El pasado a menudo se hace presente. Casi a diario nos informamos de nuevos pormenores del conflicto entre grupos autoidentificados como mapuches por un lado y propietarios de tierras y empresas forestales en la región de la Araucanía por el otro. Es un conflicto visible, recurrente y a ratos violento.
Múltiples actores sociales actúan en nombre de una misma causa, el problema mapuche, enarbolando discursos en que se percibe una carga de subjetividad y pasión desbordada.
Entre el reivindicacionismo y la redefinición conceptual
Grupos mapuches o promapuches elaboran discursos y acciones, disímiles en sus fines, en ocasiones pacíficos y en otras violentos, pero en su mayoría reivindicacionistas. Este carácter dinámico los ha instalado como sujetos históricos importantes en la historia nacional. Sus acciones generan reacciones en perspectiva que tarde o temprano redundan en cambios de algún tipo, desde o hacia el resto de la sociedad.
El Estado, luego de pasar por diferentes tipos de políticas en torno a la causa indígena, ha optado por una actitud circunscrita a los acuerdos internacionales, que valoran y respetan a las etnias en cuanto se les considera como Comunidades, Pueblos y Naciones Indígenas, continuadoras de sus sociedades ancestrales.
Desde la prensa se publican artículos de historiadores, antropólogos y políticos que contrastan y se enfrentan en sus apreciaciones sobre el problema mapuche.
Sin embargo, el conflicto continúa y es necesario repasar un conjunto de antecedentes que permitan elaborar conclusiones más abarcadoras sobre el problema planteado.
Los Mapuches vistos como Pueblos Indígenas
La definición hoy internacionalmente aceptada de Pueblos Indígenas, realizada por el Relator Especial de las Naciones Unidas Martínez Cobo, establece la conquista como un elemento central. Sería ese aspecto el que diferencia a los grupos indígenas de otros grupos minoritarios donde no ocurrió este fenómeno. La definición es la siguiente:
son Comunidades, Pueblos y Naciones Indígenas, los que, teniendo una continuidad histórica con las sociedades anteriores a la invasión y precoloniales que se desarrollaron en sus territorios, se consideran distintos de otros sectores de las sociedades que ahora prevalecen en esos territorios o en parte de ellos. Constituyen ahora sectores no dominantes de la sociedad y tienen la determinación de preservar, desarrollar y transmitir a futuras generaciones sus territorios ancestrales y su identidad étnica como base de su existencia continuada como Pueblo, de acuerdo con sus propios patrones culturales, sus instituciones legales y sus sistemas legales.
El Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo “Sobre Pueblos Indígenas y Tribales en países independientes”, define en el mismo sentido del anterior:
…considerados indígenas por el hecho de descender de poblaciones que habitaban en el país o en una región geográfica a la que pertenece el país en la época de la Conquista o la Colonización o del establecimiento de las actuales fronteras estatales y que, cualquiera sea su situación jurídica, conservan todas sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas o parte de ellas….
La ley indígena Nº 19.253, vigente, de 1993, señala en su Art.1º:
El Estado reconoce que los indígenas de Chile son los descendientes de las agrupaciones humanas que existen en el territorio nacional desde tiempos precolombinos, que conservan manifestaciones étnicas y culturales propias siendo para ellos la tierra el fundamento principal de su existencia y cultura.1
La historia larga de los pueblos indígenas
El territorio que ocupa Chile en la actualidad ha tenido una larga historia de poblamiento. Alrededor de hace unos 10.000 años, arribaron desde el norte grupos de cazadores recolectores que constituyeron comunidades a lo largo de todo el espacio que queda entre la Cordillera de Los Andes y el mar. Vestigios de su habitar subsisten desde el norte árido hasta la zona central, lo que muestra su enorme capacidad de expansión y movilidad. Ellos son la base de nuestra diversidad cultural y étnica. En el transcurso de aproximadamente catorce siglos, los descendientes de estos primeros pueblos fueron transformándose poco a poco en diversas culturas y pueblos, los pueblos indígenas de Chile, los que sobreviven y los que han desaparecido.
Estos pueblos y comunidades culturizaron un territorio salvaje, le otorgaron nombres a los cerros, ríos y paisajes, ocupando por muchos años las tierras donde hoy vivimos.
