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El paradigma migratorio en la conferencia cumbre del T-MEC

En la conferencia cumbre de los jefes de estado del T-MEC – México, Estados Unidos y Canadá – que culminó en estos días en Washington, los presidentes Biden y López Obrador y el primer ministro Trudeau mostraron solidaridad en temas estratégicos y económicos.

Entre otras cosas acordaron conformar un grupo de trabajo sobre temas de la cadena de suministro regional, y anunciaron un acuerdo para compartir vacunas contra el COVID-19 y enviarlas a otros países.

La reunión fue un logro por sí misma, al conformar la primera cumbre en un lustro, después de los años de confrontaciones inventadas, insultos personales y crueldad política del gobierno de Donald Trump. 

El mandatario mexicano pudo estrechar lazos con la nueva administración después de años de ser visto aquí como aliado – inusual, ilógico, y por falta de alternativa, pero aliado al fin – del expresidente Donald Trump.  

Se trata de una impresión que se reforzó cuando el mexicano se abstuvo, en noviembre pasado, de reconocer la victoria electoral del actual presidente y prefirió una posición equidistante. Quizás alguien debía haberle dicho que en las condiciones la disyuntiva entre civilización o barbarie en las que nos encontramos, no existe una posición equidistante. Quizás ya lo sabía y sin embargo logró maniobrar para proteger quién sabe qué. 

El retorno al formato de cooperación y avance consensuado, la declaración de Biden de que ve en México un socio igual al país propio, la búsqueda de fomentar una mayor producción de automóviles en América del Norte fueron otros tantos elementos de distensión que permitieron futuros avances. 

Es valioso entonces que el evento, de por sí la culminación de meses de negociación y cabildeo por parte de Marcelo Ebrard, el secretario de Relaciones Exteriores mexicano, haya mostrado una nueva etapa en las relaciones bilaterales entre Washington y México. 

Una cuestión perenne de común interés para ambas naciones es por supuesto la ola migratoria a Estados Unidos procedente de América Latina que fue impulsada por la pandemia. Lo que aquí se conoce como «las caravanas». 

Al respecto, existe un interés estadounidense innegable en la imprescindible cooperación mexicana respecto al plan Quédate en México, iniciado por el expresidente Trump hace dos años y que ha enviado a más de 70,000 solicitantes de asilo a México, al menos hasta que se considere su caso. 

La administración actual quisiera anularlo, pero un juez federal se lo ha impedido por el momento. 

Quéda en México conforma una política inhumana, como lo expresaron organizaciones defensoras de derechos humanos en ambas naciones previo a la reunión. Exacerba las condiciones de inseguridad para quienes solicitan legalmente asilo en la frontera, son obligados “a esperar hasta 15 meses en refugios improvisados y en condiciones de hacinamiento en campamentos para migrantes en condiciones de miseria”. 

Inicialmente, parecería que, sin embargo, la cuestión se barrió debajo de la alfombra, a pesar de que es crítico para Biden mantener la cooperación activa de las autoridades mexicanas, lo que quedó claro en septiembre, cuando miles de haitianos cruzaron la frontera hacia Texas y desencadenaron una crisis humanitaria.  

Pero el plan Quédate en México no es la única opción, y AMLO avanzó la noción de que llegó el momento de considerar el tema de la inmigración en un contexto que no implique acciones policiales, punitivas o controversiales, sino que se forje alrededor del progreso económico, el progreso laboral y la protección a la ciudadanía de todas las naciones. 

Esta concepción constructiva de la cuestión migratoria – ni novel ni revolucionaria pero sí de sentido común – es también un reflejo del esfuerzo liderado por la vicepresidenta estadounidense Kamala Harris de avanzar hacia la resolución de problemas de pobreza e inestabilidad social en Centroamérica, con planes de crecimiento y generación de empleo capaces de frenar la expulsión de migrantes desde ese subcontinente. 

Y si bien esta cooperación es por fuerza mayor limitada en sus alcances, y aunque no fue detallada o desarrollada, al menos en los canales públicos de la reunión, merece apoyo y genera esperanza.

Es positivo pues que los representantes de los gobiernos discutirán formas humanitarias de abordar las causas fundamentales que impulsan a la gente al norte.

En suma, fue un comienzo auspicioso de un proceso de diálogo, tanto en el retorno a un ambiente de normalidad en la relación como en la posibilidad de un paradigma diferente y constructivo en el tema migratorio. 

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