En la enciclopedia de la intolerancia, seguramente incorporarán toda una sección sobre el caso de Iván.
Uso el nombre de Iván, que refleja la identidad de género que él eligió, pero en realidad todos lo conocían como Alana. Ese es el nombre que, incluso después de su suicido, siguen utilizando los ignorantes, los irrespetuosos y, por supuesto, los intolerantes ideológicos.
Una familia de inmigrantes
Iván y su gemela Leila, de solo 12 años de edad, vivían con sus padres y un hermano menor en Sallent, una pequeña localidad de unos 6,000 habitantes que se encuentra a 43 millas de Barcelona.
Los padres, inmigrantes argentinos que como muchos latinoamericanos buscan mejores oportunidades en otros rincones del mundo, habían arribado a Sallent hace menos de dos años y, como es de esperar, experimentaban las dificultades típicas del recién llegado.
La migración, generalmente, implican tensiones, desilusiones, tener que adaptarse a nuevos espacios que a veces son hostiles. Esa adaptación puede ser particularmente problemática para los más pequeños que han dejado atrás familiares, amigos, compañeritos de escuela. Así parece haber sido el caso de los niños, que no cabe la menor duda que no la estaban pasando bien.
Perdón, no era que no la estaban pasando bien. Seamos bien claros, La estaban pasando muy mal, como lo sugiere el constante hostigamiento al que eran sometidas en la escuela, el Instituto Llobregat de Sallent. Un centro educativo en donde se asume que los niños están seguros y emocionalmente protegidos. Para Iván y Alana, era todo lo contrario.
El ´bullying´
“Un grupo las acosaba, instigado sobre todo por tres chavales que las llamaban ´las argentinas´ y se reían de ellas por el acento y la identidad sexual de Alana”, comentó una de las compañeras del instituto.
Pero el hostigamiento no se limitaba a palabras o risas, sino que “las rodeaban, les pegaban y les decían cosas”.
Incluso el abuelo de Iván y Leila, Gustavo Lima, dijo que al identificarlas como argentinas, les gritaban “que se volvieran a su país”.
La misma compañera de escuela, que fuera entrevistada por varios medios españoles, sugirió que el personal escolar estaba al tanto del acoso y que en ocasiones hasta “culpaban a las gemelas por defenderse, y eran ellas las que terminaban castigadas”.
Ese era el mundo de insultos grotescos y brutalidad física en el que sobrevivían Iván y Leila.
Las cartas
Pero cansados de tanto acoso, derrotados, Iván y Leila escribieron dos cartas en la que explicaron su desesperante situación.
“Yo quiero ser feliz, pero evidentemente yo a esto lo voy a sufrir el resto de mi vida”, escribió Iván.
A eso de las tres de la tarde del 21 de febrero, dice el reporte policial, Iván y Leila llevaron dos sillas al balcón de ese departamento del tercer piso de la calle l´Estació y se tiraron al vacío.
Iván murió, Leila sufrió heridas gravísimas y, en un helicóptero, la transportaron a un hospital.
Después del incidente, vino la congoja. El sentido de culpa. Las explicaciones. Las excusas.
Un juzgado investiga. El municipio declaró tres días de luto. Se suspendieron todas las festividades, incluso el carnaval. Los compañeros de aula escribieron cosas lindas en el pupitre: “Iván te queremos”. “Te vamos a echar de menos”. “Descansa en paz”.
Los culpables
El suicidio, más allá de consideraciones psicológicas, tiene una dimensión sociológica que es difícil ignorar. Somos animales sociales que coexistimos en grupos en los que competimos por recursos limitados, seguridad, afecto.
En ese mundo de competencia, a muchos hombres, mujeres y niños “lo diferente” les atemoriza: el color de la piel, el acento, la vestimenta. Las costumbres que no reflejan los valores y la moral hegemónicas, son percibidas como una amenaza cultural.
Y se crean y socializan narrativas intolerantes, se cuentan chistes racistas, se hacen burlas, se humilla, se deshumaniza.
Es de ese mundo que surgen los ataques a lo diferente: “porque son argentinas”, “porque es trans…” Cualquier variación de lo normativo se transforma en una excusa para que las hienas huelan sangre y ataquen. Y cuanto más herida la presa, más se envalentonan los atacantes y más salvaje es la embestida, más cruel los insultos, la agresión.
El Observatorio contra la Homofobia calificó la muerte de Iván como un “asesinato colectivo”. Un asesinato, agregaría, de hienas.
Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.