Los Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y los Monarcas de Morelia disputaron el primer juego de la final del fútbol mexicano ¿Quién de los dos equipos es mejor? Pronto lo sabremos, pero no todavía, porque el juego terminó en un empate.
Lo que sí sabemos desde ahora es que en México existe una mayor cantidad de aficionados a los Pumas que de los Monarcas, ya que los primero, además de ser reconocidos como uno de los cuatro “grandes” del fútbol mexicano (con aficionados a lo largo de casi todo el territorio nacional), representan a una de las instituciones más importantes del país, a la UNAM, mientras que los Monarcas son el equipo que representa a la capital de Michoacán, una entidad que en los últimos años ha sido severamente golpeada por el crimen organizado y que además es propiedad de Tv Azteca, una de las empresas que conforman lo que aquí se le denomina como el duopolio televisivo.
La UNAM en los últimos años ha sido objeto de muchos análisis y alrededor de ella se han dado mucho debates con relación a si, efectivamente, continúa siendo la “máxima casa de estudios del país” y la mejor. Por su matrícula, seguro que es la más grande, pero desde hace ya mucho tiempo se viene cuestionando la calidad académica de sus diferentes escuelas y facultades (su área de investigación sigue siendo considerada, sin mucha discusión, de excelencia), señalando que algunas instituciones privadas actualmente preparan de una mejor manera a sus estudiantes.
Pese a éllo, en los diferentes rankings que se realizan a nivel mundial, la UNAM constantemente aparece clasificada como la mejor universidad, no sólo de México, sino de Latinoamérica e incluso de Iberoamérica (es decir, por encima de las de España o Portugal).
Este año, por ejemplo, el Ranking Mundial Web, la ubicó en el lugar 66 de 12,000 instituciones evaluadas alrededor del mundo, siendo la Universidad de Guadalajara (UDG) y el Instituto Tecnológico de Monterrey (ITESM); lugares 550 y 593, respectivamente; las que le siguen (de México) en esa clasificación.
No obstante estos datos, ya hace más de dos décadas que los egresados de la UNAM dejaron de ocupar los mejores puestos tanto en el sector privado como en el público, siendo desplazados por aquellos que provienen de instituciones como el Instituto Autónomo de México (ITAM), la Universidad Iberoamericana (UIA), la Universidad de las Américas (UDLA), la Universidad Anáhuac, la Panamericana y el ITESM, principalmente.
Este fenómeno se ha dado principalmente por un cambio en la idea que las personas de los sectores más acomodados del país tienen respecto de la educación pública, a la cual consideran de baja calidad, por ese motivo desde hace ya algunas décadas comenzaron a enviar a sus hijos a ese selecto grupo de universidades privadas, a donde también últimamente los políticos más encumbrados han enviado a sus hijos a estudiar.
Esto me lleva a pensar que si la UNAM, como ha quedado demostrado en las evaluaciones internacionales, por mucho es la mejor institución del país, en realidad lo que se paga en las escuelas privadas no es tanto por un mejor nivel académico, sino que más bien se les debe considerar una especie de “clubes sociales”, en los cuales, como antaño ocurría en las universidades públicas; particularmente en la UNAM y el Instituto Politécnico Nacional (IPN); lo importante son las relaciones que ahí se desarrollan para el futuro, además del “prestigio” del que gozan esas instituciones como formadoras de “lo mejor” de la sociedad mexicana, lo cual, lejos de habernos escandalizado cuando comenzó esto, ha sido visto con la mayor de las naturalidades.
Quizás por esta razón, hace unos años un antiguo jefe mío en el gobierno mexicano, nos comentaba a un colega y a mí (los tres somos egresados de la UNAM, en distintas épocas), que acababa de encontrar a un viejo amigo con el que había trabajado en sus épocas de Diputado Federal y que le había indignado escuchar que ese amigo le hubiera revelado que, como no le había ido muy bien últimamente, su hija “tendría” que estudiar en la UNAM, concluyendo su historia señalándonos que era una verdadera infamia que su amigo no hubiera hecho lo suficiente para evitarle ese destino tan sombrío (la universidad pública) a su propia hija (sic).
La anécdota anterior describe perfectamente lo esquizofrénico de esta situación, pues muchas personas que deben lo que son y lo que tienen a una institución como la UNAM; de la cual dicen sentirse muy orgullosos (sólo habría que ver la cantidad de artículos y expresiones de orgullo aparecidas hace unos meses cuando la institución celebraba sus 100 años) en lo académico y en lo deportivo, como ahora que los Pumas están muy cerca de obtener su séptimo título en su historia y cuarto en los últimos ocho años; se horrorizan ante la posibilidad de enviar a sus hijos a su –supuesta- alma mater.
Lo anterior seguramente resultaría incomprensible para los egresados de las grandes universidades en el mundo, porque lo normal (allá) es que alguien que estudió en una gran institución y de la cual se siente orgulloso de haber pertenecido, quiera que sus hijos continúen, como tradición familiar, estudiando ahí.
No como en México, en donde pareciera que la UNAM sólo fue, en algún momento, el “instrumento” de salvación para muchos, pero ya una vez salvados no quisieran saber nada de élla, salvo, claro está, en momentos como el actual, cuando su equipo está a punto de obtener un campeonato de fútbol o cuando cumple un aniversario especial o aparece una nota sobre el lugar que ocupa a nivel mundial, aunque en realidad aquí a eso no se le asigna demasiada importancia.
En la siguiente entrega, hablaré de ese incomprensible (no tanto) afán de algunos sectores de la sociedad mexicana –sobre todo algunos medios- por neutralizar y minimizar todo lo positivo y el peso que ha tenido la UNAM en el desarrollo de los valores de la sociedad mexicana.