La nube

El despertar

“Eight o’ clock, eight o’clock”… Desde tu abrir de ojos hasta la noche, tu frecuencia se cruza con la mía. Has aprendido en estos veinte años a escuchar mis frases, a descifrarlas. Hablo veloz y uso sonidos que para vos son un exceso. 

He aprendido a darle forma a tus palabras repetidas, a tus vocablos sonoros… He aprendido a recorrer la invención de tu lenguaje. 

Hay una intensidad en tu cuerpo, en tus sonidos, en tus manos que muchas veces se agitan. He aprendido a abrazar tus movimientos. 

Quizás lo que más separa a un ser de otro, es primero quererlo entenderlo para después amarlo. Si solamente podemos amar lo que entendemos, entonces elegimos nuestra propia soledad. 

El inicio de la ternura.

Naciste y eras una nube de perfume y pijama celeste con un conejo blanco al lado del corazón.  Bañarte, perfumarte, abrazarte en tu ternura de bebé. Esa blandura se hizo parte de mis brazos.
Una noche, mientras te amamantaba, tus ojos tejieron un hilo dorado al centro de mi alma. Supe el significado de la eternidad. 

Tuvimos años de rompecabezas, de torres de cubos, de juegos didácticos y tu fascinación por el abecedario. 

Yo armaba para vos abecedarios de plastilina que desparramábamos por el comedor, mientras vos decías el nombre de cada letra. Después las letras no tuvieron el significado que nosotros le dábamos. Tu lengua comenzó a hablar otro lenguaje. No nos entendías pero no por eso dejaste de querernos.  Vos nos enseñaste que cuando uno ama, se desarma, no para entender sino para acompañar.  

El ruido de nuestros días 

Tu energía es estridente, como la amplitud de tu sonrisa.  

Escribo mientras vos vas cubriendo el papel de colores. Vas dejando signos en este espacio que se cubre de vos. 

Tus dibujos por muchos años fueron garabatos de líneas casi invisibles. 

“Ah, tiene autismo? Y qué talento tiene? Porque todos los autistas tienen un talento especial”. Algunas veces contesté “Dante es muy buena gente”. 

A los cuatro años, pasaste todo un verano, flotando en la profundidad del agua. Ahí encontrabas calma. Yo te observaba desde el borde de la pileta. Te disgustaba que el agua tocara tu cabeza. Habías encontrado la forma de flotar evitando que esto te pasara. Ese era tu arte. La gente se paraba a mirarte. El agua fue siempre tu elemento.  

En Menlo Park, alguien que te vio nadar, me dijo “usa las manos como si fueran las aletas de un delfín y sus ruidos son también de delfín. Ese es su estadío, no el humano”. Me aconsejó que viajara a Turquía porque allí hacen terapia de delfines para la gente con autismo. 

Tu constancia como pauta a seguir

Fuimos con paciencia trabajando. Empezaste de a poco a sumergir tu cabeza en el agua. Bajo el agua, empezamos a armar un túnel de burbujas. Y te reías. 

Los tutores del programa de conducta (ABA) pasaron horas trabajando con tu sensibilidad para que pudieras aceptar el uso de las antiparras. 

Llevó más de cinco años, que pudieras tolerar un corte de pelo. 

Esmero, paciencia. Ir viendo desde el intento y el error cómo ampliar el mundo. Dar espacios para que no temer. Poder disfrutar de la vida. Todavía los perros te aterrorizan. 

El mar fue tu plaza, el parque de diversiones de tu infancia. Jugabas con las olas. El océano repetía un ritmo que vos sentías tuyo, familiar. 

A tus veinte años, ya no pasás horas saltando y tirando arena en las olas. Hacemos largas caminatas. Yo te cuento historias de conejos salvajes y delfines que vienen desde México a saludarnos. 

Alguna vez volveremos a nadar con las tortugas en las playas a Akumal.  Allí el mar es tibio y abraza. Adoraste la playa maya en ese abril que fuimos con tu padre.  Fue para vos el paraíso.  Ese universo de agua tibia y sol de lagartijas.  Hoy el miedo a los animales quizás no te dejaría disfrutar de la misma manera. No dejo de imaginar un regreso juntos.  Un bucear en la libertad. 