Las primeras poblaciones probablemente eran pequeñas y poco a poco aumentaron en densidad, capacidad tecnológica y producción agrícola.
Los descendientes de esos primeros pueblos tuvieron que enfrentarse a los europeos al momento de su llegada. Un período nuevo se iniciaba en la historia americana, el de la resistencia e integración a la ocupación extranjera.
De esta forma, muchos siglos antes de la llegada de los colonizadores europeos, existían en la franja que hoy conforma Chile, distintas culturas, cada una con sus propias formas de desarrollo, dominio sobre su entorno natural, creencias y valores. Esta línea temporal que se extiende desde las primeras ocupaciones hasta la actualidad, se ha definido como la Ocupación Larga del Territorio, concepto que amplía la visión tradicional de una historia que sólo para algunos comenzaría en el siglo XVI.
La Nación chilena se constituyó sobre la base de asimilar- a veces mediante la fuerza- a los pueblos indígenas. En medio de este proceso la identidad de todos los actores resultó influida. Los miembros de la sociedad que llegó a ser dominante se definieron en medio de esa relación y lo mismo ocurrió con los pueblos indígenas. Quienes se reconocen como miembros plenos de la sociedad chilena y quienes se ven a sí mismos como parte de los pueblos indígenas, llevan, cada uno de ellos, en su memoria y en su identidad actual, la historia de esa relación.
Los pueblos indígenas sienten amenazada su cultura y se ven a sí mismos como víctimas de un proceso histórico en el que fueron condenados -a veces con violencia- a la invisibilidad y a la exclusión. Ellos sienten que hoy tienen derecho a hacer pública, y a que les sea reconocida, la identidad que fue ahogada durante el proceso de constitución del Estado nacional. Hoy reivindican esa identidad y los lugares con los que ella está atada, no con el afán de desconocer los íntimos vínculos que poseen con la Nación chilena, sino con el propósito de integrarse plenamente a ella desde lo que ellos son y han llegado a ser.2
Relación histórica entre el Estado y los Pueblos Indígenas
Cada Pueblo Indígena tiene su propia historia. Más aún, la mayor parte de los Pueblos Indígenas de Chile se desarrolló a lo largo de la historia con relativa independencia unos de otros.
Existe un largo período de la historia de los Pueblos Indígenas, donde cada uno de ellos se desenvolvió de manera relativamente autónoma. Sin embargo, no es despreciable el conjunto de relaciones ocurridas en tiempos precolombinos entre los pueblos vecinos e incluso entre quienes vivían a grandes distancias. Pero será el proceso de expansión de la conquista el que irá aunando la historia de la mayoría de ellos, en tanto se verán enfrentados obligadamente a interactuar y relacionarse con ella, las más de las veces en forma conflictiva y beligerante.
Además, el accionar de la empresa conquistadora los expondrá a presiones semejantes, tales como: apropiación de territorios, trabajo servil, dominación política, imposición cultural y religiosa. Cada uno de los Pueblos responderá de manera diversa a estos procedimientos. A partir de allí, la historia indígena es inseparable de los factores externos que la determinan.
Con posterioridad al período de expansión de la conquista y a la formación de las fronteras correspondientes al Estado colonial, la cuestión territorial adquiere gran importancia. El proceso de formación territorial no se realizó, en el caso chileno, solamente durante el período hispánico. El territorio de Chile Colonial no será exactamente el mismo que ocupará el país durante la República. Fue durante el siglo XIX cuando el territorio nacional cambia, se expande y se consolida. En este proceso expansivo, el Estado se encuentra con la existencia de numerosos Pueblos Indígenas que habitan esos espacios, en los que no se ejercitaba la soberanía de manera efectiva o simplemente no pertenecían a la nación chilena. El actual territorio en que el Estado de Chile ejerce su soberanía, se constituye definitivamente sólo en los inicios del siglo XX y se consolida recientemente con el delineamiento definitivo de sus fronteras, que en los casos del Pueblo Mapuche, Aymara o Atacameño, significó su segmentación entre dos Estados nacionales.
A partir de fines del siglo XIX, todos los Pueblos Indígenas que habitaban el territorio nacional enfrentarán las mismas políticas estatales y tendrán como interlocutor al mismo Estado. Es en ese momento en que las historias de los diferentes Pueblos Indígenas empiezan a reconocerse en un relato común, en cuanto van a estar en su desarrollo particular por las acciones y políticas delineadas por el Estado.
