Nos hicimos adictos a algo. Marihuana, sexo, alcohol, relaciones destructivas, masticar piedras, pornografía, comerse los gises, al miedo a estar solos. Cada quien tiene una, supongo.
Cuando la BBC afirma, con base en un estudio, que meterse porquería y media antes de los dieciocho te provoca daños neuropsicológicos, eso, en un país como México, en una adolescencia como la mía, explica muchas cosas.
Recuerdo años atrás padecer el síndrome de Alicia en el País de las Maravillas. Acostado, sin poder dormir, los objetos comienzan a agrandarse frente a mis ojos; las paredes no soportan la presión de las cosas que crecen y crecen, hasta que repente un zumbido calmaba el movimiento.
Luego sentía unas ganas asquerosas de vomitar, pero no vomitaba porque sentía un dolor asesino en el perineo cuando me venían las arcadas (y no sé, de hecho, por qué escribo esto ahora que me duele la cabeza).
Puedo ser adicto a muchas cosas. Al final, si los estudiosos del Instituto de Psiquiatría del King’s College de Londres tienen razón, es que una deformidad en mi cerebro no me permite ser un ente normal.
Me hice la prueba.
Según mis aptitudes, domina el lado izquierdo de mis sesos.
Soy caos y libido.
Y si a esto le sumamos los daños causados por el excesivo consumo de Bacardí a los quince años… bueno, algo debe cuadrar.
Creo que al final lo que tengo es una buena excusa.
Decir, ‘lo siento, sucede que se me murieron la mitad de mis neuronas y la otra mitad están en el funeral’. Quizá me crean.
O es que entonces podría explicar esta necesidad de publicar mis asuntos psicológicos en la web en vez de invertir mi tiempo en psicoanálisis. Porque tuve un accidente:
‘Verá usted, topé con una terrible necesidad de aceptación en la adolescencia, lo cual me llevó a consumir mierda en carrujo, pastilla y piedra; panalitos de mezcal, cerveza fermentada y sexo frenético con calentonas de prepa’. Que huí del amor y eché a perder mis amistades. Que perdí mis generaciones y hasta paré en un seminario, y que, por obra de la causalidad, logré tener vida suficiente para sentarme a escribir.
Espero sentado los resultados del estudio.
He conseguido lidiar con las consecuencias de la ansiedad y mejorar hábitos de vez en cuando.
Cambiar adicciones y hasta llamarlas “adicción en positivo”, como la de alimentarme de gomitas y café.
Pero se me acaban las excusas.
Necesito un trabajo con seguridad social, un balcón en La Habana y una casita en la Patagonia.
Dejar de ponerme triste por cualquier huevonada y escribir muchos cuentos.
Y es que echarle la culpa al karma ya es pereza, y francamente, esta humanidad tampoco pone de su parte.