Cuando en febrero del 2010, el fundador y CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, afirmo que «la era de la privacidad ha acabado», muy pocos en el mundo de los medios comprendieron el alcance de esta aseveración, muchos creyeron que era una forma de respaldar a su empresa, Facebook, porque suponían que vendía información de sus usuarios… pero la realidad quería decirnos otra cosa.
El joven Mark, quien con sus 23 años y más de 1.500 millones de dólares figura en el libro de récords de Guinness como la persona más joven en gestar su propia fortuna, nos advertía que el mundo cambio, para bien o para mal, y agrega: «en los últimos 5 ó 6 años la gente se siente realmente cómoda no sólo compartiendo más información, sino haciéndolo por diferentes medios, de forma más abierta».
Si esto no fuera así, no podríamos entender como más de quinientos millones de personas tienen sus cuentas en Facebook, y más de mil millones visitan anualmente YouTube.
Pero si alguien cree que el mundo termina en el internet, la realidad nos muestra otra cosa. Como Director General de Windmills Edition, soy consciente de que el siglo XXI es un momento histórico en la producción y venta de libros. En efecto, nunca en la historia de la humanidad se publicaron tantos títulos nuevos y nunca se vendieron tantos ejemplares anualmente. Amazon.com, la mayor librería virtual del mundo, recibirá en 2010 más de 100.000 nuevos títulos para su exposición y estima cerrar este año con ventas superiores a los 50 millones de ejemplares (entre libros impresos y electrónicos), o sea 100 libros por minuto.
Por supuesto que este incremento de títulos y ventas no es común, sino que ocurre porque cada vez más la gente quiere contar su historia personal, (Vargas Llosa o García Márquez siempre reconocieron que, tras sus personajes, se esconden partes de sus vidas, sus miedos y sus dudas y esto le ocurre a la mayoría de los escritores, noveles y nobeles). Pero también hay un morbo en los lectores, que desean conocer las intimidades contadas en cada historia, cada cuento, cada novela o cada poesía. Incluso personajes tan dispares como el Papa y los presidentes Clinton, Bush u Obama, han vendido millones de ejemplares de sus biografías.
Reiterando las palabras de Mark Zuckerberg, «la era de la privacidad ha acabado», porque hay miles que quieren contar sus intimidades y hay millones que quieren verlas, escucharlas o leerlas: esto es el siglo XXI.
La política sin privacidad
En mi niñez fui fanático de James Bond, el superagente secreto creado por Ian Fleming en los 60. Leí sus libros y vi todas las películas. Bond era súper inteligente, ganaba todas la peleas, tenía la mejor ropa, viajaba por el mundo en primera clase y por supuesto, se quedaba con las mejores mujeres. Era para envidiarlo. También seguí Misión Imposible, aquella serie de los 70, donde los espías se disfrazaban para engañar a los rusos y nadie se daba cuenta de que usaban máscaras de goma (no existía la tecnología actual).
Imaginemos a James Bond en la actualidad, con página en Facebook y enviando un email a su jefa, o a los de Misión Imposible escribiendo 140 caracteres en Twitter, con más de un millón de amigos en la red. No hay espía que aguante, y si todos creímos que a partir de 1989, cuando cayó el comunismo, los James Bond del mundo se quedaron sin empleo, ahora en 2010 y gracias a WikiLeaks nos enteramos de que no es así, y las palabras de Mark Zuckerberg adquieren otra dimensión…
Como se sabe, a finales de julio de 2010 el portal de internet conocido como WikiLeaks puso en serias dificultades a los servicios de defensa e inteligencia de Estados Unidos al hacer públicos a través de periódicos estadounidenses y británicos unos 9.000 folios de documentos clasificados de las fuerzas militares desplegadas en Afganistán, que ponen de manifiesto abusos, errores y muertes de civiles a manos del ejército de la alianza occidental, además de aportar pruebas sobre el supuesto doble juego de los servicios secretos pakistaníes, con los que Estados Unidos colabora desde el inicio del conflicto.
En los últimos meses este mismo portal, saco a relucir información enviada desde diferentes embajadas de EE.UU. en el exterior, en donde WikiLeaks deja al descubierto a más de once mil políticos, empleados y diplomáticos estadounidenses que enviaron más de 250.000 email relativos a toda clase de temas. Allí ponen en duda la salud mental y física de varios presidentes latinoamericanos, o explican el porqué los gobernantes del país han tomado ciertas decisiones políticas, o de cómo algunos asesores presidenciales convencieron a sus jefes decir algo que no estaba confirmado, o confirmar algo que realmente desconocían.