Desde 1880 hasta 1930, aproximadamente, se abre un período denominado de “asimilación forzada”. Se caracteriza por la aplicación de políticas del Estado hacia los Pueblos Indígenas, con el objetivo de transformarlos en ciudadanos chilenos, bajo un concepto de identidad nacional homogénea, sin consideración a la diversidad cultural existente en el territorio. En el caso del territorio Mapuche, operará la Comisión de Radicación de Indígenas, en el que se constituirán las “reservaciones” o “reducciones indígenas”, limitando y fragmentando el territorio que éstos anteriormente ocupaban.
A partir de los años treinta, comienza un período caracterizado por las políticas de integración, basadas fundamentalmente en la educación, castellanización y comprensión de los indígenas como campesinos y partes integrantes no diferenciadas de la sociedad y el pueblo chileno. Se le denomina, período de la “integración frustrada”, porque a pesar de las intenciones del Estado, los Pueblos Indígenas lograron sobrevivir al período anterior, manteniendo su identidad y características culturales propias.
Esta política se extiende, con algunas diferencias, desde 1931 hasta la década del setenta, en que se dictan leyes que tendrán una gran importancia para algunos de los Pueblos Indígenas de Chile. La Reforma Agraria tendrá enorme relevancia en el caso de los mapuches del sur. En ciertos momentos, se reforzarán algunos elementos de integración, y en otros, se impulsarán políticas de fomento, protección o incluso desarrollo. Entre los años treinta y cuarenta, se caracterizará por los intentos de asimilación. Los años concuenta y parte de los sesenta, predominará el indigenismo. A fines de los sesenta y comienzos de los setenta, estarán marcados por la Reforma Agraria y los cambios estructurales a que se vio sometido el conjunto de la sociedad chilena y del que no fueron ajenos los Pueblos Indígenas.
A partir de 1973, se caracterizará por diversas relaciones entre el Estado y los Pueblos Indígenas.
La lucha por el reconocimiento del pueblo Mapuche
El decreto Ley 2.568, dictado en 1977, tendiente a la división y liquidación de las comunidades mapuches, generó una fuerte resistencia al interior del Pueblo Mapuche. Esta cuestión va a quedar reflejada en la creación y organización de los Centros Culturales Mapuches, la primera organización post golpe de Estado con un carácter independiente y autónomo.
A pesar de las medidas coercitivas existentes durante el régimen militar para la organización y movilización social, esta organización se extendió rápidamente por todo el territorio mapuche, constituyendo innumerables unidades de base. Los Centros Culturales mapuches asumen en primera instancia una posición culturalista, manifestando su rechazo a la división de las comunidades, al fin de la vida comunitaria, pues temían que con el proceso divisorio gran parte de sus rasgos culturales se perdieran, y que sus habitantes fueran asimilados a la cultura criolla occidental.
A partir de este momento, se va a generar un movimiento étnico de larga duración, donde precisamente la característica principal del discurso mapuche va a ser una fuerte reafirmación étnica, marcando con énfasis las diferencias con la sociedad huinca. De esta manera, y al contrario de los que había ocurrido a lo largo del siglo XX, donde la sociedad mapuche había buscado permanentemente vías de comunicación con la sociedad chilena, a través de una llamada “integración respetuosa”, a partir de los ochenta, los mapuches van a mostrar su diferencia y distancia con los otros movimientos sociales, formando asociaciones y reivindicaciones autónomas. La cuestión étnica se va a separar de la cuestión social en general, e incluso van a criticar crecientemente la intermediación de los partidos políticos.3
Imagen mítica del Mapuche
Tal como afirma Sergio Villalobos, el predominio de la guerra entre araucanos y españoles se remite al período comprendido entre los años 1550-1656. Si bien esta hipótesis no descarta la ocurrencia de choques bélicos cada cierto tiempo, ni tampoco la existencia de un clima de violencia, si propone que desde entonces prevalecieran las relaciones pacíficas.
En el plano positivo esta versión no ha sido refutada hasta el día de hoy. Concomitante con ello, la exaltación que desde entonces se ha hecho de las cualidades guerreras de los araucanos, vistos como una etnia intrínsecamente belicosa, no guardan muchas veces relación con los aspectos más profundos que explicarían las causas y consecuencias de tal actitud beligerante.
