Políticamente hablando la población de Estados Unidos está controlada.
No importa por quién vote, en los puntos fundamentales que afectan el sistema estadounidense, su voz no cuenta.
El intelectual Gore Vidal decía que en Estados Unidos había solo un partido, el de la propiedad, y que tiene dos alas derechas, la republicana y la demócrata. Así que gane quien gane las elecciones, las cosas fundamentales nunca van a cambiar.
Solo en temas en los que todavía la lucha por derechos civiles está en juego, los demócratas son más condescendientes con las minorías, en comparación con los republicanos. Pero en términos de seguridad nacional y política exterior, inmigración, salud o economía, la diferencia no se siente mucho.
En inmigración, por ejemplo, los demócratas dicen que luchan. Y sí, en casos extremos como en contraposición a Trump, marcan una diferencia. Pero recordemos que durante la administración de Barack Obama tuvieron durante dos años la mayoría en ambas cámaras del Congreso (y la Casa Blanca) y no hicieron nada para cumplir con una reforma migratoria que beneficiara los 11 millones de inmigrantes sin documentos que viven en el país.
Seguro médico
En los últimos años innumerables encuestas muestran que el público estadounidense favorece establecer un sistema de salud universal. Demócratas y republicanos dicen estar de acuerdo en que la salud sea un derecho y no un negocio. Pero no importa quién esté en la Casa Blanca, no se logra nada, nada cambia.
Actualmente tenemos un seguro médico llamado Obamacare, que para lo único que sirve es para que no lo multen por no tenerlo. Debido a su alto costo, la gente opta por las opciones más baratas. Pero esto no los salva de contraer una deuda gigantesca en caso de llegar al hospital de emergencia.
Son frecuentes los casos en que las personas que sufrieron un accidente automovilístico, si no están muy mal, no quieren llamar una ambulancia. Saben que si no tienen seguro, o su seguro no cubre ese gasto, la factura llegará a su hogar. Y que serán miles.
Hasta 2019, el 66% de la gente que se declaraba en bancarrota en Estados Unidos lo hacía debido a los gastos médicos que no podían solventar. Cada año 530,000 familias optan por el mismo procedimiento y por la misma razón.
Armas de fuego
Es inconcebible que en el país haya más tiroteos que días en el calendario. Peor aún, que estas balaceras dejen cientos de víctimas mortales, incluyendo niños, sus hijos, sus nietos, pero no importa. Nada cambia.
Después de un tiroteo masivo, las protestas y la indignación de la gente no duran mucho, mientras el tiempo y los medios de comunicación corporativos se encargan de mitigarlas.
El 18 de julio de 1984, en un McDonald’s en San Ysidro, California. un individuo masacró con varias armas semiautomáticas a 21 personas y otras 19 resultaron heridas. Desde entonces, este tipo de tragedias se multiplicaron anualmente. Las madres, los huérfanos lloran, demandan, suplican, pero nadie escucha.
Es increíble que después de décadas de tiroteos masivos y miles de estadounidenses asesinados, hoy todavía en el Congreso no se pueda aprobar los chequeos de antecedentes universales o el acceso a rifles de alto calibre.
También en este caso, la mayoría de estadounidenses está de acuerdo con incrementar las restricciones o prohibir cierto tipo de armas, pero siempre la retórica de la Segunda Enmienda de la Constitución (que solo hace pocos años una Suprema Corte conservadora determinó que incluye que los particulares compren armas de fuego) y las campañas en medios de comunicación de los grupos extremistas terminan ganando, aunque sean ellos la minoría.
Falsa tradición bélica
Un ejemplo más es la guerra: la industria de la defensa, el Pentágono y los medios de comunicación nos tienen en la oscuridad en cuanto al número de conflictos en los que ha participado y está participando Estados Unidos.
Durante el periodo de Barack Obama, ¡el premio Nobel de la Paz!, pocos estadounidenses sabían que mantuvimos e iniciamos los conflictos en Afganistán, Iraq, Siria, Libia, Yemen, Somalia y Pakistán.
En este tema se difunde poca información o desde perspectivas que el estadounidense no tiene claras. Lo convencen que hay que luchar contra el terrorismo, por la libertad y la democracia de otras naciones, cuando las luchas son por otros motivos.
En el caso de la guerra de Irak en 1990, George Bush dijo que tenían que intervenir porque entre otras carnicerías, las fuerzas iraquíes estaban sacando a los niños de incubadoras y los dejaban morir en el piso. Nada de eso fue cierto.
Mientras que en 2003 se invadió un país que no tenía nada que ver con los ataques terroristas del 9-11. Pero se dijo que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva. Más tarde los medios se mostraron ingenuos, argumentando que también ellos fueron engañados. No mucha gente lo creyó.
El voto para la presidencia
La máxima expresión de democracia no cuenta para los estadounidenses a la hora de elegir a su líder. Prueba de ello es que ya llevamos dos presidentes que han liderado la nación sin el apoyo de la mayoría: George Bush y Donald Trump.
En Estados Unidos el Colegio Electoral, un grupo gente de poder de ambos partidos, elige al presidente. Este grupo tiene 538 miembros y se necesita 270 para ganar. Una de las razones de esta decisión es que el sistema no confía en el voto del pueblo, no creen que los estadounidenses estén lo suficientemente informados para tomar este tipo de decisiones.
Con todo esto, pensar que el estadounidense es el ciudadano con más libertad y democracia en el mundo, y decir que el gobierno o el sistema estadounidense respetan la decisión de sus ciudadanos, está muy lejos de la verdad.
Para políticos rebeldes como Bernie Sanders o Alexandria Ocasio-Cortez, los partidos tienen estructuras establecidas que terminan controlándolos. De no ser así, los detienen en las urnas con elecciones dudosas y apoyadas por los medios masivos. Un ejemplo fueron las campañas presidenciales de Bernie Sanders como precandidato demócrata en 2016 y 2020. El objetivo es que no llegue a la Casa Blanca un candidato que esté en contra de los intereses de las corporaciones.
Pero si le preguntamos a cualquier estadounidense, en la mayoría de los casos creerá que es libre y que vive en una de las mejores democracias.
Solo bastaría preguntarle a los afroamericanos para echar por la ventana este argumento. El abuso que han vivido por siglos, primero como esclavos, luego con la segregación racial y recientemente con la encarcelación masiva o el abuso policiaco que ha sufrido su población son muestra de que la libertad y la democracia que se vive en Estados Unidos es más un producto de la ilusión que de la realidad misma. Y similar discriminación viven muchos hispanos en nuestro país.
Agustín Durán es editor de Metro de La Opinión de Los Ángeles, ciudad donde ha vivido desde 1992.