Las alarmas suenan cada hora con veinte minutos. Hay que ingresar a una página de internet para decir presente y luego apresurarse a otra para entrar a las clases virtuales. Instrucciones, ejercicios, un receso corto y luego volvemos a empezar. De 7:40 de la mañana a 3:15 de la tarde se nos va el día entre seis u ocho materias. Luego hacemos tareas.
No estamos preparados
Quisiera tener un receso corto, de unos cinco minutos para esconderme en el baño y llorar; pero entonces no alcanzaría a revisar correos o hacer una llamada telefónica entre clases. Ya de plano cancelé mis juntas en horario escolar. Me costó aceptarlo, pero no puedo con todo; no hoy, no esta semana, no en la pandemia. Hola, soy Maritza, y soy humana.
Estoy exhausta. Me siento como una malabarista a la que le caen las pelotas encima; me aplastan. Las escuelas no estaban preparadas para el regreso a clases y nosotros tampoco. Estamos confundidos, con el cerebro y los ojos cansados. La planeación escolar no tomó en cuenta el comportamiento humano, la fatiga cibernética, la sensibilidad emocional desnudada por la pandemia, los recursos tecnológicos limitados, las necesidades básicas, las obligaciones laborales y la escasez de paciencia.
Quizá mañana ya pueda tener todo bajo control, pero hoy he fallado en balancear mi vida laboral con las clases virtuales. No logro cachar las pelotas en el aire. Lo hago todo a medias y me convierto en una sombra ojerosa y hastiada. No soy la única ni estoy peor. La maestra de mis hijos tiene cinco niños y puedo ver en su rostro el agobio y el agotamiento; pero ella disimula mejor, no explota y se aguanta las ganas de romper en llanto. A mí hay días que se me salen las lágrimas.
Culpa
Y luego llega la culpa. ¿Les exijo demasiado? ¿Me autoflagelo? ¿Debí haber sido más paciente? ¿Estoy siendo demasiado relajada? Quizá si no durmiera podría hacerlo. Pero mi cuerpo ya no se acuerda cuándo fue la última vez que tuvo más de cinco horas de sueño; son más los días que descanso menos.
¡Ah y esta maldita computadora se volvió a trabar! ¿Se cayó el internet? ¡Niños, dejen el iPad! ¿Se congeló la pantalla? ¿Se quedó sin pila? ¡Ya llegamos otra vez tarde a la sala! ¡Qué apagues el micrófono te digo!¡Dejen de pelearse, por favor! ¡No, no puedes colorear la pantalla! ¿Cuántas veces te tengo que decir que dejes ahí? ¡Buenos días, maestra! Me convertí en el cliché andando. ¡Chín, se me volvió a quemar la comida! ¡Shhhhhhhhhhh! ¡Buenas noches, preciosos!
Soy una mamá trabajadora en la pandemia y es lo más agotador que he hecho en mi vida. ¡Me siento tan afortunada! Sí, ¡qué contradicción! Antes, cuando tenía un empleo convencional con un horario estricto, me carcomía la culpa de estar fuera de casa y dejar que alguien más criara a mis cuates. Me consolaba con justificaciones baratas. Hoy sé que esto también pasará, que la pandemia no será eterna (toco madera) y que habrá valido la pena el sacrificio.
Los niños
Cuando sea grande quiero ser como mamá: es trabajadora y buena “cocinadora”, gana muchos premios y es muy empalagosa, dijo Mika. Me quiere de más, casi tanto como la abuela.
Lo que más me gusta de la pandemia es que mi mamá me cuenta cuentos y me hace comida y me deja ganar en los juegos familiares y me da muchos besos, y cuando sea grande voy a ser fotógrafo y les voy a contar historias a todos los niños del mundo como ella, respondió Matías.
Ellos me ven con otros ojos, con los que quizá me debería ver a mí misma… porque al final, cada uno sobrevive a su manera… y si tengo que salvarme de mis demonios, que sea a través de su mirada. Hoy no, mañana tal vez.