Si nos remitimos al período previo a la interacción entre europeos y araucanos, podemos apreciar que esta última sociedad estaba conformada por “grupos corporados igualitarios, con diferencias de status aunque el poder de sus autoridades, salvo el del padre de familia, tenía escasa fuerza”4
Los araucanos o mapuches, estaban constituidos en unidades territoriales vinculadas a través de una lengua común. Poseían una tradición cultural relativamente homogénea que abarcaba desde el Choapa por el norte, hasta el Canal de Chacao por el sur. Como estaban divididos en linajes antagónicos, la justicia se solía ejercer en forma comunitaria a través de verdaderas “vendettas”, lo que podría haber llevado a un estado de guerra permanente de todos contra todos. No obstante, disponían de diversos mecanismos que les aseguraban la persistencia de la paz, siendo la práctica de la exogamia una de las más importantes. Esto les permitía forjar numerosas alianzas basadas en vínculos de parentesco por afinidad. “Este hecho derivó hacia la aparición de clanes totémicos en la región comprendida entre los ríos Itata y Toltén donde imperaba un sistema de doble filiación”.5
La base económica de la sociedad mapuche se apoyaba en un sistema mixto agrícola-ganadero, que les aseguraba una autosuficiencia alimenticia y les proveía de materias primas para confeccionar prendas de vestir. Además de cazar, pescar y recolectar frutos silvestres, adquirían bienes como la sal, algas y mariscos ahumados, plumas de ñandú, pieles de pumas y animales marinos. Esto fomentaba la creación de redes de intercambio basadas esencialmente en el principio de reciprocidad que, a su vez, generaban interrelaciones entre los habitantes de los sectores cordilleranos, el valle central y la costa.
Sin embargo, todo esto se vio afectado con la llegada de contingentes diaguitas, al servicio del estado incaico, a partir de 1520. La presencia de mitimaes en la cuenca de Santiago generó una presión demográfica que derivó en la fragmentación de los grupos familiares cuando su número excedió las potencialidades productivas del territorio ancestral. Muchos de ellos migraron hacia el sur, donde establecieron nuevos lazos de parentesco con linajes que impuestos de lo ocurrido se prepararon para evitar caer bajo el dominio de los invasores. La resistencia al imperio incaico les valió el apodo de promaucaes (tal vocablo parece ser una deformación de “purum auca”, que en la lengua quechua significa “gente rebelde, no dominada”).
Un segundo fenómeno que afectó a los grupos mapuches en su conjunto fue la llegada de los conquistadores europeos. El sector mapuche más afectado en un primer momento fue el llamado “picunche”. Una drástica caída demográfica debida a las pestes, guerras, ajusticiamientos, trabajos forzados y migraciones, llevó a una desestructuración completa de la población, debiendo ser reemplazada, en gran parte, por yanaconas foráneos.
Quienes sobrevivieron debieron adecuarse a las nuevas condiciones, pasando a un estado de guerra permanente que afecto esencialmente a los linajes localizados en los sitios aledaños a los asentamientos hispanos. En adelante, la resistencia se manifestó en escaramuzas violentas buscando desquite o venganza, ya fueran ellas esporádicas o consecutivas. El contacto con los europeos, por su parte, avivó las luchas características en las relaciones intertribales. De esta forma, el nuevo panorama social que se estaba gestando estaba condenado a vivir bajo el signo de la guerra.
No obstante lo anterior, a juicio del antropólogo Marvin Harris, sería incorrecto plantearse el tema de la guerra como algo inherente al instinto “belicoso” o “agresivo” del hombre. Verlo, por lo tanto, como un animal que mata por deporte, por gloria, por venganza o por puro amor a la sangre y a la excitación violenta, nos dejaría fuera de la posibilidad de un análisis serio de las características guerreras de las sociedades primitivas.6
Es un hecho que los propios beligerantes rara vez captan las causas y consecuencias sistemáticas de sus batallas. Si bien en la mayoría de las sociedades primitivas, las guerras y sus preparativos están rodeadas de características que a nuestros ojos pueden parecer exóticas, su desencadenamiento o causa se funda normalmente en una base práctica. Es decir, los pueblos primitivos emprenden la guerra porque carecen de soluciones alternativas a ciertos problemas.
