Los trenes de la muerte: sobre la obediencia y la crueldad del ciudadano común

En un renombrado experimento conducido por el profesor de la Universidad de Yale Stanley Milgram se estableció que algunos de los participantes estaban dispuestos a matar con tal de  cumplir una orden.

Este es un tema que tiene mucha relevancia al analizar la información que surge de un libro que se acaba de publicar en Holanda titulado El ferrocarril holandés en tiempos de guerra, 1939-1945. David Barnouw, Dirk Mulder y Guus Veenendaal describen el papel de los trenes en el transporte de judíos, roma, izquierdistas, incapacitados y homosexuales a los tenebrosos campos de concentración nazi de los cuales pocos o nadie retornaban.

Una revisión de la historia

El texto es una reconsideración de la historia holandesa considerando que, hasta ahora, se pensaba que los trabajadores del riel eran todos unos héroes. Esta percepción más que positiva estaba asociada con una huelga que los ferroviarios organizaron en septiembre de 1944 cuando el país todavía estaba ocupado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

El 17 de septiembre se cumplieron 75 años de esa histórica medida de fuerza. Pero más allá de aniversarios y celebraciones, ahora está la información que surge del libro de Barnouw que genera dudas sobre la colaboración de los ferroviarios holandeses con la maquinaria de exterminio del régimen nazi.

Carga humana

De los 140,000 hombres, mujeres, niños y ancianos que fueron transportados desde Holanda, alrededor de 107,000 eran judíos. Su destino, por supuesto, eran campos de concentración como Auschwitz y Bergen-Belsen. Se estima que solamente 5,100 sobrevivieron.

Los reportes indican que, entre junio de 1942 y agosto de 1944, unos 112 trenes con conductores holandeses llevaron a los prisioneros hasta los puntos de concentración establecidos por los nazis antes de ser trasladados a los campos de exterminio en Alemania, Austria y Polonia.

Se estima que cada tren llevaba aproximadamente unas 1,000 personas y, en algunos casos, un par de miles.

Cuando los trenes llegaban a la frontera, los conductores eran reemplazados por personal alemán. Algunos han tratado de resaltar esto para sugerir que los holandeses no sabían el destino que les esperaba a los judíos y a los otros prisioneros. Pero esta excusa es cuestionada por uno de los autores de la investigación.

“En 1944, la gente del ferrocarril sabía exactamente lo que iba a pasar”, dijo Veenendaal en una entrevista con el New York Times.

El experimento de Milgram

El experimento de Stanley Milgram, descripto en el “Estudio del comportamiento de la obediencia”, fue publicado en 1963. Consistió en voluntarios a los que se les asignó el papel de maestros. Otros, que sabían de qué se trataba el experimento, eran los alumnos.

Los “maestros” (que estaban en un receptáculo separados de los “alumnos” a los que no podían ver) operaban una máquina que supuestamente emitía distintos grados de shock eléctricos. Por cada pregunta que los «alumnos» contestaban incorrectamente, los “maestros” aumentaban la descarga eléctrica.

Llegó un momento en que algunos “maestros” comenzaron a sentirse incómodos con su rol de torturadores, cuestionaron el proceso y hasta protestaron. Pero el investigador, con tono firme y vistiendo un guardapolvo blanco que le daba legitimidad académica y autoridad, insistió en que continuaran.

Todos llegaron a “aplicar” 300 voltios que supuestamente generaban un nivel de sufrimiento tremendo. Pero aún más sorprendente es que 65% de los 40 voluntarios aplicaron 450 voltios: el máximo nivel posible y que teóricamente causaría la muerte.

La conclusión de Milgram es que las personas, especialmente aquellos a quienes les cuesta tomar decisiones, no se consideran responsables de sus acciones cuando alguien que es percibido como teniendo autoridad legítima dicta las órdenes.

Adolf Eichmann

Milgram pensó en su experimento a comienzos de la década de 1960 cuando Adolf Eichmann, el lugarteniente de Adolfo Hitler, era juzgado en Israel por su papel protagónico en el Holocausto.

Pero como Milgram debe haber pensado, Eichmann no pudo haber sido responsable de la ejecución de 10 millones de personas sin la colaboración de cientos, de miles, de millones de personas. ¿Por qué esta gente participó en tanta crueldad? ¿Por qué siguieron órdenes que van contra toda moral, religión, concepción filosófica, de nuestra civilización?

Los holandeses se hacen la misma pregunta sobre los conductores de trenes, los asistentes, los supervisores, todos los que participaron en esa amplia red operativa que hacía posible los viajes hacia los campos de exterminio en donde niños y ancianos eran los primeros en ser seleccionados.

Aparentemente no hubo sabotajes, ni cuestionamientos, ni protestas: todos los conductores holandeses cumplieron eficientemente las órdenes. El sistema ferroviario era una empresa jerárquica en la que se respetaba estrictamente a los superiores como en una estructura militar. Tan eficiente que el mismo Eichmann alguna vez habría elogiado a los trenes holandeses.

Los investigadores encontraron un solo caso de un conductor holandés que se negó a conducir un tren con judíos. Las autoridades simplemente lo reemplazaron y documentaron que, ese día, estaba enfermo. Todos los otros, uno tras otro, cumplieron las órdenes como buenos ciudadanos y llevaron la carga humana a los campos de exterminio.

Nestor M. Fantini, M.A., Ph.D. (ABD), is an Argentine-American journalist, educator, and human rights activist based in California. Since 2018, Fantini has been co-editor of the online magazine HispanicLA.com. Between 2005 and 2015 he was the main coordinator of the Peña Literaria La Luciérnaga. He is the author of ´De mi abuela, soldados y Arminda´ (2015), his stories appear in ´Mirando hacia el sur´ (1997) and he is co-editor of the ´Antología de La Luciérnaga´ (2010). He is currently an adjunct professor of sociology at Rio Hondo College, Whittier, and at AMDA College of the Performing Arts, Hollywood, California. As a refugee and former political prisoner who was adopted as a Prisoner of Conscience by Amnesty International, Fantini has dedicated his life to promoting the memory of the victims of state terrorism of the Argentine civil-military dictatorship of the 1970s and is currently coordinator of Amnesty International San Fernando Valley. Fantini graduated from Woodsworth College and the University of Toronto.

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Néstor M. Fantini , M.A., Ph.D. (ABD), es un periodista, educador y activista de derechos humanos argentino-estadounidense que reside en California. Desde 2018, Fantini es coeditor de la revista online HispanicLA.com. Entre 2005 y 2015 fue el coordinador principal de la Peña Literaria La Luciérnaga. Es autor de De mi abuela, soldados y Arminda (2015), sus cuentos aparecen en Mirando hacia el sur (1997) y es coeditor de la Antología de La Luciérnaga (2010). Actualmente es profesor adjunto de la cátedra de Introduction to Criminology, en Rio Hondo College, Whittier, California, y de The Sociological Perspective, en AMDA College of the Performing Arts, Hollywood, California. Como refugiado y ex prisionero político que fuera adoptado como Prisionero de Conciencia por Amnistía Internacional, Fantini ha dedicado su vida a promover la memoria de las víctimas del terrorismo de estado de la dictadura cívico-militar argentina de la década de 1970 y actualmente es coordinador de Amnesty International San Fernando Valley. Fantini se graduó de Woodsworth College y de la Universidad de Toronto.

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