Tu energía, va coloreando esta nube.  Intensa tenacidad , la misma que transmite la leche cuando amamanta. 

Todos nacemos a un cielo único, especial y enorme.  

Las nubes se van formando en nuestra mente. Las condensamos y las llevamos con nosotros. 

Podemos disipar la nube de los otros, o condensarlas hasta llegar al choque inevitable. Desde el rayo y la tormenta, quedamos divididos. Cortados por la mitad. 

Nadie decide hacer mal al otro, de eso estoy segura. Es todo un juego de subjetividades acumuladas, una sumatoria de defensas y miedos ancestrales.  Cuando estamos inseguros y asustados, el otro es un espejo siniestro que amenaza. 

Dante, en este ciclón de saltos y ruidos va cubriendo mis horas, va habitando mi nube. 

Un formato que no podemos abandonar

Desde la razón, desde la explicación de la lógica, los que creemos entender vemos colores negros de dolor y resentimiento. 

El mundo está, desde la razón, en la oscuridad. 

Desde la razón, a los cinco años de tu vida, un doctor egresado de la UCLA nos dijo:

“el cerebro deja de crecer a los cinco años. Qué les gustaría que Dante haga cuando sea grande? Qué limpie pisos o saque la basura de algún edificio?”.  

Dante no pintaba, ni podía aprender los programas que este señor llevaba con éxito para mostrar que con sus métodos, se vencía al autismo. Dante no era un buen candidato para ejemplificar su suceso. Quizás pensó que me estaba dando un cachetazo de realidad para que yo aceptara “el fracaso de mi hijo”. 

Yo en ese momento, le contesté que no tenía una respuesta para el futuro de Dante, pero sí para el presente de Dante. “No quiero que Dante siga en su programa”.   Me fui llorando como tantas veces después de un cachetazo de realidad. Hoy agradezco ese momento. 

Cuando la vida es el ojo que nos mira

Dante siguió creciendo, su cerebro aprendiendo desde su necesidad. Un tiempo que solamente tiene sentido en su vida. Dante va respetando sus espacios y nos lo hace saber. 

Hoy colorea. “red”, “pink”, “is green”. Su mano va y viene. Es un frenesí que ilumina el blanco de la luz del día.  

Tenemos una tijera con la que después vamos cortando estas formas que quedan. Pegamos los dibujos en la ventana de nuestra casa. A un costado, una planta de arvejas, crece buscando la luz. 

Aprendí a escribir entre los ruidos de Dante. Mi energía encuentra esta manera de encausarse, como la mano de Dante al pintar. 

Nos cuidamos mutuamente. 

En esta intensidad de color, Dante ilumina el amor de su abuela, la dedicación de sus maestros, el calor de la mano de su padre, la fuerza de las olas del mar, el beso que un hombre, emocionado con nuestras vidas, dejó en su frente como un talismán. Todas esas cosas están en esta nube.

Hay signos que se pintan en el cielo. Spinetta lo cantó. Uno vive para olvidarlo, pero el misterio del hijo es tenaz.  Aparece siempre para recordarlo. 

Todos armamos una nube para condenarnos y para salvarnos. 

Mi nube es oscura y pesada. Muchas veces me pone del otro de la vida, de ese lado en el que uno dice “ya estuvo bueno”. 

Pintar la existencia, elegir los colores

Tomamos los lápices de colores, nos sentamos en la mesa. Beso a Dante en su cabeza para recobrar el sentido del amor en su expresión más pura. 

Dante pinta y yo abrazo la intención de sanarme. La auto comiseración, mi egoísmo, mi mirada sesgada desde un laberinto de espejos. 

Dante con sus colores, va iluminando mi nube.  Lleva la esencia de alguien que no sabe mentir. Creo, basada en mi experiencia, que esto sí puedo afirmarlo. Desde el autismo, la mentira no tiene construcción. Dante no puede ni imaginar cómo se hacer.  Yo siento que debo honrar esa hermosa ausencia. 

Pienso que entonces la ausencia, puede ser una presencia en la vida. 

Nos espera una vida sencilla.  

Una vida de guisos tibios en la noche, de luz amarilla, de té de manzanilla y Mozart. 

