En el Día Internacional de los Trabajadores, lamentablemente se debe reportar que el estado de los trabajadores estadounidenses no es nada prometedor.
Así lo sugiere el hecho que 20 millones están desempleados y que los esfuerzos por sindicalizar a los 155 millones que integran la fuerza laboral sigan sufriendo derrotas substanciales.
Particularmente problemática es la reciente derrota experimentada en Alabama en donde los trabajadores de Amazon contundentemente rechazaron los esfuerzos por sindicalizarlos.
Una derrota más que significativa considerando que se trata de una empresa con mucho simbolismo ya que es representativa de la nueva economía ´gig´, en esta era de Revolución Tecnológica y globalización.
¿Unirnos o no unirnos?
La unión hace la fuerza, dice un dicho que tiene mucho de verdad. Pero la frase no parece resonar en la cultura estadounidense donde la ideología del ultra-individualismo, la superación individual y la meritocracia son parte fundamental del discurso hegemónico.
Sumado a esta idolatría al individualismo, está la asociación de lo sindical con ideologías políticas que los conservadores describen como ´foráneas´. Específicamente, apuntan a que muchos de los grandes movimientos de reivindicaciones laborales y sociales contemporáneos, especialmente los de fines del siglo XIX y comienzos del XX, fueron impulsados por organizaciones políticas relacionadas con el anarquismo, el socialismo y el marxismo.
Consenso versus conflicto social
Por eso no es ninguna casualidad que en los Estados Unidos, no se festeja el Día Internacional de los Trabajadores el 1 de mayo, sino en setiembre. Bueno, en realidad es algo que se disfraza de lo mismo, pero que no es lo mismo.
La disasociación no solo es en el calendario, sino que también es semántica. El énfasis estadounidense no está centrado en los “trabajadores” (´workers´), sino que en el “trabajo” (´Labor Day´).
El concepto detrás de la palabra “trabajadores” implica acercarnos a la idea de lucha por reivindicaciones de una clase social específica, implica aceptar la existencia de intereses económicos opuestos e implica, por encima de todo, reconocer que el conflicto social es un componente natural de la sociedad humana.
Todo eso es parte de la ecuación que explica lo que les ocurrió a los trabajadores de Chicago, en ese mayo de 1886, cuando se demandaba una jornada laboral de 8 horas. Un evento que terminó en la Masacre de Haymarket Square que, en definitiva, es el origen de la conmemoración del Primero de Mayo clasista.
Resaltar “el trabajo”, por otro lado, es buscar una alternativa consensual. Implica alejarse del concepto de conflicto social y lucha de clases. O sea aceptar, como lo hacen muchos conservadores, que el empresario y el trabajador tienen similares intereses en una sociedad igualitaria en la que ambos tienen las mismas libertades y oportunidades.
Pero, ¿cómo podemos hablar de libertades y oportunidades similares cuando, como sugieren Lawrence Michels y Alyssa Davis, un CEO de las 350 corporaciones más importantes de Estados Unidos tiene una remuneración anual promedio que un trabajador solamente podría ganar si trabajase 303 años? ¡Más de tres siglos!
El economista Thomas Piketty, en El capital en el siglo XXI, ha documentado la acumulación de riqueza del 1% que se encuentra en la cúspide del triángulo económico. Una acumulación de la riqueza y del ingreso que han quebrado récords históricos. Son desproporcionados, obscenos, inmorales.
Como bien puntualizó el presidente Joe Biden en su discurso del 28 de abril, ¿cómo se explica que mientras tenemos millones de desempleados en este tiempo de pandemia y desaceleración económica, al mismo tiempo descubrimos que hay multimillonarios que han acumulado ganancias de $800 mil millones de dólares?
Sindicalización
Parte de la explicación tal vez pase por recordar que solamente 10% de la fuerza laboral estadounidense está sindicalizada en un tiempo histórico en que el modelo de capitalismo salvaje pone en evidencia la falacia del American Dream. Una caída porcentual alarmante considerando que, en la década de 1980, el 20% eran miembros de sindicatos.
El sector que tiene la tasa de sindicalización más alta es el de los empleados públicos. Alrededor de un tercio. Esto se refleja en mejores condiciones de trabajo, programas sociales y de salud competitivos. Por otro lado, solamente un 6% de trabajadores de empresas privadas son parte de sindicatos. Muchos, a disposición del capricho del empleador.
Las diferencias salariales son evidentes. Los trabajadores sindicalizados, reporta Gerald Mayer, ganan entre 10 y 30% más que los no sindicalizados.
Un proyecto de ley esperanzador
Después de la Revolución Conservadora de los 80, cuando Ronald Reagan inició una ofensiva estratégica contra el Estado de Beneficiencia, y después de décadas en que sectores empresariales y líderes políticos promovieran una agenda neoliberal y antisindical, la Cámara de Representantes de los EE.UU. acaba de aprobar un proyecto de ley que facilitaría iniciativas orientadas a sindicalizar a los trabajadores.
Se trata del Acta de Protección al Derecho a Organizarse (PRO) que eliminaría algunas de las amenazas a las que están expuestos los trabajadores cuando organizan campañas de sindicalización y, además, bloquearía las mal llamadas leyes del “derecho-a-trabajar” que muchas legislaturas estatales, controladas por republicanos, aprobaron con el objetivo de debilitar al movimiento sindical.
Para los trabajadores estadounidenses, el PRO es un destello de luz esperanzador al final del túnel oscuro de estos tiempos difíciles. Al igual que lo es la retórica del presidente Joe Biden que, con reminiscencias roosevelianas, ha propuesto una agenda económica y social en la que después de décadas de políticas neoliberales diseñadas a proteger los intereses de multimillonarios, ahora parece orientada a promover los intereses de las familias trabajadoras.
NOTA: Este artículo fue originalmente publicado el 1 de mayo de 2021.
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