Estamos en el año del Bicentenario de nuestra Patria, la Argentina.
Doscientos años de historia en donde el ser nacional ha forjado su destino como nación libre. Pero a tantos años de nuestra historia me pregunto hoy: ¿somos una nación libre? Cuánta importancia tiene entonces el poder del discurso. Ha transcurrido ya más de medio milenio desde que el español pisó nuestro suelo y comenzó a escribir nuestra historia. Hoy todos queremos conmemorar el Bicentenario, pero nos estamos olvidando de alguien, de ese ser primito de estas pampas, el habitante natural.
Desde el año 1984, reza en nuestra Constitución Nacional el siguiente discurso:
“Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan…”.
Pero nuestros historiadores y escritores románticos y posrománticos, atentaron abiertamente contra nuestros nativos, que en el discurso pretenden defender sus derechos.
Pero por más que la historia pretenda ser objetiva, debemos tener en cuenta que la misma es interpretada y escrita por un sujeto social. Por lo tanto aquí entra en juego otro tipo de análisis que el lector deberá considerar al momento de satisfacer sus conocimientos sobre la veracidad objetiva de los hechos dados a conocer.
Me estoy refiriendo a la teoría de la enunciación para el análisis del discurso, que reside justamente en que nos permite encontrar, dentro del discurso, signos específicos que señalan de diversa manera la actitud subjetiva del autor en relación a la situación en que se produce un discurso. Lo que posibilita el análisis es el hecho de que por lo menos una parte de la subjetividad de los individuos está codificada en determinados signos de la lengua.
Entonces esto nos lleva a reflexionar ¿cuáles son los límites que separan los textos históricos a los literarios? Muchos textos que son meramente históricos aportan frases tomadas de la ficción, y si consideramos que el discurso literario se distingue del resto de los discursos sociales por su carácter ficcional y su función estética, entonces, caemos en esa eterna dicotomía.
Toda esta presentación nos permite introducirnos de lleno a la problemática que trajo aparejado en el discurso, tanto histórico, en cuanto literario, el término “INDIO”, ese habitante original de nuestras tierras que fue avasallado durante la conquista y después de haberse declarado el nacimiento de nuestra Patria, en 1810.
El Bicentenario que se conmemora en este año nos muestra cómo el ser nacional ha ido menoscabando el término “indio” a través de las letras, negando así el germen primordial de esta Argentina bicentenaria.
Es obvio imaginar que en estas regiones de Villa María, Córdoba, lugar que resido, nacida en los rieles del ferrocarril en 1867, los habitantes de la Pampa fueron los nativos de estas tierras, a los que se les llamaron injustamente “indios”.
Y es a estos personajes a quienes deseo referirme ya que todo escritor, quiérase o no, siempre termina plasmando en su escritura sus aspectos culturales que existe en el trasfondo del inconsciente colectivo relacionado con el mito personal (inconsciente) y con la visión (consciente) de la realidad. En esta forma el escritor se convierte en el intérprete de su aquí y ahora. Es así que el producto textual se genera en la competencia cultural e ideológica de cada uno de nosotros. Por eso que es necesario salvar ese error histórico y reconocer a esos primeros habitantes de nuestro suelo para así reconocernos nosotros en el contexto cultural de hoy.
La Licenciada Graciana Pérez Zavala fue ampliamente persuasiva en cuanto le otorgó un papel importantísimo al habitante de nuestra pampa, a los que llamó “pueblos originarios” por indios o indígenas. Fue, de alguna manera, clasificando a los distintos pueblos nativos de Córdoba. Tanto a los Comechingones y Sanavirones. En cuanto a los Pampas que se funden posteriormente a los Araucanos no subyaciéndose a los mismos, produciéndose una transformación de la araucanía, tanto en Córdoba, como en Santa Fe y en Buenos Aires, y nos presenta en forma general el proceso de araucanización de la pampa en el siglo XVI y XVII, evidenciado por la influencia social del lenguaje, la religión, las técnicas metalúrgicas y de cultivos, y en cuanto al traslado de hombres y mujeres a la Pampa, reconociéndose como el área arauco pampeana nor-patagónica.
Un claro paralelismo con nuestra literatura argentina, la podemos encontrar en la obra de Lucio V. Mansilla, “Una excursión a los indios Ranqueles”; en donde en su primer capítulo describe lo siguiente: “hallándome al mando de las fronteras de Córdoba, que eran las más asoladas por los ranqueles, esta tribus de indios araucanos, que habiendo inmigrado de distintas épocas por la falda occidental, pasando por los ríos Negro y Colorado, han venido a establecerse entre el Río Quinto y el Río Colorado…”.