Prueba de ello es que con la instauración de los Parlamentos, celebrados con regularidad a partir de 1641, la beligerancia disminuye significativamente entre ambas sociedades. Este mecanismo, introducido por los europeos, significó, al nivel mental de las sociedades tribales, la posibilidad de atenuar las condiciones de una guerra total.
Puede plantearse, por tanto, que la belicosidad innata que históricamente se le ha enrostrado al mapuche, o que lo ha investido de atributos guerreros casi míticos, no respondería más que a una construcción ideológica de una idiosincrasia mestiza que busca elementos identitarios. Es decir, hemos tendido a pensar la guerra como la piensa el Estado, desde una perspectiva ética, sin considerar que los factores externos pueden llegar a arraigarse profundamente en la mentalidad de una sociedad. Por consiguiente, la instauración de relaciones oficialmente pacíficas no involucra el término de una guerra, pues ésta perdura mentalmente.
Así, podemos concluir que la mentalidad guerrera del mapuche obedecería más bien a una respuesta o reacción a situaciones no buscadas que lo han afectado profundamente.
Dos posturas mapuches ante la sociedad chilena
Según José Bengoa, producto de la posición discriminatoria del Estado, los mapuches han tenido, a partir del siglo XX, dos aproximaciones a la sociedad chilena. La desarrollista y la nativista. La desarrollista ha planteado la necesidad del desarrollo moderno del pueblo mapuche, del progreso, a través de una integración respetuosa. No han habido dirigentes dispuestos a dejar de ser mapuches, pero sí algunos pensaron que era necesario abandonar ciertas costumbres antiguas y modernizarse. La otra aproximación, la nativista, busca volver a los orígenes. Se trata de una postura social, cultural y política que trata de separarse de las contaminaciones culturales externas y busca lo propio, lo más tradicional; se trata de una mirada antimoderna que desconfía de la modernidad, y por eso se afirma en los valores y costumbres tradicionales.7
Distintas miradas sobre el Pueblo Mapuche
En la actualidad persiste una serie de controversias sobre la trayectoria histórica y lo que significa actualmente ser mapuche. Recurrentemente, esta controversia es acicateada a partir de artículos sobre el tema que aparecen en la prensa escrita chilena.
El historiador Sergio Villalobos, especialista en historia indígena y colonial de Chile, suele referirse a diversos tópicos que buscan desvirtuar y circunscribir a un rango político el conjunto de reivindicaciones de las organizaciones indígenas chilenas.
Frente a las preguntas formuladas por un periodista en el Cuerpo D del períodico El Mercurio del día 31 de agosto de 2008:
¿Quiénes son y dónde están los indígenas en Chile?, el historiador responde:
No hay indígenas propiamente, sino sencillamente agrupaciones mestizas que se formaron sobre las antiguas etnias que existían en el país. Así, por ejemplo, hay descendientes de aymaras en el norte, hay mestizos descendientes de araucanos de la Araucanía. En Chile, indígenas puros propiamente no existen. Los pueblos originarios desaparecieron. Los pueblos que hay ahora son solo sus descendientes.
Y cómo descendientes, ¿qué derechos tienen los mapuches para exigir la reivindicación de tierras en la Araucanía?
Mire, ese es un asunto harto complejo, porque ellos mismos vendieron tierras, ellos mismos colaboraron con los dominadores españoles y con los chilenos. Eso de la resistencia de los araucanos es parte de un mito. Hubo compenetración, hubo tratos, hubo acuerdos, lo que no quita que también hubiese despojo y robo de tierras.
Son muchos los historiadores y antropólogos que piensan distinto de usted. Dicen que españoles y chilenos se habrían aprovechado de la ignorancia de los mapuches para cambiarles la tierra por alcohol.
Claro, pero en derecho, cuando las dos partes contratantes están de acuerdo, no hay engaños, no hay estafa, no hay delito, sino que es un acuerdo sencillamente. Ahora, si los indígenas cambiaban las tierras por alcohol era porque tenían un enorme aprecio por el alcohol y lo necesitaban, y porque tenían gran disponibilidad de tierras, de modo que deshacerse de algunas de ellas no era problema.
Pero hoy las reclaman, ¿deben ser devueltas?.
