TORRELAVEGA (España).- Horas después del partido, pasada la media noche, las bocinas de los coches, las vuvuzelas importadas de Sudáfrica, mamás con niños de la mano, y adultos afónicos y eufóricos, seguían celebrando por las calles y plazas la victoria de la Roja.
El resultado: España 1, Alemania 0.
La Roja está en la final del Mundial Sudafricano porque ayer fue el único equipo en el campo. Alemania, por si a alguien le quedaba duda, no fue el rival de envergadura que muchos anticipaban. Los nibelungos ningunearon a ingleses y argentinos en las eliminatorias previas, pero con la Roja el guión fue otro muy distinto. Anoche la batuta tuvo un solo dueño, latino y mediterráneo, español.
“Es el mejor partido de España en mucho tiempo”, decía en el bar de la esquina Juan Carlos Zabálburu, un obrero industrial, mientras alzaba su copa en un corro de gente donde ininterrumpidamente se sucedían los gestos de celebración. De vez en cuando, alguien comenzaba a cantar eso de “Soy español, español, español…” para que un coro de voces variopintas respondiese al unísono y en voz alta el mismo estribillo: “Soy español, español, español…”
Así una y otra vez.
Después de celebrar con una nueva ronda de cervezas, Zabálburu, un hombre cuyas arrugas revelan haber sido testigo del último medio siglo de fútbol español, comentaba el apabullante dominio de la Roja tras el pitido final: “Desde que ganamos la Eurocopa [en 2008] España sólo sabe jugar así, y así es como vamos a ganar este Mundial”.
Ayer la Roja jugó como mejor sabe jugar al fútbol. Hizo su partido, borró al contrario y ganó. Ahora ya está en la final. Pero si el de ayer fue su mejor fútbol, lo fue en no poca medida porque enfrente tenía un equipo que había demostrado tenerle gusto a eso de dominar la pelota, dirigir e imponer el tempo del partido, machacar rayando la humillación cuando las oportunidades surjan, independientemente de quién sea el rival – australianos, ingleses o argentinos -. Esa es Alemania, según muchos analistas la selección “que más y mejor juega a la española”.
Ayer, el dominio de la Roja rozó la obscenidad de forma descarada. Tanto así que a los teutones no les quedó más opción que asumir el rol de secundarios a la espera de un milagro que cambiase la partitura. Pero o fue así, el milagro no llegó y ni siquiera pudo hacerlo. El dominio de la Roja nunca se pudo cuestionar, y así resulta muy difícil ganarles, casi imposible.
Cuando la Roja juega sin complejos, juega al fútbol que conoce, el fútbol que saben los más de 20 jugadores del equipo, juega al fútbol de verdad, con mayúsculas. Con arte y disciplina, combina las dosis justas del “jogo bonito” del Brasil de otras épocas, con la cicatería efectiva de una Italia que sin deslumbrar también sabe cómo ganar mundiales. España llega a la final ganando otra vez por un solo gol. Solo que esta vez ese solitario gol – de Carles Puyol – vale más.
Vale más porque era una semifinal del Mundial. Vale más porque en frente no tenía un equipo recio a priori agazapado con la única pretensión de atinar en un contraataque certero. Vale más porque la “magia” del fútbol se expresó con una belleza de juego limpio – no hubo tarjetas ni polémicas mayores – donde el protagonismo de los árbitros brilló por su ausencia. Y vale más porque ganó el mejor, a pesar de las dudas que la Roja a menudo deja al desnudo (léase el egoísmo de Pedro al no pasar un balón a Torres ¡un gol cantado! al final del partido [que les habría proporcionado a los alemanes un “poco” de su propia medicina], o la corrosiva y falta de puntería general porque a estas alturas de Mundial uno ya no sabe cómo decirlo: demasiadas oportunidades fallidas).
El 16 de junio España inauguraba el Mundial con la vitola de favorito. Perdió 1 a 0 contra Suiza. Fue el único tropiezo, y sólo uno podía permitirse. Desde ese día, los jugadores de Vicente del Bosque (entrenador) siempre supieron lo que tenían que hacer: tocar, pasar, jugar el cuero, dominar el partido, tener paciencia, hilvanar oportunidades, tener más paciencia y… rematar. En otras palabras: jugar sin complejos.
Esta generación de jugadores curtidos en varias ligas europeas, no tiene complejos. Pueden acertar o no, pero no tienen complejos. Ayer no fue Villa “Maravilla” (con 5 dianas sigue pichichi) quien hiciese el gol pertinente, sino Carles Puyol, el veterano central del Barcelona que de oficio tiene tanto como de corazón. Con 32 años, 89 veces internacional y bajito, apenas 1,78 metros de estatura, Puyol cabeceó un balón tras un saque de esquina en el minuto 73 de la segunda parte, que se alojó, sin más opción, en las redes germanas dejando sentenciado el partido.
“Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe”, había dicho un minuto antes José García, perito de accidentes automovilísticos quien a sus 40 años lleva tiempo portando la bandera nacional a forma de capa medieval, los días en que juega la Roja.
Y el cántaro se rompió. En el minuto 73, con el gol de Puyol. Un cabezazo de la ostia.
España en la final, contra Holanda el próximo domingo.
LA FINAL CONTRA HOLANDA
Solamente queda un partido, uno más, 90 minutos de juego y la Copa del Mundo de Fútbol, además de ofrecer una final inédita, estrenará campeón.
Los holandeses han disputado – y perdido – dos finales, ambas como forasteros en una cancha donde jugaban contra el anfitrión (contra Alemania en 1974 y Argentina 4 años después). Los españoles nunca siquiera habían llegado a una semifinal. Sudáfrica parece ser tierra de nadie, y ambos equipos ya están de hecho condenados a hacer historia. Pero sólo el que gane será quien se lleve la gloria.
La prudencia sugiere recurrir a tópicos como “Hay que jugar el partido”, “En una final cualquiera puede ganar”, “Es cuestión de suerte”, “Que gane el mejor”, etc.… Las estadísticas indican que un equipo que hubiese perdido el primer encuentro del Torneo (caso de España que perdió 1 a 0 contra Holanda) nunca ha ganado el título. Y tampoco faltan los argumentos acerca del dominio de un fútbol español que ha empezado a enamorar justo cuando más se necesitaba, en la antesala de la final.
Anoche en España se respiraba un aire de confianza y optimismo que a más de uno le hacía exclamar: “Ahora si, ahora si que somos campeones”. Holanda no es un equipo que provoque un miedo especial, y la Roja figura como favorita en la mayoría de las quinielas (apuestas); a pocos escapa el detalle.
Una vez pasados los tragos y bocinazos, el optimismo seguía dominando en la calurosa noche veraniega ya en su primera madrugada. Eso sí, la gente parecía consciente de que nada estaba hecho todavía. Los canales de televisión llevaban horas repitiendo declaraciones de varios protagonistas del partido en las que el común denominador era eso de que “Las finales son para ganarlas”.
Los jugadores y el equipo técnico con Vicente del Bosque a la cabeza, lo saben mejor que nadie. Tienen que jugar contra los Tulipanes como mejor saben hacerlo, sin complejos. Solamente entonces quedarán reflejados los hechos para después poder empezar a escribir la historia de este mundial africano.
Un partido más.
piterbaraja@yahoo.com