Jacques Mesrine, hijo de un industrial parisino, decidió convertirse a los 23 años en un asesino. “Uno de esos salvajes animales criminales que matan a sangre fría, una criatura de carne y hueso que no siente el menor remordimiento”, como diría él mismo en una oportunidad en que intentó definirse.
Desde niño fue aficionado a las armas de fuego. Ya en su juventud obtuvo su licenciatura en Bellas Artes y su título de Arquitecto. Luego cumplió con el servicio militar y combatió en la guerra de Argelia, donde obtuvo varias condecoraciones, una de ellas impuesta por el propio General de Gaulle.
Al regreso de la guerra su vida tomó nuevos rumbos. Simultáneamente a su labor de arquitecto, donde participó incluso en la construcción del pabellón de Francia en la Exposición Universal de Montreal, Mesrine se involucró en numerosos actos criminales. Por uno de ellos, el secuestro de un acaudalado industrial de Quebec, fue atrapado y condenado a diez años de cárcel. Sólo meses después, en 1972, escapó de la Penitenciaría de Saint-Vicent-de Paul, la prisión más vigilada de Canadá.
En marzo de 1973, tras asaltar y robar varios bancos, fue detenido por la policía francesa, pero logró escapar. Tres meses después volvió a ser apresado, pero ante el tribunal sacó un revólver que llevaba oculto, tomó al juez como rehén y escapó en su automóvil.
A partir de entonces comenzó a cobrar fuerza su advertencia a los policías: “Serán ustedes o yo, pero será una pelea limpia”.
En 1976 apareció su libro El instinto de la muerte, donde confesó haber matado a quince hombres. Dice allí: “Si elegí la aventura es porque amaba el peligro, si hubo hombres que han perdido la vida a causa de mis balas es porque me vi obligado a elegir entre sus vidas y la mía. Al aceptar un enfrentamiento armado asumieron sus riesgos, como yo asumí los míos”.
En ese libro se define como el enemigo público número 1 de Francia. A través de una prosa brutal, descarga todo su resentimiento hacia una sociedad que considera profundamente inmoral y cuyo gobierno adiestra asesinos para mandarlos a matar y a morir al frente de batalla, y luego no se hace cargo de sus consecuencias.
Elabora, igualmente, una crítica feroz a la ineficacia del sistema penal y a la incompetencia de los padres en la educación y cuidado de sus hijos. Mesrine justifica paso a paso su accionar, y expone crudamente su incapacidad de sacrificarse por otras personas de la forma que ellas lo harían por él.
Se siente capaz de amar, de respetar el valor de ciertas personas, pero jamás de arrepentirse y sabe que su único fin posible es la ejecución.
Mesrine siguió ocupando los titulares de los periódicos, incluso fuera de Francia. Le gustaba ser el centro de la atención, movilizar a la prensa, a la policía, al gobierno, ser el gran e insolucionable problema de la sociedad francesa. Una parte de los periódicos parecía contribuir descaradamente a la mitificación de su figura, no tardando en popularizarle al apodo de el Robin Hood francés.
En mayo de 1978 escapó de la prisión de La Santé en París y junto a un cómplice asaltó el exclusivo casino de Deauville, en la costa de Normandía. En julio de ese mismo año secuestró a un empresario de 82 años por el cual pidió seis millones de francos.
Previo a este secuestro había accedido a ser entrevistado por el periodista Jacques Tillier, del semanario Minute. Sólo días antes, este semanario, de tendencia derechista, había publicado un reportaje poco halagador sobre Mesrine.
El periodista, que antes había sido policía, publicitó en los bajos fondos su deseo de hacerle una entrevista, pues quería que Mesrine le confiase sus motivos para odiar en tal forma a la sociedad.
El 16 de septiembre, Mesrine comunicó a Tillier que aceptaba la entrevista. Podía llevar una cámara fotográfica y por razones de seguridad las instrucciones se las iría dando de a poco. En un bosque de Creil, al norte de París, se produjo el encuentro.
El periodista fue conducido con los ojos vendados hasta el sótano de un edificio. Una vez allí fue obligado a desnudarse mientras le sacaban numerosas fotos.
Luego Mesrine y otro hampón comenzaron a dispararle. Fueron tres balas distribuidas en su cuerpo a modo de mensaje. Después, el periodista fue abandonado, desangrándose, cerca de un hospital de París. Mesrine envió las fotos al diario Le Matin.
A partir de ese incidente, el conjunto de la prensa gala cerró filas exigiendo al gobierno la captura del criminal. El gobierno ordenó crear la Unidad Antigang, que era un cuerpo policial de elite abocado exclusivamente a lograr la captura de Mesrine.
El arresto de uno de sus colaboradores permitió a la policía ubicar su escondite. La preparación fue meticulosa, pues se sabía que Mesrine tenía arsenal suficiente para hacer volar toda la manzana. Silvia Jeanjacquot, su última amante, vivía junto a él.
El 2 de noviembre de 1979, en la Porte de Clignancourt, dos camionetas de la policía le cerraron el paso al BMW negro de Mesrine y 50 agentes descargaron sus metralletas sobre el automóvil. Mesrine murió sobre el volante ensangrentado, a los 42 años y después de haber cometido 39 asesinatos, según él mismo confidenció una vez.
En su departamento, cerca de Montmartre, se encontraron dos rifles, una metralleta, cajas de municiones, máscaras antigases, granadas y explosivos.
Suspendido del cielo raso por medio de un sistema de poleas, apareció el lecho de Mesrine, que por la parte de abajo era a prueba de balas. En medio del arsenal, descubrieron además una grabación para su amiga Silvia.
Contra un fondo de música suave, la voz de Mesrine: “Mi querida Silvia, si escuchas esta cinta, es que estoy en una celda de la que no se escapa. Estaré muerto, baleado por la policía. Pero no me arrepiento de nada. Viví la vida que quise, una vida plena. Algún día, tal vez, nos encontremos de nuevo, seguramente no en el paraíso, pero puede ser en el infierno.”