En la nota anterior tratamos el tema de la generación X. Esta nota es una secuela. En la primera ocasión explicábamos que la generación X, (las personas que nacieron entre 1961 y 1975), son los padres de la generación Z, (las personas que nacieron entre 1991 y 2005) y que los X fueron arrasados por la generación Y (las personas que nacieron entre 1976 y 1990), sin poder ocupar los espacios laborales y de poder que le correspondía a partir del retiro de la generación W (las personas que nacieron entre 1945 y 1960).
Ahora bien, ¿Cómo puede una generación arrasada y frustrada ante el ingreso de la tecnología, y que no pudo adaptarse a los nuevos cambios informáticos, educar a sus hijos Z, en este nuevo siglo?, ¿Cómo pueden los educadores, que en su mayoría son de la generación X, educar a sus alumnos Z, en este nuevo siglo?, ¿Cómo pueden los gobernantes, jueces, abogados, policías, que en su mayoría son de la generación X, liderar y regular la conducta de las generaciones Y y Z en este nuevo siglo?
Mi gran duda es saber si, lo que está ocurriendo en Medio Oriente y otros puntos del planeta, no es el principio de la rebelión de las generaciones Y y Z, contra esta falta de planificación educacional de las generaciones W y X.
Mi mayor preocupación reside en la mala o pésima educación que le damos nuestros jóvenes en Latinoamérica, dejándolos en desventaja contra otros jóvenes del mundo, en donde los roles de jefes y empleados, se determinan en la formación escolar, para luego repetirse en la vida social.
¿Para qué se educa?
Cuando hablamos de educación siempre terminamos debatiendo los mismos temas: presupuestos educacionales, reclamos gremiales de los maestros, situación general de la infraestructura educacional, cambios pedagógicos sobre demandas científicas o técnicas, en definitiva la educación es hoy el objeto de un debate tan intenso como cotidiano. Sin embargo, no siempre se formula el interrogante que está en la base y en la esencia del hecho educativo: ¿Cuál es el objetivo fundamental que debe cumplir la escuela?, o dicho de otro modo: ¿para qué se educa? o mejor aún: ¿por qué educar a nuestros jóvenes?
A mi juicio, ante el crecimiento desbordado de la tecnología, se corre el peligro de perder de vista lo esencial de la educación, que reside en la posibilidad de transmitir a las nuevas generaciones lo propio de la experiencia humana.
En la crítica realidad social, las escuelas tienden a convertirse en «guarderías ilustradas», es decir, en ámbitos cuya misión es ofrecer a los jóvenes esa suerte de amparo material y afectivo que desde hace algún tiempo se identifica con una denominación omnipresente: la «contención».
Ahora bien, la función de los establecimientos educacionales, en rigor, no debería ser ésa, las aulas no están hechas para «contener», sino para «hacer crecer». La función de las escuelas es transmitir conocimientos y sobre todo, extraer de cada uno lo mejor, lo más valioso. La función esencial de la escuela es lograr que el alumno tenga una percepción clara y fuerte de lo que es capaz de llegar a ser como persona, como sujeto moral y cultural.
Uno de los rasgos negativos de la sociedad de nuestro tiempo reside en la tendencia cada vez más notoria a educar en la cultura del poco esfuerzo. No sólo en Estados Unidos sino en el mundo entero, hay una evidente declinación de la disposición de las personas a progresar con sacrificio, a someterse a cualquier forma de autoexigencia. En el ámbito escolar, el concepto de autoridad parece haber entrado en crisis. Se pierde de vista el hecho básico de que el alumno está, por definición, en una posición cultural de desventaja respecto del educador.
Parecería que la sociedad se niega a reconocer que la escuela impone una relación de asimetría entre el alumno y el maestro. Si suponemos que los jóvenes saben todo; pero si los miramos como sujetos culturales autosuficientes, conspiramos contra lo esencial del fenómeno educacional, frenamos la enseñanza.
Se ha perdido de vista la idea estratégica de que la escuela -como la familia- es un ámbito en el que «se juega el destino del ser humano». Se ha dejado de confiar en la importancia moral que reviste, por sí solo, el hecho de atreverse a enseñar algo. Los latinoamericanos hemos dejado de percibir la importancia que tiene el conocimiento para el desarrollo de nuestra sociedad, ha entrado en crisis la capacidad de comprensión de muchos jóvenes, se está debilitando la tendencia a reconocer el valor insustituible de las realidades abstractas y se observa con creciente preocupación la falta de ese desarrollo intelectual y creativo tan importante para crecer.
Debemos, de manera natural, redefinir los caminos a retomar para que la educación recupere toda su dignidad y todo su valor. Es necesario, en primer término, que los jóvenes lean, en español y en inglés; muchos no lo saben hacer en ninguno de los dos idiomas. Es indispensable, asimismo, jerarquizar nuevamente la imagen del maestro, volver a visualizar al educador como una de las figuras centrales de la sociedad. Los padres de familia cometen un grave error cuando se convierten en aliados de sus hijos para contradecir a los maestros e instalar el «facilismo» en las escuelas.
