Uzi, largometraje del realizador mexicano Pepe Valle, se ocupa de un silencioso personaje, Uziel, sicario retirado que lleva una vida apartada y precaria. Se estrenó en la Ciudad de México con apoyo del programa producciones independientes del Festival de Cine Internacional de la UNAM (FICUNAM). El rol principal recae en el actor y cineasta salvadoreño Manuel Sorto.
Una entrevista de BARRACUDA-LITERARIA
Manuel Sorto tiene su centro en Bayona, el país vasco francés, desde 1987. Recientemente estuvo en El Salvador presentando la reedición de su novela Operación Amor (Editorial La Chifurnia), publicada originalmente en 1980. Hace un par de años, acompañado de su hijo, Camilo Sorto-Cazaux, también cineasta, estrenó en este país el documental Sistiaga: una historia vasca (2018), un tributo al artista vascongado.
En 2018, el cineasta mexicano de origen salvadoreño Pepe Valle (Workers; 2013; Las búsquedas; 2013) le ofreció a Sorto el papel de Uzi, en el largometraje de ficción que va a estrenarse este jueves. La cinta se rodó en la Ciudad de México y en Chile.
En la entrevista, que ofreció desde Bayona, Sorto conversa sobre su actuación en Uzi, y comparte proyectos futuros.
¿Cómo fue que te ofrecieron el rol principal de Uzi?
Me lo ofrecieron en 2018. Pepe Valle, el director, vino a ver la película nuestra, Sistiaga, a la Cineteca de México, y luego nos fuimos a cenar y beber algo. Ahí me preguntó si yo no había vuelto a actuar, y yo le dije que hacia mucho tiempo que no lo hacía, pero que me gustaría volver a hacerlo. Poco antes de que yo regresara a Francia nos vimos en su casa, y entonces me dio un libro de imágenes y me comenzó a filmar con el celular.
Un poco tiempo después me dijo que si yo estaba interesado en volver a actuar, que él tenia un proyecto. Le dije que sí, y me envío el guion.
Yo pensé que era para un papel secundario, una cosa pequeña, pero resultó que era para ser el protagonista de su película. Ya tenía dos actores, era una terna. Me imagino que eran actores mexicanos. Luego me preguntó si estaba dispuesto a pasar una prueba para casting. Yo dije que no había problema, solo que yo estoy aquí, en el país vasco [francés]. Yo ya tenía el guión, nos conectamos por Skype y me dirigió hacia las escenas que él quería. Camilo, mi hijo, las iba a filmar y se las iba a enviar. Así lo hicimos. Al siguiente día, tenia la respuesta de él, que sí, e hicimos los arreglos que se tienen que hacer en esos casos: el salario, el viaje… y el viaje era para la siguiente semana.
Así arranco todo. Al día siguiente, ya estaba el boleto aquí.
¿Te atrajo el papel?
Mucho, muchísimo, es un personaje rarísimo; me encantó, y el guión me gustó.
¿Cuánto tiempo llevó el rodaje?
Cinco semanas. Con un atraso de dos días, por la lluvia: había que filmar exteriores, sin lluvia, y se tuvo que suspender el rodaje. El rodaje se hizo en la ciudad de México, cerca del aeropuerto, en unas colonias populares, populares, que probablemente están ahí desde antes que construyeran el aeropuerto.
Ahí se encuentran esos baños que operaban antes y que hoy están abandonados. También hubo una semana de rodaje en el desierto de Atacama, en Chile. El desierto es magnífico: yo ahí entendí el sonido del silencio. Alucinante.
¿Qué representa Uzi como personaje?
Es un tipo bien raro. Por lo que sucede en la película sabemos que ha sido un sicario, un asesino a sueldo, de esa gente a la que le encargan matar a alguien. Mata y le pagan.
Pero él ya esta retirado y vive de ese baño, aunque está en la mierda económicamente. No tiene ni para comprarse un café, tiene que echarle más agua al café y recalentar agüita pintada. Ya en la tienda no le quieren dar de fiado. O sea, un tipo que está fundido, pero que no quiere volver a matar: en un dialogo dice «yo ya no hago eso».
¿Cómo te preparaste para esa interpretación?
Tenia mucho tiempo de no actuar, pero descubrí que mis mecanismos actorales seguían funcionando muy bien. Fue muy natural asumir el personaje.
¿El acento no fue un problema para vos?
Con el acento no. A mi me sucede que voy a otro país donde también se habla el castellano, y rápido agarro el acento, el cantadito del país. Me pasa en Guatemala, me pasa en México.
¿Cómo conociste a Pepe Valle?
Con Pepe nos conocimos, si no me equivoco, como a finales de septiembre o principios de octubre de 2014.
El vino al Festival de Biarritz a presentar su película Las búsquedas. Un amigo escritor me invitó a verla y me dijo. «Yo he averiguado que ese tipo nació en El Salvador». Entonces me doy cuenta de que el director se llama José Luis Valle. Al rato tiene que ver, me digo, con el director de teatro, José Luis Valle, «el Chuti»: con el comencé mi oficio de actor, en 1968, con Final de partida, de Samuel Beckett. Al final de la proyección hubo un coctel; me le acerqué y le dije: «Quiúbole, yo soy salvadoreño y me llamo Manuel Sorto».