He aprendido a hacer los “Bay Biscuits”, como los que comía en el bar de mi infancia. Mientras los como, vuelvo a recordar con mis dedos, la suavidad de cera del papel azul que los envolvía. 

Uno encuentra maneras de recobrar la tibieza. Un ejercicio, como el de doblar prolijamente la ropa. Construir una geometría de los afectos. Marcar límite a la nostalgia, al dolor mal habido, a la mezquindad. 

Venimos de un garabato  y vamos a  un  relleno de color

El cerebro como el alma, no deja nunca de crecer si se lo alimenta de amor y comprensión.
Vivimos en un mundo alterado. La razón ha adquirido preponderancia. A veces una explicación técnica puede aplastar los sentimientos y los sueños de toda una vida. 

Dante comienza los primeros pasos de su vida adulta. 

Estamos en una lista de espera para que pueda ir a un centro de día.  Allí hay un taller de arte, una pileta de natación y un jardín en la mitad del parque de la ciudad que lo vio crecer.  Esas calles que conocen sus pasos. 

Todos los días visualizo este futuro para Dante. Lo construyo desde mi energía para que pueda ser.  

Sacar la basura

Es una importante tarea en la vida. Hacernos cargo de nuestra propia basura. Sacarla, de alguna manera. No llevarla puesta toda la vida, ensuciando todo lo que toca. 

Tenía razón el académico de la UCLA. Dante de grande iba a sacar la basura.  Con su mirada, con su presencia, con su calor constante, su sonrisa, me dijo: “mami, es hora de sacar la basura”. 

Voy de a poco haciéndome cargo mi neurosis, de mi egoísmo, de mi rabia, de mi manera sesgada de escuchar a los demás. Hacerme cargo de mi propia vida, cada vez me da menos temor. Los colores de Dante me dicen que el camino no será oscuro. 

Intenciones

  • Hoy me levanto y veo luz. 
  • Derramo luz sobre la vida para ser luz y recibir esa luz que la vida brinda. 
  • Hoy agradezco este intento de querer estar mejor. 
  • Hoy me perdono y perdono. 
  • Hoy trabajo en mi corazón con la dedicación del jardinero que cuida de arrancar la maleza sin matar los brotes que nacen en su quinta. 
  • Hoy trato de escuchar desde la humildad antes que el juicio tome cuerpo en la soberbia.  
  • Hoy acepto el asombro. 
  • Hoy trato de amar olvidando esa idea de posesión. 
  • Acepto que por querer ser mariposa, fui gusano. 

Una ventana

Estas intenciones están pegadas en nuestra ventana. Las leo todas la mañanas antes de empezar el día. Los dibujos de Dante las rodean como un abrazo de magia. 

Quizás esta líneas, personales y únicas, puedan servir también a otros seres que andan por la vida, buscando un rumbo. 

Tememos a la soledad, al desamor, entre tantos otros temores. Eso muchas veces nos convierte en nuestro propio terror. 

Dejar de temer es poder disfrutar de lo que se tiene. Poder dejar de sentir la falta para sentir las presencias. 

Caminamos en este sábado de primavera mágica por el Golden Gate Park. 

Ha llovido tanto que el pasto es un vergel florecido. Los ciruelos son la constancia de que la belleza aunque pasajera, existe. 

En la puerta del museo De Young, los Mission Delirium dan un concierto de bronces, percusión y energía. 

“It´s too loud, it´s too loud”, repite Dante pero con una sonrisa. 

Bailamos juntos.  

En el cielo, las nubes todavía guardan lluvia. Esa lluvia que garantiza la vida de la flores. 

 

Notas:

Applied Behavioral Analysis (ABA): Terapia intensiva para modificar conductas.

Mission Delirium: Grupo musical de San Francisco. 

Adriana es educadora en el Distrito de San Carlos, California.Tiene una licenciatura en Comunicación Social de la Facultad de Ciencias Políticas, de la Universidad Nacional de Rosario. Madre de Dante, un joven autista de 23 años, Adriana disfruta en escribir crónicas diarias, que ella ha titulado "Fotos con palabras". Sus textos pueden verse en Facebook. También ha publicado en las revistas Urbanave y en Brando, del Diario Nación y Página 12 Rosario.

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