Educación obsoleta
Mientras los países desarrollados protagonizan la revolución tecnológica y educativa, los países en vías de desarrollo, como los de América Latina están condenados, si no se revierten esas realidades, a profundizar el atraso y la pobreza. Para finales de la década pasada, (2000-2010), la inversión de la región en ciencia y tecnología era menos del 2% del total global. La exclusión se expresa también en el área de la informática: en tanto los privilegiados info-ricos agrupan el 7% de la población mundial, en el que el 53% está concentrado en Estados Unidos y Canadá (en donde se genera el 70% del contenido académico en Internet), en los info-pobres del África Subsahariana sólo el 0,5% de su población tiene acceso a Internet y las computadoras modernas.
Por eso, la promoción de la educación del siglo XXI, especialmente en América Latina, debe orientarse en función no sólo de las demandas de la Sociedad del Conocimiento, sino también para romper el círculo perverso de la exclusión educativa. La disparidad en esta materia, sobre todo para el acceso a la educación superior, profundiza la desigualdad en la distribución del ingreso, condenando a los más pobres a mayor pobreza y a la marginalización. En la región, menos del 20% de los jóvenes tiene acceso a la educación superior, mientras que en Estados Unidos la cifra supera el 50%. Además, un estudio del año 2010 revela que en América Latina hay altas tasas de repetición en la educación primaria y que menos del 50% de los estudiantes de secundaria se gradúa.
«Nuestras escuelas son obsoletas, por obsoletas, no me refiero solamente a que son deficientes, que están decrépitas y mal financiadas, a decir verdad fueron pensadas hace 100 años, para satisfacer necesidades de otra época, cumplieron su misión, pero hoy no pueden enseñarles a nuestros hijos lo que necesitan saber».
Este es el primer párrafo de un extenso escrito en el que Bill Gates, el genio de la informática y del mundo empresario de los Estados Unidos hace un análisis sobre la realidad de la educación en su país.
La educación para Gates, y debería ser para todos, es uno de los pilares de la nueva economía, pero reconoce que tanto en los Estados Unidos, como en otros partes del mundo los sistemas educativos tienen muchas falencias, y advierte severos problemas de contenidos y de adaptación a los cambios.
«Hasta que no diseñemos la escuela secundaria que responda al siglo XXI, estaremos limitando, arruinando, las vidas de millones de adolescentes diariamente. Me aterra pensar en el mañana, donde la mano de obra calificada provenga de China o India», reconoció el dirigente empresario, y los datos de la realidad confirman sus palabras ya que China tiene seis veces más graduados universitarios en ingeniería, que EEUU.
«La realidad es que, actualmente, sólo un tercio de nuestros estudiantes terminan la escuela secundaria y están listos para la universidad, el trabajo y la ciudadanía… a los otros, que son en su mayoría de bajos ingresos y pertenecientes a las minorías, se los orienta hacia cursos que no los habilitan para ninguna de esas cosas, por mucho que aprendan o por mucho que trabajen los profesores». Esto incluye fundamentalmente a los latinos.
Jefes y empleados
«En un distrito tras otro del país, los niños blancos ricos aprenden a crear y desarrollar programas informáticos, mientras que a la minoría de ingresos bajos, se le enseña a trabajar en programas. ¿Quiénes creen ustedes que serán los jefes y quienes los empleados, en un futuro? También estamos creando personas sin iniciativas y esto constituye un desastre económico, porque en la competencia internacional por un puesto de trabajo, necesitan gente que analicen información y resuelvan problemas complejos. En este tema, EE.UU. está muy rezagado. Esto se debe a que tenemos una de las tasas de deserción de la educación secundaria más altas del mundo industrializado, y esto provoca una situación muy grave, ya que de quienes abandonan el colegio solo el 40% tiene empleo. Entonces el 60% restante, sin educación y sin empleo, tiene cuatro veces más probabilidad que los arresten, o que mueran jóvenes, por años de mala atención médica, vida insegura y violencia».
«Podemos terminar con esto, abandonando la idea de que sólo algunos tienen que prepararse para la universidad y que los otros pueden apartarse de la educación superior y prosperar en la sociedad del siglo XXI, necesitamos un nuevo diseño que considere que todos los alumnos deben preparase rigurosamente. Este tipo de cambio nunca resulta fácil, pero creo que los líderes políticos y empresarios de todos los niveles pueden ayudar a impulsarlo. Primero, declarar que todos los alumnos deben graduarse de la secundaria listos para la universidad, el trabajo y la ciudadanía. Cada político y directivo empresario tiene que expresar su convicción de que los niños deben hacer cursos que los preparen para la universidad. Segundo, publicar la información que mida nuestro avance hacia ese objetivo. Ya tenemos datos que nos muestran el alcance del problema. Pero necesitamos conocer otros: ¿qué porcentaje abandona la escuela? ¿Qué porcentaje se gradúa? Y estos datos deben desglosarse por raza e ingreso. Tercero y último, cada estado del país debe comprometerse a reflotar las escuelas quebradas y abrir nuevas, y si los alumnos no aprenden, la escuela tiene que cambiar. Si seguimos con el sistema como está, millones de niños nunca podrán realizarse debido a la zona en que viven, el color de piel o a los ingresos de sus padres. Eso es ofensivo para nuestro valores, todos los niños deben graduarse, todos deberían tener esa posibilidad, rediseñemos nuestras escuelas para que así sea».
Así termina Bill Gates, y mi pregunta al lector es obvia, ¿Si esto es así en Estados Unidos, que cree que pasa en Latinoamérica? Para mí está todo dicho.