Teniendo en cuenta lo antedicho, es dable creer entonces que en épocas fundacionales de Villa María, algunos rezagos de esta población originaria debieron existir. Avanzando entonces en la bibliografía presentada en el Capítulo II de La Familia Lazos, Orígenes y Cautiverio, titulado “El malón y sus consecuencias”, de Juan Guillermo Durán, hace referencias en su título 1 –Las fronteras desprotegidas- a la cruenta invasión de 1864 a las postrimerías de Villa Nueva, en que los diarios de la época denunciaban en términos de creciente alarma, el estado crítico en que se encontraba la frontera sur de Córdoba, sin duda la más peligrosa del país por aquel entonces. La línea defensiva era más bien imaginaria, pues sólo en teoría se había desplazado hacia las márgenes del Río Cuarto. En la práctica, la frontera llegaba hasta donde asolaban los malones, y el poder de penetración de éstos ganaba más terreno a medida que eran menores las fuerzas que se le oponían.
Para mayor ilustración, aportaremos copia de un documento respecto a los pobladores originales de la región, es el comentario que aparece en el “Eco de Córdoba”, en las noticias sobre el malón, el 31 de octubre de 1866, que en uno de sus párrafos dice textualmente:
Los vecinos de los departamentos invadidos no recuerdan una invasión más basta ni más asolada.- es difícil hallar un solo hacendado que haya salvado su fortuna. No es el caso de esperar entonces el auxilio del Gobierno Nacional para acudir cuanto antes en protección de los departamentos que son invadidos con una frecuencia que horroriza…
¿Y qué decía esa carta del señor Ibazeta? Lo cierto es que dicha persona era un vecino de la Villa que actualmente existe al otro margen del Río Tercero, frente a la ciudad de Villa María, cuyo testimonio demuestra fielmente la existencia de los nativos en la región.
Podemos decir que nuestra literatura autóctona comienza en el romanticismo que se desarrolla en el Río de la Plata. Pero nuestros primeros escritores nacionales se ensañaron con el habitante natural de las tierras. Un claro ejemplo de ello en la imagen del indio que presenta Esteban Echeverría en su obra “La Cautiva”, que lo presenta desde la perspectiva del hombre blanco, y por ello aparece como sinónimo de barbarie. Es incivilizado, sanguinario, agresivo y feroz.
Cuando en la Generación del Ochenta aparecen los poetas defendiendo al ser nacional, lo hacen desde la óptica del gaucho, personaje que juntamente con el indio y el negro, conformaban la clase inferior de la pirámide social después de la etapa aluvional, y en la misma Biblia Gaucha, el Martín Fierro, aparecen términos referido al nativo tales como: en su Capítulo III, sextina 80:
…naide le pida perdones
al indio: pues donde dentra
roba y mata cuanto encuentra
quema las poblaciones.
Ingresando un poco en la historia narrada desde algunos historiadores, escritores y poetas nacionales, se hace factible observar el trato de “indios” a los pobladores nativos, y en muchas ocasiones se los presenta como los hombres malos de la película, o protagonizan los antihéroes.
Ni bien se produce la incorporación de los habitantes nativos de la Pampa al sistema colonial, la totalidad social se fragmenta en dos grupos: indios y españoles. La pertenencia de los sujetos a cada uno de esos grupos es inmutable e intercambiable en tanto se define por adscripción. Estos dos términos, y esta oposición primaria y taxonómica se mantendrá desde la fundación de la ciudad y a lo largo de todo el siglo XVII.
La inclusión de la población autóctona de Córdoba en la categoría de los indios define a su vez su inclusión en otra, muy homogénea, la de los indios en tanto población autóctona americana, término que condensa la ideología etnocéntrica europea y remite directamente a la situación de colonizados.
Sin embargo, los indios de Córdoba se diferencian de los indios en general por ciertas caracterizaciones y estructuras definicionales negativas, atributos descalificadores que absorben a la clase entera y que se relaciona con el ámbito del entendimiento. Cuando se intenta especificar la deferencia entre los indígenas de Córdoba y otros, se explica que son fáciles, incapaces de toda razón, decrépitos, dementados, etcétera, en relación a los de otras partes. Entiéndase que todo eso fue sacado de archivos de colonizadores y conquistadores de la época. Según explica Beatriz Bixio, en su obra “Los espacios de la exclusión en la Córdoba del Tucumán”, en el único sector discursivo del voluminoso corpus en el que se intenta definir en qué reside la semejanza y la diferencia de los nativos de Córdoba en relación a los “otros” indios, ésta se establece en los siguientes términos:
..es gente tan bestial que ni tiene sujeción de cacique ni le obedecen ni se gobiernan por ellos como se haze en el Piru y otras partes donde los indios tienen capacidad…” (Acta del 30 de diciembre de 1606).
Analicemos las partes documentales que anteceden respecto a esos escritos que descalifican a los nativos de la provincia de Córdoba. ¿En qué reside la diferencia de los indios del Perú a los de esta provincia? ¿Aquéllos merecen más respeto que éstos? Para hablar de este tema escribiríamos varias páginas de opiniones, pero lo cierto es que aquellos indios del Perú se dejaron oprimir fácilmente por el español, no así los primitivos habitantes de esta provincia. Es lógico entonces pensar que cualquier comentario de los conquistadores o descubridores respecto a estos nativos, a los que mal llamaron indios o aborígenes, tuviesen el espíritu de esos escritos tan sólo porque no se dejaron seducir tan fácilmente como los del Perú.
