Semanas atrás, voces de la intransigencia conservadora atacaron al presidente Barack Obama sugiriendo que no había nacido en Estados Unidos y, por ende, que su presidencia era ilegítima. Cuando apareció el certificado de nacimiento que les tapó la boca, se reacomodaron y argumentaron que, en la era de Photoshop, era muy posible que el documento fuese falso. Pero la malintencionada proposición no tuvo mucha recepción entre moderados e independientes y la derecha quedó un par de días sin un leitmotiv para continuar su campaña subversiva de desestabilizar al primer presidente afroamericano.
Una nueva oportunidad surgió cuando Obama anunció que finalmente Estados Unidos había logrado eliminar a Osama bin Laden. Los mismos que descaradamente habían sembrado la semilla de la duda sobre la ciudadanía de Obama, los mismos que especulaban sobre si Obama era musulmán, los mismos que intercambiaban caricaturas insultantes de un chimpancé con la cara de Obama, ahora dudaban de la veracidad de lo que había ocurrido en Abbottabad, Pakistán, en donde la estrategia contrainsurgente de la administración Obama sumaba una victoria resonante en su lucha contra el terrorismo internacional.
Aparecieron todo tipo de especulaciones conspirativas. Que por qué no mostraban la foto de bin Laden muerto. Que por qué se habían deshecho del cadáver tan rápidamente. Que por qué no se hizo esto o aquello. El presidente dio todas las respuestas posibles y apropiadas. Pero a la oposición desleal parece que no les interesa la seguridad nacional ni la defensa de los intereses estratégicos de Estados Unidos. Lo que les importa, obsesivamente, es de acosar y desprestigiar a Obama. Quieren que se publique la foto de un bin Laden desfigurado aun cuando esto implique provocar una reacción incontrolable en el mundo islámico que le podría costar la vida a numerosos soldados y ciudadanos estadounidenses. Hubiesen querido que se traiga el cadáver aun cuando esto hubiera creado un altar que atraería la atención de todos los terroristas habidos y por haber.
Pero cuando se dieron cuenta que la opinión pública no mordía el anzuelo de sus mentiras y medias verdades nuevamente pasaron a otra táctica. La de tratar de argumentar que la victoria político militar de Obama era una victoria que no hubiese sido posible sin la contribución de las políticas de la administración de George W. Bush.
Lo que los oportunistas convenientemente se olvidaron de mencionar es que fue Bush quien perdió concentración en la lucha contra el terrorismo internacional y se dedicó a buscar armas de destrucción masiva en Irak que solamente existían en su imaginación. Y que fue Bush quien oficializó una política de tortura que la gran mayoría de expertos acuerdan en que no sirven de mucho ya que, aparte de contradecir los principios morales de esta nación, no proveen inteligencia útil.
Los conservadores, los republicanos, los cristianos evangelistas y otros de la misma calaña, tienen que entender que la victoria contra el terrorismo internacional requiere que toda la nación se sume a la lucha. En materia de seguridad y política exterior no puede haber partidos ni politiquería. En ese sentido, minimizar las victorias militares y políticas del presidente Obama es una táctica inaceptable que puede tener consecuencias terribles para toda la nación. Y, usted lector, ¿qué opina?