La vuelta a Manhattan en 365 días: Borges en Park Avenue

Día 14

Ayudado por María Kodama que de cuando en cuando lo invoca y lo saca a pasear de este lado de las cosas, el fantasma de Jorge Luis Borges deambula en silla de ruedas por Manhattan.

Divertido va Borges mirando los amarillos taxis que es lo único que puede distinguir. Podría haber decidido una calidad de fantasma vidente y más juvenil. Pero Borges se gusta, se ama, se adora viejo, así no tiene que lidiar con los avatares de la tetosterona que, sabemos, a diferencia de Neruda, demasiado le incomodan.

Es así como rodando por Park Avenue, calle que le recuerda a Ginebra donde decidió reposar para siempre, se acerca a una suerte de hipster vestido de rojo y amarillo, sentado al lado de una chica en una banca va hurgando con una facilidad enorme en una pantalla, digitando fugaz el teclado en una especie de pozo negro informativo que a Borges le parece conocido. Kodama le explica a Borges que el laptop es una computadora sin cable, portátil, a través de la cual se puede acceder a toda la información del mundo.

«Che María, pero si es El Aleph» dice Borges. Kodama lo corrije, que no es. «En el Aleph tú podías ver absolutamente todo, incluso lo que no querías ver», le dice. «La Internet depende de quien la quiera espiar y cómo, depende de quién la busque y de quién la encuentre. Pero no es involuntario.  Conforma un círculo de voluntad».

El turista madrileño, el cual lleva un toro tatuado en la camiseta gime casi atragantado a la joven que se sienta a su lado.

“Oye Pilar, mira lo que dice El País,  que el gobierno de Barcelona acaba de prohibir las corridas de toros, jodé”.

Borges lo escucha, su cara se ensombrece.

Ya se ha tenido que tragar la triste noticia de que su Aleph soñado se llama internet, la red inserta en el patético libro plateado que porta el madrileño.  Por lo menos es  un Aleph a medias, no la biblioteca frondosa y sembrada de tomos enormes que soñó de niño. Pero el golpe de Barcelona es bajo y el buche, como diría Martín Fierro, demasiado amargo.

Su Asterión ha quedado en calidad de víctima. Le han ilegalizado al matador. Con el gesto ensombrecido aún, comienza a dictarle a María Kodama el siguiente «recuento»:

La casa de Asterión 2010…

Se que me acusaban de soberbia y hasta

de misantropía. Ahora me acusan de víctima. Es cierto que antes me traían nueve seres con cara para que jugara en el laberinto. Ahora que me defiendan porque esas acusaciones (de que yo colocaba como arcos las puntas filudas de los esternones del vulgo) esas que yo hubiera castigado a su debido tiempo, son irrisorias.

Que conste. No había en mi laberinto pompas mujeriles. Tampoco jugaba al fútbol con los craneos de los atenienses. ¿Dónde está mi matador? Veinte años sí que son algo. De deidad sacrificadora pasé a sacrificado, de sacrificado pasé a víctima defendida por las cortes municipales de Barcelona.

Profesora chilena (Valparaíso, 1970). Reside en Nueva York (EUA) desde hace doce años. Ha colaborado para el periódico literario Puente Latino, Hoy de Nueva York. Forma parte del Espacio de Escritores del Bronx Writer’s Corps. Cuentos suyos han aparecido en las revistas Hybrido y Conciencia. Sus poemas, ensayos, artículos y cuentos han sido publicados por la Revista virtual Letralia de Venezuela. Sus poemas aparecen en las publicaciones mexicanas La Mujer Rota y la Revista Virtual Letrambulario además de Centro Poetico, publicación virtual española. Actualmente se desempeña como profesora de español de segunda lengua en Frederick Douglass Academy II de Harlem y realiza estudios de Doctorado en Literatura Hispánica y Luso Brasileña en Graduate Center, City University of New York.

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