Revelando la verdad aunque sea mentira
El portal fundado por el australiano Julian Assange, funciona de una forma parecida a YouTube, donde cualquiera puede subir información, para ser vista por millones de personas.
No pongo en duda la información de WikiLeaks, por el contrario, creo que la verdad saldrá a la luz, luego de las repercusiones políticas y judiciales de estas filtraciones, sino que estoy muy preocupado por el público que sigue al periodismo de investigación, al cual pertenezco, a quienes buscamos, seleccionamos, jerarquizamos, relacionamos y corroboramos la información antes de publicarla, porque ésta es la verdadera labor periodística para elaborar noticias verdaderas, útiles y de interés público.. Pero los medios de comunicación nos han relegado a segundo plano y le han dado espacio a cualquier empleado del gobierno o de una corporación, que cree conocer secretos embarazosos que sus jefes quieren ocultar, y son capaces de publicarlo o ponerlo al aire, sin comprobar si los documentos son falsos o falseados y sin reclamar pruebas de su veracidad.
WikiLeaks dio lugar al “Cablegate”, como se dio en llamar a este escándalo, y tomará tiempo, pero será necesario, separar la información consistente de la que no tiene asidero en datos reales, separarlas de los dichos de pasillo que abundan, porque lo que está en juego es algo muy importante. La ética de cada medio de información dirá si son más importante las revelaciones de fondo o las fábulas que no superan el nivel de chisme,que sólo alimenta el morbo, pero desinforma, en lugar de informar.
Todos escondemos algunos secretos bajo la alfombra
A lo largo de mi vida habré tenido menos de cinco buenos amigos, unos diez amigos de fin de semana, y unos treinta conocidos laborales, con los cuales compartí horas de trabajo o algún almuerzo… en cambio ahora, solamente en Facebook tengo más de 400 amigos, (los cuales no conozco personalmente), que me cuentan sus vidas, sus miedos, sus éxitos y su fracasos, a los cuales aliento cuando están deprimidos o felicito el día de su cumpleaños. Por supuesto que no es lo mismo, pero (como decíamos), esto es el siglo XXI.
Un amigo psiquiatra sostiene que “todos escondemos algunos secretos bajo la alfombra”. El problema es que cuando comenzamos a levantar la alfombra frente a Facebook, YouTube o Twitter, nuestros secretos quedan expuestos al mundo, y luego no podemos denunciar al mundo la falta de privacidad en que nos dejan las redes sociales, cuando realmente somos nosotros quienes ventilamos allí nuestras miserias.
Debemos recordar que cada vez que interactuamos en las redes sociales dejamos rastros de nuestra forma de ser, es imposible no hacerlo. Quienes nos leen sabrán si tenemos ideas conservadoras o liberales, si nos gusta bailar o caminar, si preferimos la literatura o el deporte, si amamos a un hombre o una mujer, si creemos en Dios o en el Diablo o en ambos. Todo quedara reflejado en la red, y no podremos borrarlo fácilmente, si las arañas de Google, Yahoo o Bing lo “levantaron”.
Y este desliz puede costar muy caro, ya que afectará dramáticamente la familia o la continuidad laboral, porque la «desnudez» de la red en un momento de euforia, puede marcar para toda la vida. Por eso deben tener cuidado con lo que escriben o suben a su perfiles si es que no quieren arrepentirse más tarde.
Un mundo sin secretos
García Márquez en su biografía dice que: “Todos tenemos tres vidas, una vida pública, una vida privada y una vida secreta”, pero creo que el siglo XXI las ha mezclado; ya no sabemos cuál es cual y terminamos confundiéndolas.
Al principio esto de volver la vida privada en pública era cosa de jóvenes, por la cuestión de status y de querer presumir más que compartir su forma de vida, diversión y objetos personales, donde detallan los objetos que compraron o la megafiesta que se pasaron el día anterior y en el fondo revelan sus problemas de identidad.
Pero ahora que vemos a Hillary Clinton pidiendo disculpas por los emails enviados por sus empleados, comprendemos que ya no es cosa de jóvenes, y que el mundo diplomático, político, económico y social ha levantado la alfombra, descubriendo sus secretos y sus miserias.
Así como desde setiembre de 2001 descubrimos que el país más poderoso del mundo puede ser atacado impunemente, desde julio de 2010 aprendimos que habitamos un mundo sin secretos, que va más allá de la afirmación de Mark Zuckerberg de que «la era de la privacidad ha acabado».
Realmente estamos desnudos, y debemos aprender a convivir con ello.