No porque esas tierras han pasado por procesos de apropiación, transferencias y venta desde hace mucho tiempo, y los actuales tenedores de las tierras no son culpables de lo que haya ocurrido en el pasado.
¿Por qué cree usted que en los mapuches existe esa convicción tan fuerte de que las tierras les pertenecen?
Mire, en todo esto hay una campaña de falsedades y de situaciones que han creado los mismos antropólogos al pensar en la guerra terrible y el despojo y todo lo demás, y porque necesitan para su carrera mantener, digamos, en efervescencia a la Araucanía. Y les siguen los políticos, personas que han politizado la Araucanía, especialmente gente de tendencia marxista que quiere mantener una lucha en esa región.
¿Cuál cree que sería la mejor solución para detener este conflicto?
Seguir trabajando por la incorporación plena de ellos, con todas las oportunidades que tienen desde hace mucho tiempo, desde hace siglos, de educación, preparación, perfeccionamiento, trabajo, inversiones en la Araucanía, de modo de favorecerlos como se favorece a toda la población de Chile.
Mucho de eso ya se ha hecho y el conflicto continúa.
Es claro que todo eso se ha hecho. Están incorporados a la vida nacional. Usted los encuentra en el Ejército, en Carabineros, en la administración pública. Han llegado a ser diputados, senadores, ministros de Estado, de modo que esa incorporación ha dado resultado y no hay por qué estar estar engañando.
¿Por qué siguen pensando que no han sido incorporados a la vida nacional?
Ellos son víctimas de la propaganda de antropólogos, políticos y agitadores. Se entusiasman con las ideas sin pensar en lo que hay de verdadero en ellas. Ahora, la gran mayoría de los descendientes de araucanos están en tranquilidad y quieren una convivencia pacífica, y seguir ocupando cargos o prosperando dentro de la nación chilena.
A raíz de este artículo, surgieron instantáneas réplicas en diferentes medios de comunicación. Una de ellas, elaborada por el Vicepresidente del Partido por la Democracia, Domingo Namuncurá, apareció publicada en el diario La Nación el 3 de septiembre de 2008.
“El historiador Sergio Villalobos declaró que en Chile “indígenas puros propiamente no existen”. Dice que existen “agrupaciones mestizas que se formaron sobre las antiguas etnias” y que los actuales descendientes, aparte de colaborar en su dominación, son responsables de haber entregado las tierras ancestrales, que cambiaban por alcohol y que hoy rige respecto de ellas el concepto de propiedad privada.
Con reiterada frecuencia, la prensa conservadora atiza la estrategia de contraponer los derechos indígenas ancestrales con una teoría discriminatoria y racista, de la cual Villalobos o Gonzalo Vial o editorialistas de estos medios dominantes son exponentes.
La sociedad chilena tiene un fuerte componente mestizo que supera a la población indígena. Pero los indígenas puros no han desaparecido, por mucho que hubo intentos genocidas, en especial bajo gobiernos conservadores y dictaduras militares, y están en muchas comunidades originarias del campo e incluso de las ciudades. La prueba radica en la conformación familiar, la herencia cultural y genética de las familias indígenas. Lo preocupante de estas declaraciones es que esa forma de referirse a nuestros pueblos indígenas revive un permanente interés dominante y conservador de evadir un tema de fondo: Chile es un país racista, intolerante, discriminativo y excluyente para nuestros indígenas. Ha costado muchas décadas abrir caminos al reconocimiento de una deuda histórica, lo que se logró en parte en abril de 2004 con el Informe Presidencial de Verdad y Nuevo Trato.
¿Ignora Villalobos que la pacificación de la Araucanía implicó que el Estado invadió las tierras indígenas y contra la voluntad de nuestros pueblos las declaró “tierras fiscales”porque asumió que no tenían dueños o eran terrenos baldíos? ¿Ignora que muchas de las actuales haciendas o grandes territorios usurpados de este modo a los indígenas chilenos implicó su exilio interno, su desarraigo cultural, la pobreza y la marginalidad que durante décadas han dominado la relación entre indígenas y chilenos?
