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El pasado 22 de marzo se dio a conocer la entrevista que el Presidente de Estados Unidos concedió a la cadena de televisión CNN. En ella sostuvo que “el mandatario mexicano, Felipe Calderón, tiene frustración por el fortalecimiento de los cárteles de la droga en México”. Desde luego, esta información sirvió de nutriente a la clase opinadora de la prensa mexicana que derrochó inteligencias positivas y negativas en torno al tema. La conclusión, luego de una semana de aquella ilustradora declaración del presidente Obama es que en México existe una guerra y que definitivamente se va perdiendo.
Lo lamentable del asunto es que tuvo que ser el mandatario del país más poderoso del planeta, quien estratégicamente ventiló lo que en México es un secreto a voces. Es un hecho irrefutable que la política de combate al crimen organizado de Felipe Calderón ha sido un rotundo fracaso en cuanto a que no se han obtenido los resultados deseados.
Este fracaso tiene dos componentes: primero y el más importante, es que el gobierno federal no ha querido dañar la estructura financiera de los carteles de la mafia que fortalecen el músculo del crimen, y conste que digo no ha querido, porque sí ha tenido oportunidades para hacerlo; y segundo, porque el poder de quienes han infectado este país de una descomunal violencia ha sido prohijado precisamente por funcionarios públicos de alto nivel, quienes le han permitido actuar con total impunidad.
El México violento de la actual administración es una consecuencia de las decisiones viscerales y de las obsesiones irrefutables de Felipe Calderón. Mantener a Genaro García Luna como secretario de seguridad pública es el peor error de su estrategia, porque nadie con un poco de sentido común podría explicarse las razones que han sostenido al servidor público al frente de una secretaria que no ha dado ningún resultado positivo, sino todo lo contrario. En cualquier otro país del mundo, no sólo ya se le hubiere destituido, sino además ya se le hubiera investigado por sospechas de enriquecimiento ilícito y de nexos con los criminales. Pero en México, eso no sucede ni sucederá.
La política de Calderón es la política del miedo.
Pero esta política del miedo que comenzó desde su campaña como candidato presidencial y que anunció en su primer discurso en el Auditorio Nacional, no le ha sido suficiente, ya que todo parece indicar que el tiro le salió por la culata. Ahora Felipe Calderón es víctima de su propia insensatez y obcecación cuando nada de lo que decide da resultados. Prácticamente se ha perdido la estructura de gobierno en varias entidades del país, y no se sabe cómo o cuándo se podría recuperar. Todo, prácticamente todo ha fallado y eso es precisamente lo que ha colocado el gobierno de Calderón en un estado de substancial frustración.
El dicho del presidente Obama es un duro golpe a la política de seguridad de Felipe Calderón. Pero lejos de ponerse a trabajar y ocuparse en la resolución de los diversos problemas que genera el crimen organizado, este último decide enemistarse con quien lo ha puesto en evidencia, sin reconocer que si el presidente Obama indica que está frustrado es precisamente porque tiene la información para sostenerlo.
Pero a Calderón le interesa más la percepción que la realidad. En lugar de verdaderamente enfrentar a los narcotraficantes para que el embajador envíe información sobre la eficiencia de sus decisiones, decide mejor hacerle la vida imposible al diplomático Pascual por enviar información a los Estados Unidos, que indiscutiblemente no le viene muy bien, evidenciando el infortunio y la mira corta del gobernante mexicano. No obstante, hay que reconocer que el embajador Pascual hizo correctamente su trabajo en nuestro país, pues se encargó activamente de establecer las directrices de gobierno que convienen a la unión americana, y no fallo en su misión, sino que simplemente irritó los oídos sordos de Calderón.
Cada día, en México nos enteramos de las incursiones anticonstitucionales e ilegales que comente el gobierno de Estados Unidos en territorio nacional, y la respuesta de México suele ser tibia, puesto que no podría ser de otra manera ya que Calderón no cuenta con un capital político que le otorgue autoridad moral y muchos menos representatividad social; por consecuencia su frustración es visible en todo momento, tanto así, que el mandatario del país vecino tuvo que reconocerlo sin tapujos ante una amplia teleaudiencia internacional.
Seguro que para el 2012, la frustración será mayor y el estado de las cosas será irremediablemente penoso e irresoluble. Triste realidad y triste futuro para México.