Terminó la Cumbre de las Américas, para suerte de Joe Biden. No funcionaron los esfuerzos diplomáticos para tener una reunión al gusto de la Casa Blanca; una donde la voz de Estados Unidos continuaría siendo la líder del coro.
Washington perdió influencia
Al contrario, si algo ha quedado de la Cumbre de Los Ángeles es la sensación de que Washington perdió influencia en el continente. El chico guapo, popular y ‘bully’ envejeció; pocos lo siguen ahora.
Ocho presidentes no asistieron, el principal de ellos, Andrés Manuel López Obrador, de México. Y la delegación mexicana que asistió, participó “bajo protesta” por la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Así, entre los treinta y dos asistentes, veinte (una abrumadora mayoría) se manifestaron en contra de la actitud excluyente de Joe Biden; diez se abstuvieron de opinar y sólo dos respaldaron la postura de Washington.
El canciller mexicano, Marcelo Ebrard, no se guardó palabras para calificar como “gravísimo error” la política de Estados Unidos respecto a Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Y fue más allá.
‘Casi desaparición’ da la OEA
Ebrard llamó a la renovación, casi desaparición, de la Organización de Estados Americanos, tal como está.
“Su agotamiento, su papel vergonzoso recientemente en Bolivia. De su obsesión por los procesos electorales en lugar de los temas que interesan a todas las Americas. En la pandemia no los vimos” (…) “La arquitectura, fundamentos y función de la Organización de Estados Americanos están agotados”, dijo.
Y añadió: “Entiendo que para Estados Unidos no es fácil tomar este tipo de decisiones, pero es evidente que lo tenemos que hacer. ¿Cómo es posible que en una Cumbre la mayor parte de los asistentes manifiesten su inconformidad y después no suceda nada? Pues tiene que suceder algo”.
El canciller mexicano dijo que, si para la próxima Cumbre no se resuelven estos temas, menos países asistirán.
Nueva realidad geopolítica
Nunca tantos gobiernos, al mismo tiempo, se habían atrevido a criticar a Estados Unidos; nunca, en la casa misma del anfitrión.
¿A qué se debe esto? ¿Washington está debilitado? ¿Las nuevas generaciones ya no respetan a sus mayores? ¿Los países latinoamericanos y caribeños de pronto son más valientes?
Todo y nada de esto, al mismo tiempo.
En efecto, Estados Unidos ya no es el más fuerte en el mundo.
El avance de China, India y Rusia en el capitalismo global ha mermado la hegemonía estadounidense. Beijing domina más del 14% del mercado global y es uno de los principales socios comerciales de Latinoamérica. Europa es dependiente absoluto de los energéticos rusos y Nueva Delhi se da el lujo de cerrar la llave de los granos a complacencia.
Para colmo, la guerra en Ucrania aceleró la descomposición de las fuerzas dominantes.
Europa está en vilo, atrapada entre los intereses de Estados Unidos y su dependencia de Moscú.
Asia entera galopa en campo abierto.
Los socios de Washington en el Medio Oriente han preferido ver por sí mismos y continuar sus acuerdos energéticos con Rusia.
Y Latinoamérica toca con fuerza a las puertas de la Casa Blanca, demandando una nueva relación con su inquilino. Que se acaben los bloqueos y las intervenciones.
De tal modo, a Washington sólo le queda tener una buena relación con Latinoamérica y el Caribe, sus vecinos. De lo contrario, quedará más aislado que nunca.
¿Cómo? Esa es la gran pregunta.
El Ministerio de Colonias estadounidense
Pero la respuesta es muy fácil: deshaciéndose del familiar molesto, abusivo, violento y pedante que, a nombre de Estados Unidos, se mete en los asuntos internos del vecindario.
Estados Unidos tiene que deshacerse de la Organización de Estados Americanos.
Una nueva relación con el continente pasa, indiscutiblemente, por la liquidación de la OEA, como Ministerio de Colonias estadounidense.
El infame Luis Almagro tiene que irse y, de preferencia, por la puerta de atrás. Si quiere, que no pida disculpas. No es necesario. Con que se vaya, será suficiente.
Y entonces sí, fundar algo nuevo. Sobre bases distintas. Una organización que una a los pueblos americanos, respetando sus diferencias, sobre intereses comunes y el principio de no intervención.
Una América sin colonialismos, ni imperialismos.