Denuncia que existen agitadores, amparados por antropólogos y entidades que abren camino a la delincuencia y a un supuesto terrorismo, pero nada dice sobre los hechos de inseguridad que afectan a los indígenas, por la acción de terceros que invaden sus tierras, acosan a sus dirigentes, atemorizan a las comunidades e incitan a la violencia. ¿Tiene resuelto Villalobos el origen de los actos delictuales ocurridos en Vilcún y alrededores?
A lo menos debiéramos pensar en la responsabilidad de grupos interesados en evitar que los derechos indígenas se instalen con justicia y conforme al drecho. Se hace indispensable desnudar a quienes forman estos grupos y a quienes los amparan.
Los indígenas constituimos una diversidad de pueblos que existíamos desde antes de la instalación del Estado independiente. Los derechos fueron subyugados y el patrimonio confiscado de muchas maneras. A los indígenas la sociedad los escondió, los redujo y los invisibilizó. Sobrevivieron solamente por la fuerza de su cosmovisión y la transmisión oral de nuestros lonkos, lamgen y caciques. En algunos momentos recuperaron parte de sus derechos. En otros, como en la dictadura, mediante un decreto ignominioso, se les quiso borrar del léxico político y jurídico. La dictadura dijo en 1978 que en Chile no existían indígenas.
Los comentarios de Villalobos son dolorosos por su insensibilidad. Sus palabras reflejan la existencia de un tipo de sociedad que quisiéramos ver erradicada.
El mismo 03 de septiembre, el historiador Sergio Villalobos responde a través de El Mercurio a otro emplazamiento que le hiciera el día anterior, por el mismo medio, el antropólogo Gastón Soublette:
El señor Gastón Soublette cae en un error al pensar que el mestizaje de la sangre es diferente al cultural, cuando ambos son fenómenos congruentes. Para muestra, hágase un recorrido por los barrios de Santiago y se comprenderán los desniveles físicos y culturales de su gente según el sector.
Nunca he dudado de que no existen etnias o agrupaciones puras, y que en el trayecto humano todo se ha mezclado.
Por eso he sostenido que los araucanos, desde los días mismos de la Conquista, se mezclaron con los españoles y los vástagos de otros pueblos, para formar la masa de los chilenos y de los mal llamados “mapuches” de hoy en día. En el fondo, el señor Soublette me ha dado la razón.
La incorporación cultural de los araucanos es demasiado evidente para estarlo discutiendo. Basta recorrer las listas de los organismos educacionales, de los empleados, de los profesionales y de los parlamentarios para deshacer toda duda.
Es evidente que desde el siglo XVI los araucanos han procurado asimilarse a la cultura dominante, porque han querido disfrutar de todas las ventajas de ella. Es parte de un fenómeno universal, y en vano el intelectual señor Soublette busca mantenerlos aislados, en una especie de vitrina para su contemplación.
El pueblo araucano estuvo dividido frente al invasor; una parte considerable apoyó a los dominadores. Hubo soldados araucanos en el ejército español y después en el republicano. Las parcialidades eran manejadas en gran parte por capitanes españoles, los caciques recibían un bastón de mando de parte del rey y muchos obtenían sueldo. La gran mayoría hablaba español y hubo “lonkos” que mantenían profesores en la cabecera de sus parcialidades. Todos estos hechos constan en diversos libros de investigación, que es conveniente leer.
A modo de conclusión
Si delimitar un punto desde donde abordar la problemática del Pueblo Mapuche era complejo, establecer conclusiones solventes y consensuables se vislumbra aún más difícil.
De partida, no existen confluencias sistemáticas en la apreciación de los problemas relacionados o asociados al Pueblo Mapuche.
Hay elementos míticos atribuidos al Mapuche, que son incorporados a los mitos fundacionales de la Nación chilena, recreando una reverberación de inexactitudes en el imaginario colectivo, tanto en los grupos mapuches como en el resto de la sociedad chilena.
El Estado, no obstante su reciente posición aperturista respecto a la forma como abordar la problemática mapuche, ha sido incapaz de establecer políticas apaciguadoras de los conflictos.
Desde la perspectiva de las miradas al Pueblo Mapuche, estos efectivamente constituyen un problema porque existen y buscan su pleno reconocimiento y el respeto al conjunto de sus características.
Según otra mirada, los mapuches no son un problema porque no existen, sino que quienes promueven su reconocimiento son sus descendientes mestizos, azuzados por discursos indigenistas.