La inteligencia artificial puede ser tan maravillosa como peligrosa. En menos de tres minutos puede clonar nuestra voz, crear audios y repartirlos por el mundo en diferentes idiomas; además tiene la habilidad de crear personas y fotografías, escribir ensayos, procesar datos y analizar documentos y sortear la información según sea necesario. Entre más específico el comando, más apegado a la realidad el resultado. Pero no por eso es cierto.
Esta tecnología recurre a todo tipo de fuentes, no siempre confiables ni actualizadas, para ofrecerle al usuario una respuesta satisfactoria.
Una realidad inventada por la tecnología
Hace unas semanas circuló una grabación en la que supuestamente Taylor Swift le ofrecía su respaldo a la campaña de Trump a la Presidencia (Nota del Editor: Taylor Swift apoya la candidatura de Kamala Harris) y un par de meses atrás un mensaje de voz del secretario de Estado de Arizona, Adrián Fontes, pidiéndole al electorado que no salga a votar.
Al presidente Biden también le “robaron la voz” para hacer llamadas automatizadas durante las primarias demócratas y a Trump lo alteraron en una imagen para vincularlo con el polémico Jeffrey Epstein en un caso de acoso sexual. Nada de esto cierto, pero todo real en este universo digital. Es una mentira tras otra materializada por la ciencia.
¿Cómo diferenciar entonces lo que es de a buenas o lo que hemos fabricado? ¿En qué podemos creer con los desafíos que representa una inteligencia que pareciera superarnos? Ya no hay vuelta atrás, pero sí podemos retroceder un paso.
Discernir usando nuestra propia inteligencia
Es nuestra labor empoderar al electorado para que pueda distinguir entre los contenidos falsos y las amenazas tecnológicas que lo acechan. Esto se logra con un periodismo de a pie, con la vieja escuela, de volver a la fuente y, quizá, a lo análogo, de construir narrativas sanas e identificar vulnerabilidades y de romper esas cadenas de eco en las que resuenan las opiniones políticas infundadas. Tenemos que aprender a distinguir entre los hechos y las perspectivas, entre los datos duros y las emociones que nos exaltan… y esto es dificilísimo.
Durante el reciente debate presidencial entre Kamala Harris y Donald Trump se difundió información, en declaraciones humanas, de datos manipulados, mentiras o testimonios sacados de contexto.
Eso no fue culpa de la inteligencia artificial, la tecnología hizo lo suyo después; en esta ocasión fueron los candidatos quienes propagaron agendas desatinadas en algunas de sus repuestas. Esto nos pone un grado más de dificultad: no es solo de la inteligencia artificial de la que debemos cuidarnos, si no también, y en especial, de la humana. Así que mientras más sofisticada se vuelve la tecnología, más crítico debe ser nuestro pensamiento.