Elena Ivanovna Diakonova: Gala

Estoy asustada, como un corderito esperando en la oscuridad a ser esquilado, desprendido de su cabello protector, de su potencial lana colorida y templada que terminará aliviando el frío de cualquiera, mientras mantiene el suyo por imploración externa, por mandato autoritario… tanto que protesto por la autoridad… y me recluyo en ella cada día. Observo tus pasos, Gala, no eres hermosa, pero me viene a la memoria una frase encajada en el surrealismo, cargada de intemporalidad: “es más hermosa que si lo fuera”, y así creo que eras, más bella que si hubieras sido bella.

Sí, te admiro de repente, no desde años atrás, o desde los Arcanos, ni los Amantes, o los Artistas; te admiré desde aquella ventana, mirando al mar, y dejé de admirarte, quizás por las malas formas, por los complejos, o por esa insensata obsesión de mantener la juventud más allá de la naturaleza.

Algo me identifica contigo, y aunque no te comparto, te comprendo. Porque aquellos que llevamos la semilla del hacer de uno un templo libre, dirigidos por la esencia de la intuición primera, nos comprendemos.

Ayer me paseé contigo por el placer carnal, en secreto, en la noche, me invitaste a incitar mi sexualidad, mis oscuridades y mis luminosidades escondidas, y sentí con ello que ejercías de maestra insensata, y sentí también que perdiendo la cabeza uno la gana, porque al menos tiene cabeza que perder, como Leibnitz y su razón, o quizás, de un modo más simple, como las llaves que siempre revuelvo entre los sinsabores y desórdenes del interior de mi bolso.

Tú y tus Artistas, yo y el Mío, que es mío sin serlo, pero que me pertenece en la poesía, y después, después del Arte, deja de serlo, y se convierte en esa inmensa figura que admiro y amo a partes iguales, entre otras cosas, porque no me pertenece.

“Estamos nosotros, y después están los demás”, dijiste, y yo repito, como oración vespertina en la que confluyen las creencias. Porque no repito más que aquello que entiendo en lo más profundo de mi conciencia, más allá, después del entendimiento, sólo quedan las promesas aceptadas sin sentido, y los corderos que militan entorno a las ideologías.

Gala inspiradora, mujer, surrealista y madre, ¿madre?

Para sus Amantes, para sus Artistas, para sus Arcanos… desde la contradicción en la que te comparto, solamente un gracias me basta para aprender de ti, que los hombres no somos esa zaga de perversidades políticas, ni manifiestos absolutos, ni regímenes… ni siquiera filas, haciendo fila, detrás del pan.

Somos, en parte gracias a personas como tú, individuos, seres que buscan sin saber qué buscan, que viven sin saber por qué razón viven, pero que viven, al fin y al cabo, tan intensamente como su cuerpo y su alma les dejen hacer.

Laura Fernández Campillo. Ávila, España, 07/10/1976. Licenciada en Economía por la Universidad de Salamanca. Combina su búsqueda literaria con el trabajo en la empresa privada y la participación en Asociaciones no lucrativas. Sus primeros poemas se publicaron en el Centro de Estudios Poéticos de Madrid en 1999. En Las Palabras Indígenas del Tao (2008) recopila su poesía más destacada, trabajo este que es continuación de Cambalache, en el que también se exponen algunos de sus relatos cortos. Su relación con la novela se inicia con Mateo, dulce compañía (2008), y más tarde en Eludimus (2009), un ensayo novelado acerca del comportamiento humano.

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