. El médico era, ante todo, un ser que inspiraba confianza.
El progreso
El progreso trajo cambios valiosos en relación con la salud: confort, conocimientos sólidos y métodos de diagnóstico más precisos; no reconocerlos sería una torpeza. Sin embargo, la modernidad también marcó pautas para el desempeño del ser humano: todo tiene un valor y la vara que lo mide se llama Mercado. La despersonalización de la práctica médica es hoy un estado frecuente: los pacientes ya no confían en los médicos y a éstos les resulta difícil disfrutar de la profesión.
Estudios recientes realizados en Canadá y Estados Unidos revelan que la dedicación al estudio por parte de los médicos ha decaído sensiblemente, ya que la presión por trabajar les quita tiempo que de otra manera dedicarían al estudio y a la reflexión. Una revista tan prestigiosa como el Journal of Trauma se preguntaba en un editorial si, por ejemplo, un cirujano podrá sobrevivir a la medicina-negocio, ya que, debido al incremento en el precio de los seguros de salud, hay hoy mas de 61 millones de personas sin seguro privado que recurrirán a los centros de emergencias, usualmente estatales, donde el trabajo es mucho y los salarios bajos.
Ya nadie quiere seguir estudiando una carrera con muchas responsabilidades y pocos placeres. «En los balances de las grandes compañías de seguros de salud – dice el editorial – el salario médico figura en la columna de las pérdidas.»
Por su parte el New England Journal of Medicine, revela que la expectativa de vida de la población afroamericana en los centros urbanos de Filadelfia, Baltimore, Nueva York y Washington DC se parece a la de algunos países pobres (alrededor de 60 años), y estas cifras no son interpretadas como desigualdades en la atención de la salud, sino como «variaciones», según el léxico que ha impuesto la visión econometrista de la sociedad. Las causas más importantes no sólo serían económicas (es decir, la pobreza), sino la ignorancia en el cuidado de la propia salud, con una clara ausencia del Estado.
El mismo Estado luego recibirá al paciente ya muy enfermo y con un alto costo financiero y personal para recuperarlo. Esto es un claro ejemplo del deterioro de la salud y de una medicina cada vez más difícil de practicar. Quiero aclarar que la nueva ley de salud aprobada este año 2010, no soluciona de lleno ninguno de esto casos, simplemente los diluye en nuestros impuestos, quitando la responsabilidad de las compañías de seguros
Investigar, prevenir o curar
La investigación clínica resulta imprescindible para el bienestar de los pacientes; el trabajo del médico implica el seguimiento del paciente, ya que nada se puede corregir si no se conocen tanto los hechos como los resultados. Sin embargo, pensar que todo paciente debería participar en un ensayo (investigación) de intervención terapéutica es un exceso. Hoy, en los grandes hospitales un número creciente de pacientes son incorporados a diferentes protocolos, muchos de ellos patrocinados por la industria farmacéutica o de tecnología médica. Esto ha generado un nuevo conflicto de interés, ya que una porción importante de los ingresos de las instituciones de salud y de los médicos en general depende de los derivados de la investigación clínica.
Muchos de los denominados «protocolos de investigación» son encubiertamente estudios de marketing de los laboratorios medicinales. Un artículo reciente publicado en American Respiratory and Critical Care Medicine por S. B. Benatar, director del departamento de bioética de la Universidad de Capetown en Sudáfrica, acerca de las enfermedades respiratorias en el mundo globalizado da cuenta de que el presupuesto de promoción y marketing de las compañías farmacéuticas es superior a 11.000 millones de dólares por año solamente en Estados Unidos. Es fácil, entonces, comprender por qué los medicamentos son tan caros.
Los médicos de la actualidad son arrastrados por dos factores de poder: el Estado o seguros de salud que exigen indicar medicamentos de bajo costo, y la necesidad de reducir costos de laboratorio, ya que el precio final de un paciente puede no encontrar un límite y más caro no siempre es mejor tratamiento. A lo anterior debe agregarse que la llamada industria de las demandas judiciales por mala praxis ha generado el desarrollo de una «medicina defensiva» basada en un aumento desmesurado en la solicitud de prácticas de diagnóstico y tratamientos, como defensa frente a futuros litigios.
Latinoamérica
Del otro lado de la frontera del «mundo rico», la mayor dificultad no es sólo la ausencia de recursos sino también su mala administración. La copia de soluciones importadas sin un análisis de la realidad local sería la segunda causa de malos resultados. Y, finalmente, la ignorancia no sólo en cuanto a conocimientos, sino también por ausencia total de registros de las enfermedades asociada a una investigación prácticamente nula.
En la mala administración relacionada con décadas de prácticas irregulares y oscuras nuestros países tienen su historia. Hemos copiado soluciones sin un análisis local. En nuestros medios ha sido catastrófica la compraventa de instituciones de salud por empresas cuyo único móvil era hacer un buen negocio, ya que el mercado paga el menor salario para un mismo trabajo.
Y hasta «un mismo trabajo» ni siquiera es equivalente: no es disparatado decir, por ejemplo, que los antecedentes mínimos para dirigir una terapia intensiva son veinte años de profesión y acreditada experiencia; sin embargo, se ha visto reemplazar a prestigiosos médicos por aprendices de la noche a la mañana.
Parecería que nuestros países copian las contradicciones del mundo desarrollado y no sus soluciones. En el desarrollado y aún con las contradicciones mencionadas hay reglas de juego más claras: existe la calificación estricta en los concursos, se observa la calidad y los derechos y obligaciones están balanceados. Además, se planifica. En nuestros países subdesarrollados, donde la planificación es imprescindible, se improvisa.
La ignorancia también se impone. Una de las causas más importantes es la baja calidad de la profesión no por el factor humano, que es excelente, sino por el factor económico que es paupérrimo. Médicos mal formados durante décadas y con trabajos precarios dan por resultado una mala medicina global para el subdesarrollo, esto sucede porque menos del 20% de los médicos que egresan de las universidades tienen la posibilidad de una adecuada formación de postgrado.
Los restantes, a pesar de las excepciones, se convierten en profesionales que, si bien con mucho esfuerzo logran cierta formación autodidacta, favorecen involuntariamente los caprichos del mercado al recibir bajos salarios y practicar una medicina llena de riesgos.
Sería bueno recordar a John A. Morris en su discurso de asunción como presidente de la Asociación de Cirujanos de Trauma, en Washington. «debemos entender que los médicos seremos exitosos y nuestros pacientes bien tratados únicamente si recordamos que somos profesionales en el arte de curar, y nuestra misión no es la misión del mercado.»