Esta clase de indios, que sólo adquiere visibilidad en tanto existe su opositivo “españoles”, también pueden ser denominados “naturales”. Si bien ambas nominaciones remiten a la población nativa, la elección de una u otra se relaciona con las orientaciones evaluativas que adquiere en el discurso y en este sentido su significado es particularmente disímil.
En efecto, las distribuciones de estos términos (indios-nativos), los enunciadores que pueden usarlo, los receptores que pueden recibirlo y los argumentos que las apoyan, varían considerablemente. En principio, los enunciados protectivos, o sea, aquellos que pueden formar parte de los nombramientos de los agentes políticos coloniales y que enuncian la voluntad de proteger a la población indígena, usan con muy pocas excepciones, el vocablo natural y no indio.
Según sostiene Beatriz Bixio, el término naturales se encuentra básicamente en discursos que pertenecen a autoridades políticas superiores en la época de la conquista. En el entorno de los discursos de la ciudad es común encontrarlo en los discursos de los protectores de naturales quienes cuando definen personas nativas o intereses de los nativos se refieren a ellos en el término de naturales, y en muy pocas oportunidades optan por el de indios, esencialmente negativizados. Entonces, por oposición como ya se ha demostrado, en las descripciones y argumentaciones en las que se destacan acciones o atributos negativos, el lexema que se ha utilizado para nombrar a los habitantes nativos, es el de indio.
También hay que considerar que durante los tiempos del descubrimiento y de las conquistas en tierras americanas, y muy especialmente la araucana, la Iglesia ocupó un papel primordial, especialmente en guardar o retener muchos documentos escritos e la época. Y deseo hacer hincapié en una obra muy extensa escrita por Juan Guillermo Durán, titulada “En los toldos de Catriel y Railef”, la obra misionera del Padre Jorge María Salvaire, quien utilizó para sus escritos un ejemplar de la edición chilena de 1884: Gramática de la lengua chilena, escrita por el Reverendo Padre Misionero Andrés de la C. de J. Adicionada y corregida por el R.F. Fr. Antonio Hernández de Calzada, de la orden de la regular Observancia del N.S. San Francisco, edición hecha para el servicio de las Misiones, por orden del Supremo Gobierno, bajo la inspección del R.P. Misionero Fr. Miguel Ángel Astraldi, en Santiago de Chile, en la imprenta de los Tribunales, en 1846. Este mismo ejemplar utilizará el Padre Febrés para la instrucción religiosa a esos nativos, los mismos que dicha obra llama “indios”, quien en muchos aspectos se limita a reproducir los textos catequísticos del III Concilio Provincial de Lima (1582-1583), traducidos ya al araucano por el jesuita Luis de Valdivia, en 1606.
Lo que pretendo demostrar es que desde la misma Iglesia ya existían ciertos términos y prácticas peyorativas hacia los habitantes originales de la araucaria, pues, el III Limense ordena la redacción y publicación de dos catecismos, menor y mayor. El motivo de la duplicación de textos es la siguiente:
porque los indios no son todos de una misma habilidad y memoria, ordenóse que se hiciese un catecismo más breve para los rudos, y otro mayor para los más hábiles.
De esta manera, dice la obra, se puede determinar la fisonomía pastoral de los destinatarios del “menor”: los indígenas que por la “rudeza de sus ingenios”, o por las características y duración de sus trabajos, no “eran capaces de catecismo mayor” (segunda acción, cap. 4).
En conclusión, aunque el término indio se ha usado de manera más o menos neutra para referir a la población autóctona de nuestro país que conmemora su Bicentenario del nacimiento de nuestra Patria, puede considerarse que en el siglo XVII éste era un sustantivo evaluativo, peyorativo, y esto es claramente un axiológico. No obstante, en la actualidad seguimos utilizando ciertos términos como indios, aborigen, indígenas, con tanta naturalidad que no tomamos conciencia de que aquéllos han sido los primitivos habitantes de estas tierras. Cuando abrimos los ojos y realizamos un paseo por esta hermosa ciudad de Villa María, nos maravillamos de tantos encantos que nos presenta hoy un pedazo de tierra bañada por las aguas del Ctalamochita, que no descansa, que no duerme, que sigue silenciosamente su paso besando las costas de ambas ciudades del mismo germen, de la misma historia, del mismo cielo en que vivieron nuestros antepasados a los que hoy negamos, ya seas por necedad, ya sea por desconocimiento, lo cierto es que no podemos seguir negando nuestra propia identidad., a doscientos años del nacimiento de nuestra querida y amada Patria.