Si hay un lugar donde somos todos iguales, es la fiesta, sobre todo una fiesta popular. Y la fiesta popular por excelencia es el fútbol, tanto adentro como afuera de la cancha. Ahí somos todos iguales. Es una misa pagana, hacemos los mismos rituales, cantamos al unísono y llegamos al climax de la comunión (común unión) cuando en un gol nos abrazamos con el que tenemos cerca, sea conocido o no.
Lo mismo pasa dentro de la cancha, porque lo único que hace falta es una pelota. No hace falta comprar una, puede ser una pelota hecha de medias y papeles, como en la escuela, con arcos marcados por la ropa, en un patio de baldosas, en un prado con césped o en una cancha de tierra; no importa. No necesitás raqueta, ni bate, ni stick, ni un aro; nada.
Sin embargo, el fútbol también es un reflejo de una sociedad cada vez más violenta, intolerante, frustrada y… racista. Si los discursos de odio político avanzan en el mundo (VOX en España, Giorgia Meloni en Italia, Marine Le Pen en Francia, los gobiernos de Hungría y Polonia, la extrema derecha en Escandinavia, Bolsonaro en Brasil, Milei y Bullrich en Argentina, el trumpismo en Estados Unidos, etc.), y si son los gobernantes quienes los fomentan, ¿por qué no se encontrarían en el fútbol? Si la xenofobia es la exacerbación de la identidad para discriminar al otro, en el fútbol eso se multiplica, porque somos nosotros (los hinchas de nuestro club) contra ellos, los otros.
Muchos deportes son una expresión incruenta de la guerra, tienen defensas, ataques y estrategias. Desde el ajedrez hasta el fútbol americano. Pero el fútbol (´soccer´) mucho más, porque reúne todos los elementos para exaltar las pasiones, en el campo y en las gradas. Hasta el lenguaje que usamos: el cañonero, el artillero, lo bombardeó, lo acribilló con un remate de derecha, la defensa resiste, se atrinchera, invade campo enemigo, un partido a todo o nada, a muerte, muerte súbita, fue humillado, lo vencieron, están rendidos, etc.
La MLS
El caso más reciente de discriminación en la Major League Soccer es el que ocurrió en abril en el partido entre el San José Earthquakers (California) y el Red Bulls NY. Allí, el delantero belga Dante Vanzeir (Red Bulls) profirió insultos racistas a Jeremy Ebobisse, jugador afroamericano del San José. “Esto es lo que significa ser negro en este país”, dijo Ebobisse. La MLS reaccionó contundentemente: seis fechas de suspensión para el belga.
Pero lo preocupante es que no es el único caso en el fútbol estadounidense. En setiembre pasado, el jugador griego Taxiarchis Fountas, del DC United, hizo gestos racistas e insultó al jamaicano Damion Lowe, del Inter de Miami. Aimé Mabika, oriundo de Zambia y compañero de la defensa de Lowe, escuchó y vio todo, lo comunicó al árbitro y se activó el protocolo antirracista. Sin embargo, en esa oportunidad, la MLS no sancionó al jugador odiador por “falta de pruebas”.
En 2021 hubo dos casos resonantes. Por un lado, tres jugadores del Vancouver Whitecaps (cuyos nombres no trascendieron) fueron agredidos físicamente por fanáticos por motivos raciales. Además, en ese mismo año, el colombiano Diego Chará, del Portland Timbers, fue insultado por un jugador del Minnesota United que le habría dicho “mono”.
En 2020, el Galaxy de Los Ángeles echó de su equipo al serbio Aleksandr Katai luego de que su esposa publicara en Instagram que había que “matar a esa mierda”, en alusión a los manifestantes contra el asesinato policial del ciudadano afroamericano George Floyd.
Los Más Canosa
El fútbol estadounidense quiere seguir creciendo, y tiene por delante la Copa América 2024 y el mundial 2026, que compartirá con Canadá y México. Para ello, la MLS, con lógica empresarial, invierte y atrae grandes jugadores. El golpe de mercado más reciente es la llegada de Leonel Messi al Inter de Miami, ganándole la pulseada a los árabes y al mismísimo Barcelona. Messi llega luego de haber sufrido él también ataques verbales y discriminatorios de parte de la afición del Paris Saint Germain.
Y aunque la cara visible del club es David Beckam, el Inter tiene una historia vinculada con discriminación, odio y otras cosas oscuras. Sus dueños, los hermanos Más Canosa, están vinculados con lo peor de la derecha de Florida, los exiliados cubanos y el actual gobernador Ron Desantis, que se esfuerza por ser más agresivo y odiador que su propio mentor: Donald Trump. El padre del actual dueño del Inter Miami, el viejo Jorge Más Canosa, fue uno de los artífices de la invasión a Bahía de Cochinos en 1961, recibió entrenamiento militar y de inteligencia de parte de la CIA y fue compinche de Luis Posada Carriles, el terrorista responsable del atentado contra el vuelo de Cubana, que en 1976 causó 73 muertes.
Sus hijos, Jorge y José, son importantes en la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), que financió a Hermanos al Rescate, organización que puso varias bombas en hoteles de Varadero en 1997. Hoy, la FNCA trabaja estrechamente con Inspire America, fundación estrechamente vinculada a Desantis.
Los hinchas del Inter son principalmente latinoamericanos (cubanos, argentinos, chilenos, etc.), como pasa con las hinchadas de los dos clubes de Los Ángeles (mejicanos, salvadoreños, etc.) Y también aquí hay una delgada línea roja: se busca la pasión que el fútbol despierta en nuestros países, pero el combo viene con los insultos y la discriminación. No sólo racista, también homofóbica. Es común ver que cuando el arquero contrario está por sacar, la tribuna vuelve con el famoso grito homofóbico.
Discriminación por el color de la piel. Discriminación por la orientación sexual. Incluso discriminación por el género. Las jugadoras de la selección de fútbol de Estados Unidos debieron demandar a su federación para que no las discrimine en los contratos en relación con sus pares varones. Siendo que las chicas consiguieron para Estados Unidos cuatro mundiales (1991, 1999, 2015, 2019) y cuatro medallas de oro en Juegos Olímpicos (1996, 2004, 2008 y 2012), mientras que los varones, nada. Finalmente, el año pasado, las jugadoras obtuvieron el resarcimiento, un gran paso adelante.
Sin embargo, el camino para limpiar la pelota todavía será largo.
Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.