Esta semana, la nación estadounidense se vistió de luto para conmemorar la muerte de medio millón de personas a manos del COVID-19 en un solo año.
Toda comparación es inútil
Medio millón, y cada día se agregan miles más de muertos. Más que los estadounidenses caídos en las dos Guerras Mundiales y la de Vietnam, juntos. Aunque toda comparación es inútil. La pandemia desgarra a través de todas las capas de la sociedad y se ensaña con la humanidad toda. Pero especialmente con los más déciles, los más pobres, los viejos, las minorías, y aquí, afroamericanos y latinos.
El presidente Biden, en una emotiva ceremonia en la Casa Blanca rindió homenaje a las víctimas. No son ciudadanos ordinarios, dijo, eran personas extraordinarias.
“No se trata de política”, dijo, “se trata de vecinos, amigos, hijas e hijos, maridos y esposas”.
Ningún otro país está sufriendo como el nuestro a causa del COVID. Una vergüenza, siendo la nación más próspera y poderosa del mundo. Pero ya no la más adelantada, ni la más magnífica sobre la faz de la tierra, en la historia del mundo o cualquier otra frase rimbombante que los patriotas de cinco centavos no dejan de repetir, inmunes ante la realidad. Sí, inmunes.
No debería haber sido así.
Trump sembró confusión y dudas
La magnitud de la pérdida es abrumadora, cuando desde el comienzo la pasada administración de Donald Trump minimizó por todos los medios a su alcance la severidad del coronavirus e hizo uso de los recursos de los que dispone el poder ejecutivo para sembrar confusión y dudas.
Porque el medio millón de víctimas son un monumento luctuoso de la disfunción a la que nos llevó un Presidente nefasto, un sujeto que se lavó las manos, un tipo malévolo que declaró que no era su problema sino el de los estados, que pregonó como remedios al mal medicinas inservibles, que declaró que “hemos superado la curva”, que “estamos mejor que otros países”, que los números de víctimas son inflados e irreales.
Lo peor: el desdén público por las simples medidas de seguridad que hubieran evitado que el 8% del país se contagió: llevar máscaras; no salir de la casa salvo excepciones; mantener una distancia prudente de otras personas.
Lo peor fue hacer de no llevar máscaras una declaración de libertad de expresión, insensibles a que viola espantosamente el derecho de los demás a la vida.
En entrevista, el Dr. Anthony Fauci dijo que la división política contribuyó significativamente a la «asombrosa» cifra de muertos por COVID-19 en Estados Unidos.
«El país», detalló «estaba segmentado por divisiones políticas en las que llevar una máscara se convirtió en una declaración política más que en una medida de salud pública».
Ni olvido ni perdón
Nunca sabremos cuántos del medio millón fallecieron como consecuencia de esta política mortífera.
Pero ni olvidaremos ni perdonaremos a quien propició la politización de la pandemia. Estados Unidos tuvo la mala fortuna de que en la crisis la presidía un sujeto narcisista e inmoral con el lucro propio como único interés. Con una sarta de políticos lacayos dedicados a su propia sobrevivencia en sus puestos. Como él. Y lamentablemente apoyado por millones de estadounidenses. Ayer como hoy.
Afortunadamente, los números de hospitalizaciones están bajando. Ha sido gracias a que la población del país reaccionó finalmente y se cuida. A que el gobierno federal se hizo partícipe y protagonista del esfuerzo. A que millones de compatriotas ya han sido vacunados. A que la ciencia médica hace rápidos avances.
Ha sido gracias al sacrificio de los trabajadores de la salud.
Medio millón, presentes
Los números seguirán bajando. Y con la excepción del peligro de las nuevas cepas, hoy es dable esperar que lo peor está sucediendo ahora y que de ahora en adelante la situación mejorará.
El recuerdo, dijo Biden, es una parte importante del proceso de sanación del país.
Con respeto, con emoción, con tristeza, nos unimos al presidente Biden y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad en recordar a nuestros caídos en los embates del COVID-19.