Entonces se le abrieron los ojos y me dijo: «Meme. Yo te conozco desde niño». Pero no volvimos a vernos hasta que él fue a ver Sistiaga: una historia vasca, en la Cineteca de México.
En una entrevista, Pepe Valle describe este largometraje como una reflexión sobre la violencia.
Es una reflexión sobre la violencia, pero creo que al mismo tiempo es una reflexión sobre el valor de la vida, la diferencia entre la vida y la muerte, que a veces puede depender de un instante, de un hilo, de una fracción de segundo, o de un encargo. Es a lo que Uzi ha estado acostumbrado, se supone. Uzi también vive un momento en que le toca asistir a un parto. Le toca, no puede zafarse. Por lo menos, según mi interpretación, al ver nacer ese niño se activa en él todo lo que se le había olvidado sobre el valor que tiene la vida.
Por lo que explica Valle, Uzi no despliega imágenes de violencia, tiroteos, o cosas así.
Hay una violencia latente, reprimida; es una constante en toda la película. Al mismo tiempo, podemos ver su miseria: cómo Uzi se las arregla para sobrevivir. Su trabajo es ver cómo mantenerse.
De hecho, esos baños llegaron a sus manos después de que le perdonó la vida a alguien. Le perdona la vida, pero con la condición de que se fuera al Norte, a Estados Unidos. A cambio de ese favor, la supuesta víctima le deja esos baños. Yo recuerdo, en los años ochenta, cuando viví en México, que había gente que los fines de semana iba a una especie de baños turcos. Pero en el tiempo en que transcurre la película, esos baños ya no le dan para vivir a Uziel.
Solo le queda un cliente, que resulta ser la misma persona que le hacía los encargos en el pasado.
La película se mueve siempre en el presente, con una excepción: una secuencia casi onírica, que fue la que filmamos en el desierto de Atacama.
¿Cuánto tiempo tenías de no trabajar como actor?
Desde principios del 80. Son como 38 años sin actuar, toda una vida.
¿Fue en el teatro?
No, fue en La zona intertidal, un cortometraje de El Taller de los Vagos, de Guillermo Escalón y mía. El tema de la película es el asesinato político: el asesinato de un maestro. Yo hago el papel del maestro. Lo han tirado en una playa, lo han ido a tirar creyendo que está muerto; tiene dos o tres flashbacks, en los que se acuerda cómo los escuadrones de la muerte lo han llegado a apresar, por qué está ahí.
Es una película, un cortometraje que obtuvo el segundo lugar en [el Festival de Cortos de] Oberhausen, ganó también un Mikeldi de Plata en el Festival de Bilbao, y fue seleccionada para la Quincena de los Realizadores en Cannes, junto con Morazán, de quince minutos. «Yo no estoy mal como actor ahí; estoy bien. Digo, me siento satisfecho como actor».
¿Estás satisfecho con la manera como salieron las cosas?
Satisfechísimo, pero no he visto el resultado final, no he visto la película aún. No la película terminada. Entonces, no sé qué fue lo que quedó de mi actuación.
Tengo una gran curiosidad por verme actuar, y como es una película no una pieza de teatro, tengo la oportunidad de verme actuar. Esa es una gran curiosidad para mí.
¿Qué otros proyectos tenés?
Ahorita estamos terminando un largo documental que estamos filmando en El Salvador. Es una película de Camilo y mía. Los dos dirigimos. El tema es difícil de explicar, pero se trata en esencia de un tema que se origina entre 1881 y 1882 y llega hasta nuestros días.
Ahora estamos viendo cómo lo financiamos, pero todo lo que es preproducción ya está hecho. Los personajes, los lugares, todo eso ya está. De rodaje hemos hecho unas cosas que nos pueden ser útiles.
También estoy revisando una pieza de teatro que yo escribí, para ver qué pasa. Es una pieza para tres personajes. El nombre es Sine qua non. Ya quiero salir de eso. Después, pienso intentar pasar al cine de ficción. Uno de los proyectos es sobre Consuelo Suncin. Yo he hecho investigaciones; desde que estoy en Francia estoy tras ella. Hasta tengo filmados testimonios con gente.
Hay un arquitecto que fue compañero de ella en la escuela de Bellas Artes, en la escuela de Pintura. Cuando se tomaron París los nazis, él fue chofer de Saint Exupery y de Consuelo para trasladarlos fuera de la zona ocupada. Y hay una señora que estuvo con ella hasta que se murió. Te cuenta los dos últimos días de Consuelo. Creo que andaría más cerca de la ficción [que del documental]. Por eso te hablaba de regresar a la ficción.
Cuando pueda, quiero seguir con una novelita, ahora tengo 90 páginas. Ahí va. Ya sé cómo termina.
¿De qué trata tu novela?
Es un encuentro que sucede allá por 1930. Es de un gringo que llega a Bayona, la ciudad donde vivo –donde se inventó la bayoneta–. Este tipo es un escritor desconocido que llega a Francia en busca de una amiga. La amiga es Anais Nin.
Es una historia sobre Henry Miller.