El discurso que pronunció el lunes el presidente Joe Biden en el primer día de la convención del partido Demócrata de cara a las elecciones de noviembre fue catalogado como “emotivo”, “dramático” e “histórico”.
Pero no fue el que tenía preparado hace escasas tres semanas. Aquel hubiera sido el discurso del candidato a un segundo término presidencial y hubiese tenido lugar en el cierre del evento. Biden hubiera dicho: “yo, Joseph Robinette Biden Jr., acepto la nominación como candidato a presidente de Estados Unidos”. Y todos le hubieran aplaudido.
Hubiera sido el lanzamiento oficial de la campaña de reelección del demócrata. No fue lo que sucedió.
En lugar de ello, Biden leyó una alocución, en la que inicialmente hizo énfasis en sus logros como estadista desde que en 1973, a los 29 años llegó al Senado federal. Desde entonces fue líder en la Cámara alta, vicepresidente por ocho años y presidente.
Gracias por evitar una derrota
Cincuenta y un años después, Biden miraba a los miles de participantes en el evento cuatrienal en Chicago que le mostraban otras tantas pancartas prefabricadas que le decían “Thank You, Joe”. El sabía, lo sabía bien, que no solamente le agradecían por su trayectoria, sino también y especialmente porque había tomado la decisión correcta de renunciar a la candidatura, reconociendo que seguir así llevaría a su debacle y la del país, y apoyar a su sucesora, de 59 años. Le agradecían por irse. Por eso.
Es que por el peso de la visible condición de Biden las encuestas daban como poco menos que asegurada su derrota. Así, Trump sería nuevamente presidente.
Promediando su texto, pasó a atacar al retador republicano Donald Trump y acto seguido hizo todo lo que su partido esperaba de él: presentó, recomendó y embelleció la imagen de su sucesora Kamala Harris. Así terminó el discurso y la imagen de Joe Biden comenzó a desdibujarse en la historia.
El fin de un ciclo que da inicio al futuro
El cierre del ciclo de Biden tiene un simbolismo que supera la vida y obra del actual mandatario. Se trata de un cambio generacional. Hasta ahora, se enfrentaban en los comicios un candidato de 81 años con otro de 78. Dos viejos. Representaban el ayer, un cuadro político añejo, sin ideas nuevas, cuyos representantes insistían con enojo en los mismos argumentos que se esgrimieron en 2016, cuando Trump superó a Hillary Clinton, hoy de 75, y quien también participó en la primera noche de la convención.
Biden ha hecho notables méritos para Estados Unidos a lo largo de su carrera. Como presidente, desalojó de la Casa Blanca a Trump e hizo frente al intento de golpe de estado con el que este quiso aferrarse al poder. Estabilizó la economía dentro de los parámetros clásicos de la división de riquezas y superó la crisis desatada por el COVID-19. En nombre de la tradición estadounidense obró para fortalecer el sistema democrático y la posición de Estados Unidos en el mundo. Atacó la deuda estudiantil, lanzó una agenda de justicia ambiental, luchó para defender el derecho de la mujer al aborto. Y más.
Pero especialmente, el discurso de Biden fue el parteaguas entre el partido demócrata de antes y el del futuro. Un fenómeno que desearíamos se repitiera también en el partido republicano – preso en este momento de un caudillo intransigente y reaccionario quien para gobernar solo usa la división y la mentira – para que de esa manera lleven adelante a nuestro país en momentos tan difíciles.